|capítulo 8|

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La madre de Sam llegó a la casa al día siguiente por la mañana. Lo hizo acompañada de dos maletas gigantes, un perro caniche y un cigarrillo enganchado al final de una larga boquilla que desprendía redondas volutas de humo con cada paso que daba. Martha resultó ser un clon de tía Holly, un par de años mayor, aunque con menos canas e infinitamente más extravagante.

Desde el primer momento se mostró encantada de conocer a Santana, de quien afirmó que era «una jovencita muy diferente a los palos de escoba sin corazón a los que nos tiene acostumbrados mi hijo». Santana supuso que eso era algo bueno, aunque el comentario le resultó tan bizarro que prefirió no profundizar.

Afortunadamente para ella, la madre de Sam no era una mujer absorbente o que demandara grandes dosis de atención. Martha había enviudado pocos meses después de que el marido de la tía Holly se fuera para no volver, así que desde el primer momento las dos mujeres se convirtieron en un tándem indisoluble. Iban juntas a todos lados, daban opiniones similares sobre los mismos temas y su personalidad era tan parecida que a Santana le resultaba imposible concebir a una sin la compañía de la otra.

Martha solo les puso una condición: quería pasar algo de tiempo a solas con su hijo porque hacía ya varios meses que no se veían. Santana se sintió tan agradecida de haberse ahorrado incómodas conversaciones con la madre de su novio que no le molestó en absoluto que se fueran de cena juntos.

— ¿Seguro que no te importa?

Sam se estaba ajustando el nudo de la corbata frente al espejo. Santana
bajó el libro que estaba leyendo y lo colocó en su regazo.

— ¿Estás de broma? ¿Y perderte de vista durante un par de horas?
¡Estoy encantada! —bromeó.

Sam sonrió con picardía y se acercó a ella para depositar un beso en sus labios.

—Brittany me ha dicho que la llames si te aburres.

— ¿Ya ha vuelto? —inquirió, sorprendida. La actriz había tenido que hacer un par de entrevistas y no había estado en la comida de ese día.

Sam hizo un gesto de asentimiento mientras se ponía la chaqueta.

—Así que ya sabes: si te cansas de leer, puedes llamarla. Seguro que
le encantará pasar un rato contigo.

Sam le dio unas últimas instrucciones sobre qué número debía marcar si le entraba hambre y se despidió de ella con otro beso. Era todavía temprano cuando él se marchó, así que no tenía apetito, y aunque la idea de llamar a Brittany le resultaba tentadora, había algo que no la hacía sentirse del todo segura. Se había pasado gran parte del día recordando cómo se habían mirado durante la cena de la noche anterior, lo nerviosa que se sentía ahora con la presencia de Brittany, pero Santana no tenía ganas de explorar el significado de los nudos que atenazaban su estómago cada vez que pensaba en la prima de Sam. Así que tomó la decisión de tener una noche reparadora. Probaría la inmensa bañera de la habitación, cenaría algo ligero cuando le entrara hambre y leería tranquilamente el final de aquel libro hasta quedarse completamente dormida. Ese era el plan. Y le parecía perfecto.

Sumergida en la bañera, sus músculos comenzaron a destensarse poco a poco, sumiéndola en un estado de relajación total que no había
experimentado desde que se había subido al coche de Sam para asistir a la boda. El final del curso académico había sido tan estresante que todavía
podía sentir las contracturas en la zona de los hombros y el cuello. Santana suspiró con alivio al notar que su cuerpo empezaba a relajarse bajo los efectos de los chorros de agua caliente y las sales minerales. Cerró los ojos para disfrutar de aquella maravillosa sensación, pero unos golpecitos en la puerta le hicieron abrirlos de golpe.

Será Nuestro Secreto |adaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora