| C a p í t u l o N u e v e |

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Así se pronuncian los nombres de los protagonistas.
Paige: Peich. Y Kayden: Queiden.


 Y Kayden: Queiden

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Desaparecieron.

Juro que hace menos de cinco segundos en el rostro de Kayden estaban los moretones que recibió en la batalla de boxeo, pero por arte de magia desaparecieron cuando me giré a verlo otra vez.

Es imposible que eso haya sucedio, quizás estoy loca o alucinando, tal vez alguno de los hombres que están en la taberna está consumiendo alguna droga y el olor llegó a mí, no tengo idea.

Solo sé que lo que ví, o lo que creo que ví es imposible. Nadie puede sanar una herida en cuestión de segundos. Nadie. Ni Kayden, ni yo, ni el ser humano con más poder en el mundo.

Pero no pude contener el asombro y me quedé mirándolo como pedazo de idiota sin poder disimular, con la boca entreabierta y los ojos como platos.

—¿Te pasa algo? —preguntó— ¿por qué tienes ésa cara? —enarcó una ceja.

Evidentemente se iba a preguntar tal cosa, debo verme ridícula ahora mismo pero es que simplemente no sé controlar mis reacciones. El asombro, enojo, rabia o cualquier expresión se me nota a kilómetros de distancia.

—Tú... tú... ¿quién pide cerveza en plena tarde?

¿Qué le iba a preguntar? Ya ni siquiera sé que mierda ví, tal vez imaginé que tenía los golpes o estaba debajo de alguna luz que me dió esa impresión, sonaría como una loca si le digo:

Kayden, ¿Eres un Dios que sana las heridas? ¡Es imposible, maldita sea! Éstas cosas me pasan por juntarme tanto con Maury.

—No estábamos hablando de éso —respondió.

—Cierto —reí falso— ¿Qué era lo que me decías?

—Estabas por decirme porqué siempre pides cosas dietéticas cuando vas a algún sitio. —rodó los ojos— Estás delgada y además, ejercitas. Está bien que te cuides pero... —yo tragué saliva. El tema de mi diabetes aún es reciente y me duele hablar de ello.

—Soy diabética —lo interrumpí. Él se quedó mirándome— soy víctima de la hiperglucemia —le aclaré—, el día que nos conocimos me diagnosticaron la enfermedad.

—¿Y por qué no me lo habías contado?

—No tenemos tanta confianza como para eso...

—No eres un bicho raro por padecer de diabetes, —espetó— Es algo triste, pero normal —me encogí de hombros— yo que creía que lo que pasaba era que eres medio rara... —rodé los ojos.

—Pues no —zanjé.

—¿Y cómo te va con los medicamentos? —interrogó— no solo debes cuidar tu alimentación, sino también tomar pastillas... —lo interrumpí.

Sus Cinco Vidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora