Prólogo

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La tos apagada de Freddie Thorn reverberaba en la habitación. Ada se había acostado hacía un rato, y la pequeña hermana del comunista había tomado su relevo para acompañar al enfermo. 

Cuando escuchó el sonido de la respiración del mayor acompasarse, la joven se levantó y, meticulosamente, apartó el raído trozo de tela de la frente de su hermano. Salió del cubículo para acceder al baño contiguo y estrujó aquel trapo con toda la rabia contenida que no se permitía expresar llorando sobre el lavabo.  Dejó que cada una de sus penas calleran por aquel desagüe con la mezcla de agua y sudor extraída de la frente de su hermano, y contuvo un sollozo mientras enjuagaba aquel triste trapo con el agua fresca que corría. Cuando hubo depositado el agua sobrante, volvió a paso firme a la habitación de descanso del enfermo, y cerró a su espalda.

Faith Thorne se negaba a que el pequeño Karl volviera a tener pesadillas aquella noche. Llevaba varios días despertándose con terrores nocturnos y si no ver así a su padre aliviaba la conciencia del muchacho, cerraría a cal y canto si era necesario. «Yo tenía más o menos su edad cuando murió mamá» pensó.

—Estás muy callada esta noche, hermanita. ¿En qué piensas? —pronunció costosamente el ex-militar. Aunque no tosiera, la respiración y el habla eran dos habilidades que empezaba a costarle acompasar.

—Pensaba en Karl. Ada se lo ha llevado con ella a la cama, necesita descansar. Ambos lo necesitan... —se corrigió en seguida, mientras le terminaba de colocar la raída tela en la frente a su hermano.

—Y tú también deberías hacerlo —le reprochó su hermano, aliviado al notar el agua fresca en su frente— Gracias.

—Eres mi hermano, Freddie. ¿Quieres que te cuente lo que han hecho Isaiah y Finn esta tarde en la Compañía Shelby? Tommy les ha echado una buena bronca —inquirió la menor esbozando una sonrisa.

Freddie analizó el rostro de su hermana: era joven, y sin duda, muy hermosa. Se alegraba de que pasar tiempo con los chicos consiguiera sacarla de la rutina que estaba llevando cuidando de un enfermo. Que por décimas de segundo recuperara el brillo de sus enormes ojos verdes conseguía devolverle las pequeñas dosis de adrenalina que lo seguían atando a la vida. Como un adicto a su dosis, el mayor de los hermanos Thorne se aferraba a la alegría de su hermana para seguir adelante.

Y quiso escuchar su relato. Porque, por desgracia para él, era consciente del poco tiempo que le quedaba con su hermana. Y nada le hacía más feliz que compartir aquellos momentos con ella. Sin embargo, no podía evitar tener curiosidad...

—¿Por qué pasas tanto tiempo con los Shelby? —le apremió.

—¿Qué quieres decir?

—Que últimamente sólo me cuentas historias de esos muchachos... ¿Y los demás?

—Me he criado con ellos por tu culpa, ¿y ahora te molesta?

Faith, que tenía un sexto sentido digno de una gitana, no entendía por qué su hermano hablaba con tanta reticencia de los Shelby en su lecho de muerte. Estaba casado con una Shelby, por el amor de Dios...

Y, por mucho que le costara reconocerlo, él y Tommy se habían terminado respetando siempre a pesar de su oposición de pensamiento. Incluso el de ojos azules había ido a visitarlo más de una vez cuando ambos creían que la casa estaba vacía. Pero tanto Ada como Faith se las habían apañado para descubrirlos siempre, sin que ellos se enteraran. «Herir el orgullo de un hombre es la mayor ofensa que puedes hacerle» cabiló la joven.

—No me molesta, Faith.

—¿Y a qué viene ese tono condescendiente? —preguntó observando a su hermano con atención, para que supiera que iba a excrutar su respuesta al detalle.

El peso del apellido ShelbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora