Capitulo uno : "Comienzo"
Suspiró. No lo entendía, y tampoco quería meter su cabeza mucho en aquel hecho. Casi parecía cómico que su padre no estuviera al tanto de su condición.
Sordo, era sordo.
Quizá era un problema que podía manejarse correctamente si se mantenía la madurez necesaria. Ocho siquiera había pasado por su etapa de niñez correctamente, eso permitía que el destino fuera mucho más aterrador.
Todo comenzó a suceder drásticamente rápido, incluso el mismo llega a sorprenderse con el paso del tiempo que lo condenó a una vida desafortunada. Probablemente podría llevar el peso de ser sordo si fuera un niño normal, pero no, él era uno de los siete pilares que se supone, defenderían al mundo ante cualquier amenaza.
Lo odiaba, odiaba recibir lo que él consideraba odio por parte de sus hermanos al ignorarlos. ¿Cómo explicarles que no era su intención?, ¿Cómo explicarles que nunca deseo tener esta condición?.
No era débil. Nunca lo fue. De hecho era considerado uno de los miembros más fuertes de la familia Hargrevees, aún con su incapacidad auditiva no registrada.
Mentiría si afirmara que no tiene miedo. Le daba asco su propia condición, y no por ser una discapacidad que le limitaba. Odiaba su condición porque no podía escuchar el violín de Siete en las mañanas o, el suave tintineo de los platos chocar apenas el sol comenzaba a hacer presencia cuando Grace preparaba el desayuno.
En un inicio, no contaba con esta discapacidad, y realmente nunca llegó a considerar que la circunstancia sería lo suficientemente fuerte como para dejarlo sin audición. Odiaba admitirlo pero, aquello que lo hacía especial, también limitaba su sentido de oír.
Palmeaba una y otra vez, esperando que cada detalle de la madera de la escalera se marcará en sus dedos. Estaba desesperado, quería ser igual que el resto. Debía ser igual al resto.
Paso junto a la habitación de su hermana Siete, quien tocaba aquel elemento musical con el que pasaba sus tardes diarias, su violín. Cómo si fuera un interruptor, de inmediato sintió un nudo en su garganta que le impedía articular correctamente cualquier palabra, sus manos temblaron y, poco a poco, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras adquiría una expresión de pena. En pocas palabras, se llenó de tristeza.
Lo sabía. Por mucho que el resto de sus sentidos mejorarán, nunca podría volver a deleitarse cómo lo hacía al escuchar el particular ruido que hacían sus hermanos.
Su particularidad, la habilidad que lo hacía diferente a cualquier persona que podía cruzarse en la calle, lo tenía condenado a vivir en un oscuro mundo.
Con respecto a su poder... Ocho no tenía un nombre para aquel, a estas alturas de la vida no estaba muy interesado en colocarle alguno. Su poder no necesitaba un nombre genial para poder destacar entre el resto.
Todo inicio con el sudor que se acumulaba en las palmas de sus manos. Era excesivo e irritante, le llevo a tal punto de verse obligado a lavar sus manos por lo menos, veinte veces al día. Pronto, en medio de una discusión con su hermano Uno, logro enterarse que no se trataba de sudor aquello que rodaba continuamente por sus palmas.
Al principio, le costó mucho entenderlo a la perfección, pues tenía una forma de pensar demasiado simple y hasta cierto punto, cerrada. Era tan fácil como afirmar: "puedo explotar cosas". Con el tiempo, comprendió la necesidad de estar más al tanto.
Su sudor estaba hecho de nitroglicerina, cosa que le permite la formación de explosiones, que pueden variar dependiendo de la cantidad de nitroglicerina que acumule en sus manos. Todo iba bien en un inicio, hasta cierto punto se sentía bendecido.
Pero no era tonto, solo basto usarlo unas cuantas veces para notar que algo iba realmente mal. La primera vez que causó una explosión, en medio de patadas y puños que brindaba y recibía por y para Uno, fue con el fin de liberarse de su agarre. Esa vez no lo noto.
Tuvo que dar un par de pruebas para darse cuenta. No era idiota, a su corta edad sabía el camino que estaba tomando todo.
Al inicio, tras cada explosión, su oído se agudizaba, podía incluso escuchar a seres ubicados a kilómetros de él. Con el tiempo, esto cambio drásticamente, poco a poco, tras cada erupción se daba un fuerte dolor de cabeza seguido de un molesto pitido. No pensó que fuera la gran cosa. Nada era la gran cosa para una familia de héroes.
Quizá si hubiera hecho algo antes, podría escuchar el canto de las aves en la mañana, dándole un cálido despertar. Cada día que pasaba, sus oídos daban más y más cosquillas. Pero no le importo.
—Se me pasara —. Afirmaba para sí mismo continuamente, tratando de todas las formas posibles no caer en pánico. Intentaba dedicarse a ser el mejor prototipo de héroe que su padre alguna vez allá imaginado.
Fue un día, un día como cualquier otro llegó el fin. Estaba en la mesa desde las cinco de la mañana, bajo la excusa de: "Ser el primero en todo". Hace mucho tiempo había dejado de escuchar el timbre con el que Grace llamaba su atención (Junto a la de sus hermanos, por supuesto), para dirigirse al comedor de la mansión.
Su padre no podía enterarse. Su madre no podía saberlo. Sus hermanos no podían sospecharlo.
Fue hace dos años, Siete fue la siguiente en sentarse en la mesa. Ocho no la odiaba, no podía odiarla.
El silencio permaneció entre los dos jóvenes durante unos segundos. El octavo notó como el pie de su hermana golpeaba una y otra vez el suelo bajo ambos, mientras que sus manos jugaban entre sí, en un vago intento por apagar el evidente nerviosismo que estaba acumulando.
Siete comenzó a chasquear la boca nerviosa, mientras que golpeaba las rodillas entre sí. El furioso ruido de una tetera de fondo, a punto de avisar su límite, era lo único que interrumpía los sonidos que hacía la séptima por la incomodidad ante el contrario.
Los movimientos de la joven comenzaron a ser más rápidos, aumentaban su velocidad al ritmo de un compás inexistente de cuatro tiempos. Ocho sabía que algo no andaba bien. Haciendo uso de la lógica que normalmente usaba, se levantó del lugar, y se dirigió a aquella escalera que lo llevaría a su habitación.
Dos, tan solo fueron necesarios dos pasos para que todo explotará. La tetera comenzó a chillar, en un inicio de una forma normal, pero el ruido comenzó a aumentar gradualmente. Se volvió a la otra presente en la habitación, con el fin de una explicación pero, entonces, todo lo que estaba sobre él, Cayó.
Fueron segundos de pánico, miedo y ansiedad. No, no quería morir en ese instante, no estaba preparado para su fin.
Comenzó a hacer explosiones a diestra y siniestra mientras los lloriqueos de Siete hacían presencia, ignorando el horrible hormigueo que se presentaba constantemente en su oído.
Segundos que pudieron ser fundamentales, fueron desperdiciados en la espera de ayuda. Los escombros comenzaron a ser movidos con desesperación por las pocas personas que habían comenzó a llegar a la habitación.
Solo dos minutos bastaron para que lo notará. La expresión en sus ojos cambio. Ya no estaba intentando escapar, estaba aterrado. Fue como si de la nada, la plumilla que emite el sonido de un disco en un tocadiscos, fuera retirada. No escucho nada, siquiera los gritos de sus hermanos, los jadeos de Siete o las instrucciones de su padre.
Tenía miedo.
Solo estaba seguro de algo. Por alguna extraña razón, el sonido de su explosión se potenció a último instante. Pero eso parecía ser lo de menos en ese momento
Recuerda con nostalgia como de la nada, toda la oscuridad que lo acompañaba bajo los escombros, desaparecía en compañía de la última esperanza de volver a escuchar con claridad. Definitivamente, el peor día de su corta vida.
Tenía miedo.
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É C O U T E || Number Five.
RandomÉ C O U T E "El fin es lo único que interesa". En dónde a Ocho le gusta Cinco. O... En dónde Cinco se entera que Ocho es sordo. "Tampoco podemos dejar de lado los medios". || Cinco Hargreeves x Male!Reader || • The Umbrella Acade...