Capítulo veinte.

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Tras la explosión, la atmósfera volvió para no irse nuevamente. Las cúpulas volvieron a la superficie y los habitantes pudieron pisar tierra firme después de mucho tiempo. Soplaba una leve brisa y hacía calor, un calor agradable. El calor de verano. Se escuchó el leve cantar de algunos pájaros, algunos habían sobrevivido en la cúpula, al igual que algunos animales más. Algunas personas y niños se asustaron ante aquellos sonidos desconocidos. Ahora sería la escena de la película en la que la hierba crece, los manantiales resurgen; pero no fue así. Las personas estaban pisando una tierra marrón, la cual esperaban que pronto fuese fértil nuevamente. La vida no sería fácil al principio, pero ahora eran libres. El día trece de junio del año tres mil treinta tres, la guerra había terminado.

A pesar de estar sangrado y tener dificultades en el desplazamiento debido al poco espacio, sin contar el dolor reciente por la pérdida de Carla y Serkan, los tres jóvenes estaban a unos pocos metros del portal; Ismael apoyándose en su hermana para poder caminar. Pero una risa sarcástica les hizo estremecer mientras detenían su camino. Ana los había alcanzado y, sin decir palabra, se abalanzó sobre ellos, interponiéndose Sirion entre ella y los dos hermanos.
—Por favor, ser libres. Vivir como nosotros nunca pudimos. — Su prima los alcanzó y debía detenerla. Estaban rodeados de sierras, hachas y otros objetos punzantes, era arriesgado.
Los dos hermanos llegaron al portal y, con el corazón en el puño y el estómago en la garganta, se dieron la mano y, del mismo modo que entraron, salieron de aquella dimensión sin saber lo que les esperaba al otro lado. El pelirrojo dejó de forcejear en cuanto el portal se activó, Ana se dio un golpe, quedando inconsciente; la fuerza del aparato, por desgracia o por fortuna, rompió la cúpula en la que se encontraba. La nave volcó y se rompió, hundiendo a los dos primos y empujándolos a unas trampas de las que era casi imposible escapar. Perdiendo así el portal.

Cuando Enid abrió los ojos no sabía donde estaba. Todo estaba oscuro. Notaba el cuerpo de su hermano bajo el suyo. Ismael soltó un leve gemido a modo de queja. La menor se bajó con cuidado, quedando sentada en el suelo.
—¿Dónde crees que estamos?
—No lo sé Enid. No lo sé. — La voz del mayor era débil y quebrada. — Pero estamos a salvo.
Y ambos hermanos dejaron salir todo lo que habían retenido. Fuertes llantos por partes de ambos y un gran dolor pero, a la vez, el alivio por haber escapado. Por fin habían escapado. Se abrazaron con fuerza, sosteniéndose el uno al otro. En medio de los ahora débiles sollozos, escucharon un timbre sonar, uno que jamás olvidarían. Era su timbre, con esa característica canción de Tom & Jerry. Estaban en casa, pero, ¿en qué parte? Algo desconcertados, se levantaron, Enid sujetaba a Ismael, debían de ver su pierna más adelante, irían a un médico, si aún recordaban como se hacía eso. Entre la oscuridad lograron encontrar unas escaleras. El timbre volvió a sonar. Subieron rápido, pero con cuidado. Levantaron una pequeña trampilla que estaba sobre ellos y, lo primero que vieron, fue la habitación de Enid. El portal siempre estuvo bajo ella y no lo sabía.
Ismael se sentó en la cama mientras que Enid bajó despacio las escaleras. Ahora entendía porque la pared llegaba tan abajo. Aún estaba sangrando, por suerte la herida no era tan profunda. El timbre sonó una tercera vez. Enid la alcanzó antes de que terminara de sonar. La abrió, lentamente. Un desilusionado Roy cabizbajo estaba al otro lado. Todas las noches, desde que Enid e Ismael desaparecieron, visitaba su casa y llamaba tres veces, como él acostumbraba a hacer, con la esperanza de que, algún día, su mejor amiga y su hermano — de distinta sangre — le abrieran. Y ahí estaba, la dulce Enid que él recordaba, un rayo de felicidad le iluminó la cara y la abrazó sin siquiera notar sus heridas, salvo cuando ella se quejó por el dolor. La joven tardó unos segundos en reconocerlo, había pasado tanto tiempo… Mas sin embargo, aquel acto fue como una pastilla para un dolor de cabeza. Respiró, pero otro leve quejido salió de sus labios.
—Perdón, perdón, perdón. — Repitió rápido una y otra vez.— No me creo que seas tú. Te extrañé tanto. ¿Y tú hermano?¿Dónde os habíais metido? Bueno, eso no importa ahora... Debemos curarte esas heridas. ¿Ismael está igual? — Ella solo asintió sin decir ninguna palabra.

Roy ayudó a ambos hermanos a curarse las heridas, vendó el pie de Ismael y escuchó la historia de lo que habían pasado estos casi dos años en los que estuvieron desaparecidos. Él no sabía si creerlos o pensar que se quedaron encerrados en el sótano todo este tiempo, pero no estaban lo suficiente desnutridos como para ello. Enid siguió sin hablar, dejó que su hermano lo contara todo, sería más fácil así. Las lágrimas salían a veces por volver a vivirlo todo; de alguna forma, al contarlo, todo se hacía realidad, como si antes de hacerlo todo había sido solo un sueño.
Los dos hermanos pensaban que todo había pasado, ahora vivirían tranquilos, todo lo tranquilo que se podía vivir tras lo ocurrido. Pero se olvidaban de algo. De dos personas que, a pesar de no conocerlo, fueron muy cariñosas con Sirion. Dos personas que tomaban decisiones muy extrañas de repente. Un fuerte ruido se escuchó cerca de ellos. Sus problemas no habían hecho más que empezar. Aún no eran libres. Aún no podían vivir. Aún no estaban a salvo.
Habían pasado el primer nivel, pero la partida, aún no terminaba.

Atmosphere [terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora