Capítulo 6. Nada que demostrar

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—¡Al sofá! ¡Al sofá! —exclamó Aberama con el pequeño Finn apoyado en su hombro mientras Isaiah se limitaba a admirar la bonita casa de la hermana de éste.

—Pon algo para la sangre o mi hermana me mata —ordenó Finn a Isaiah antes de que se dispusieran a sentarlo en ningún sitio para curarle la herida.

Isaiah cogió un mantel de una pequeña mesita que Ada tenía coronando dos sofás, y rompiendo un jarrón de cristal a su paso. Las prisas por ayudar a su amigo y la preocupación por él lo estaban haciendo actuar como un imbécil.

—¡Ten cuidado, coño! Se gasta miles de libras en esas gilipolleces.

Las voces de los tres hombres sorprendieron no sólo a Ada, que no se había enterado de la entrada por culpa del sonido de la tetera, sino también a los dos huéspedes que se alojaban en el piso de arriba.

Ambas mujeres se dirigieron a la voz que retumbaba en la salita casi de manera instintiva. Sabían que algo no iba bien.

Manuel, por su parte, se limitó a seguir con sigilo a Faith. Acababan de llegar... No entendía qué podía haber sucedido para que alguien estuviera formando tal estrépito.

La primera en llegar al descansillo de la sala fue la rubia, que al ver la puerta entornada se sintió invitada a entrar, y accedió al habitáculo sin pedir ningún tipo de permiso.

Lo primero que sus verdes ojos captaron al entrar fue a un Isaiah deambulando de un lado a otro buscando algo que terminó por encontrar, mientras el señor Gold estaba encima de Finn intentando quitarle la chaqueta de lo que parecía un brazo bañado en sangre. Los gritos del joven quedaron opacados por la apariencia de su ropa.

Si no hubiera visto aquella afluencia de líquido rojo en el brazo del chico con el que se había criado, quizás habría sonreído al volver a ver tantas caras conocidas en la misma sala. Pero su preocupación por Finn y su instinto de enfermera le impidieron comportarse como una adolescente hormonal.

Nadie se había dado cuenta de la presencia de ella y Manuel en la sala todavía. Todos estaban inmersos en la herida que Finn se había hecho, aún nadie sabía cómo. Faith estaba segura de que habría sido con algún tipo de arma: pistola o cuchillo por la afluencia de sangre que emanaba de su brazo.

 Faith estaba segura de que habría sido con algún tipo de arma: pistola o cuchillo por la afluencia de sangre que emanaba de su brazo

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—Sácala de una puta vez y cóseme. ¡Venga!

Entonces Faith no tuvo dudas: era una herida de bala. Se aproximó enseguida a Aberama Gold y lo apartó del cuerpo de Finn. Manuel se había quedado petrificado, sino habría ayudado a su chica a realizar el procedimiento: extracción y torniquete. Pero ver a un civil herido de bala con aquel traje caro y aquel corte de pelo le estaba sobrepasando. Él acostumbraba a atender militares, no chiquillos como el que veía postrado en aquel sofá.

Finn fijó su vista en los ojos verdes de la mujer que lo observaba a través de un sinfín de largas y rizadas pestañas, y recordó la cantidad de veces que se había perdido antes en aquella mirada.

El peso del apellido ShelbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora