Capítulo 19. No es tu hombre, Faith

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Cuando Polly vio cómo el coche de Arthur se paraba frente a su puerta se puso en lo peor. Pensó por un segundo en fingir que Michael ni si quiera estaba en casa, pero, al comprobar que el copiloto era Finn, frunció el ceño.

¿No venían para martirizarles tanto a Michael como a ella misma al ver a su hijo en aquella situación? ¿Acaso habían apartado por una vez el orgullo de macho herido para dar paso a la más pura compasión?

La mujer se relajó entonces, dispuesta a encarar cualquier situación que los muchachos trajeran consigo.

Nada podía ser peor que la cruz que le había tocado sufrir a Michael a raíz de sus errores. Nada salvo ver que una desencajada Faith bajaba del automóvil enfundada en un traje de Finn y sin poder reprimir las lágrimas en sus ojos.

Polly bajó las escaleras como alma que lleva el diablo y se plantó delante de la joven en cuanto esta puso un pie en su terreno.

—Te la dejamos aquí, no ha querido ir a casa de Ada —le dijo Finn a su tía sin mirarla a los ojos.

—¿Qué le ha pasado? ¿Por qué lleva uno de tus trajes? —preguntó, mirando con cara de asesina a los dos hombres—. Tranquila, cielo.

La mayor trataba de calmar a la pequeña que comenzaba a temblar de manera descontrolada.

—Polly, ¿puedo entrar? —se limitó a articular la rubia, con ganas de librarse de aquella ropa y el olor a Garrison que la impregnaba. Ni si quiera el tono tranquilizador de la mayor apaciguaba su intranquilidad en aquellos momentos.

—Claro, pasa, pónte cómoda —le ofreció—. Ahora iré yo. Gina y Michael están dentro, pídeles lo que necesites.

Faith se limitó a asentir y entrar en la casa como una autómata, directa a la búsqueda de un baño en el que poder limpiar su conciencia aunque fuera a través de un baño de espuma, y a poder ser sin molestar a la feliz pareja de recién casados. Bastante tenía con cargar con su propia vergüenza sin airearla todavía más de lo que ya lo había hecho.

En aquellos momentos despilfarrar el agua era el menor de sus problemas, sólo quería ahogarse en una bañera y hacer que todas las circunstancias que la rodeaban desaparecieran.

—¿Qué cojones le pasa Finn? ¿Qué habéis hecho?

—Que te lo cuente ella misma, tía Polly —respondió tranquilo el blinder, mirando fijamente a su tía—. Por algo habrá querido venir aquí...

—Creo que ha pasado la noche con Austin, Pol... —susurró el de bigote, cabizbajo y arrepentido de no haber podido evitar que aquello pasara.

—¿Cómo has podido permitirlo? —le preguntó a su sobrino, el pequeño, con cara de asco.

Los ojos del joven reflejaron por un momento la rabia y el dolor que escondía en su interior al recordar que había sido él mismo quien había permitido que Faith pasara la noche con Austin.

—No soy nadie para detenerles, ni a ella ni a él.

Una sonrisa sardónica enmarcó el rostro arrugado de Polly que se limitó a asentir mientras buscaba las mejores palabras para destrozar al idiota que había consentido que Faith destrozara su propia vida.

—Y como sigas sin echarle cojones nunca vas a ser nadie ni para él, ni para ella, ni en esta puta familia, Finn.

Y con las mismas, volvió dentro de la casa, dejando a los muchachos con cara de derrota.

—Mujeres, Finn. ¿Quién las entiende? —intentó apoyarle su hermano mayor, a pesar de alinearse con el pensamiento de Polly. Sin embargo, su hermano pequeño estaba completamente derrotado, y por una vez... Decidió que no era el momento de hurgar en la herida.

El peso del apellido ShelbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora