Capítulo diecinueve.

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"El día ha llegado, es hora de luchar y vencer.  No dejaré que me domine."
Eran las palabras que recorrían la pequeña mente de Enid. Lo que comenzó como un simple juego en una cálida madrugada de verano terminó convirtiéndose en un complejo infierno en una celda de un mundo sin atmósfera. Sirion acababa de llegar, le dio la noticia en su última visita, el día anterior.
—Ya casi es la hora. — Suspiró. — Hoy tendremos suerte, Enid. —Habló despacio. Esperando que el plan salga como lo planeado. Ismael, Carla y Serkan ya deberían estar listos, llegaron ayer, con él. La atmósfera iba a aparecer pronto.
—¿Suerte?— Preguntó Enid con un tono molesto. — Según lo que tú llamas suerte, yo debería estar llena de ello. Tenemos un jardín lleno de tréboles de cuatro hojas, mi “suerte” debería ser magnifica; según lo que llamamos horóscopo, mi vida debería ser un manantial de felicidad. Claro, esas cosas siempre te dicen que te pasarán cosas buenas, y como un efecto placebo, tú empiezas a creer que esas cosas te pasan, que estás teniendo suerte. Según eso, yo debería estar en casa, con mi hermano. — Enid escupió. — Debería estar llena de suerte. Y estoy aquí encerrada, contigo, a punto de morir.
Las últimas palabras de la joven fueron como una gran daga que atravesó su pecho. Una y otra vez sin piedad, “estoy aquí, encerrada, contigo”. Se había ilusionado al creer que ella no lo odiaba y que disfrutaba de su compañía. Era de esperar que no sería así, al fin y al cabo, estaba ahí por su culpa y por su culpa podía morir ahí. Sus ojos cristalizaron, pero no lloró.
—Sé que no confías en mí. —Agarró los barrotes que lo separaban de Enid. Su voz, quebrada, era apenas audible y, por primera vez desde que estaba ahí, ella dudó. — Te prometo que no hay engaños esta vez, estoy aquí para salvarte. — Agachó la cabeza y respiró profundamente. — Ya es la hora. — Las campanas anunciando que Ana iba a dar un comunicado habían comenzado a sonar. Sirion subió las escaleras, su prima no podía verle hablando con Enid. Pronto bajaría ella misma.
La joven se sentó en la cama, esperando, tal vez fuese verdad e Ismael había venido a salvarla. La puerta volvió a sonar. Ana había llegado. Sería la primera vez que la viese. Su parecido con Sirion la sorprendió, parecían gemelos. Ana comenzó a hablar, más para sí misma que para su prisionera.
—Por fin, mis planes al fin surgen efecto. Te tengo atrapada, en cuanto te mate hoy, en frente de todos, los habitantes de todas las cúpulas me temerán y harán lo que yo quiera. — Soltó un suspiro, lleno de felicidad. Miró a Enid, con rabia y rencor. — ¿No tienes unas últimas palabras? Bueno, mejor, así no tengo que escucharte.
Ana tenía un concepto raro de la vida. Para ella, seguíamos viviendo en la edad media. Enid se preguntaba que tipo de método de la época usaría: ¿Escafismo?¿La hoguera?¿Estirón vertical? Ana prefería los clásicos; frente a la joven muchacha había una gran guillotina. La iba a decapitar. Qué original. Pensó la joven. Buscó con la mirada a su hermano, pero no lo encontró, tampoco a Sirion, ni a Serkan ni a Carla. El pelirrojo la había engañado. No le quedaba otra que salvarse ella sola, como ya había sospechado.
         
Vale, mira atentamente, Ana está en el centro de la base, comunicando que esto es lo que les pasará a ellos si no la obedecen. Busca una debilidad, observarlo todo. Las mujeres a los lados de la guillotina, que ayudarían a ejecutarte. El hombre que te guía hasta tu muerte. Estás aquí, parada frente a tu final. Sigue buscando. Bingo.

Enid había encontrado un punto débil, la vestimenta del hombre daba a entender que estaba cansando, distraído. Hasta Ismael, con su baja forma física, podría derrumbarlo. Si lo hacía bien, podía escapar y esconderse y, si lograba no llamar la atención tras eso, tal vez podría alcanzar la salida de la cúpula a tiempo, y salir y escapar y ser libre.
Dio el primer empujón y, como pensó, el hombre cayó al suelo. Ana estaba distraída, buscando el mejor sitio para ver la función. Las dos mujeres trataron de volver a atraparla, pero Enid logró correr algo más que ellas. Una logró tomarla del brazo. Había fallado. La gente que presenciaba la escena comenzó a murmurar, como era de esperar. ¿Así iba a terminar todo? ¿Con su cabeza rodando en una cesta bajo la mirada de todas las personas que habitaban en todas las cúpulas? ¿A cuantos de ellos les provocará placer el ver una decapitación? El morbo humano no tenía límites, de eso estaba segura.
    
Pero ese no era el final que tenía pensado el destino. Entre la gran multitud, dos de las cuatro personas estaban listas para actuar, mientras las otras dos restantes se escabulleron hacía el edificio dónde Ana tenía la máquina construida para destruir y reconstruir la atmósfera de forma diaria. La libertad estaba cerca, al menos, para algunos de ellos. 

Atmosphere [terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora