One-Shot V (4/7)

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Sabriel 

¡Inocente!

Gabriel ya lo tenía todo preparado. El 28 de diciembre era su día favorito, pues era el día en que todo el mundo era víctima de sus bromas. Esa mañana se levantó temprano para tenerlo todo preparado, ya que quería que todo quedara espectacularmente perfecto. Sam, por otro lado, ni se acordaba de que día era. Iba tan estresado que no se fijaba en las fechas del calendario. Gran error, ya que no sabía la que se le iba a caer encima. Literalmente.

Cuando Sam se despertó, notó que la alarma le había sonado demasiado tarde. Intentó llamar a Dean, pero recordó que se había ido con Cas a resolver un caso en Misuri. Apurado, salió de la habitación donde alguien había puesto un cubo de agua en equilibrio sobre la puerta. Al caerle en la cabeza, Sam quedó empapado. No sabía quién se lo había puesto allí, pero estaba demasiado dormido como para pensar mucho, así que fue directamente a la ducha. Allí, la cosa tampoco mejoró, ya que al parecer, el agua caliente y el agua fría salían a chorros cuando les parecía. Tuvo que estar dando saltitos para mojarse el pelo y enjabonarlo, ponerle el suavizante, la mascarilla, etc. Cuando salió, se envolvió en su albornoz que, por alguna razón, estaba tres tallas más pequeño. Salió del baño como pudo para ponerse su ropa, pero lo único que encontraba en el armario era de color rosa fucsia. Las chaquetas, las camisas, los pantalones e incluso la ropa interior eran de un color rosa brillante. Así que no le quedó más remedio que ponerse esa ropa tan rosa, pero como tenía hambre pasó a la cocina a prepararse el desayuno. Cogió unos huevos para hacerse un revuelto, y los sacó de la nevera para después de prepararse un café. Mientras el café se hacía, notó que los huevos se movían un poquito. Se acercó a ver que pasaba, cuando dos pollitos rompieron la cáscara y sacaron su cabecita amarilla mientras lo miraban. 

—¡Mama!—chilló un pollito.

El otro lo imitó. Sam suspiró y se apretó el puente de la nariz. Alguien se había colado durante la noche a hacer todas esas gamberradas, y ya estaba hartándose un poco. Pensó en llamar a Dean, pero luego decidió no hacerlo. Era lo bastante mayorcito como para ocuparse solo de un bromista. 

Bromista

Mierda. Tendría que haberlo imaginado. Suponía que no estaba muerto, pero no se podía creer que hubiera decidido aparecer solo para gastar bromas pesadas. Miró el calendario y vio el día. Entonces pensó "Estoy jodidísimo". No sabía como iba a arreglárselas para encontrarlo ni para sobrevivir ese día, pero se puso el objetivo de atrapar al Bromista. Pero no iba a ser tan fácil, ya que los dos pollitos lo seguían a todas partes pensando que era su mamá, y no podía ni ir al baño tranquilo. Cuando fue a peinarse, no se fijó en lo brillante que estaba el cepillo, así que cuando se empezó a cepillar, este se le quedó enganchado en el pelo, y por mucho que Sam tirara de este, no se despegaba. Como no estaba dispuesto a cortarse el pelo, se dejó el cepillo ahí hasta que el pegamento se secara lo suficiente como para poder romperlo. Y así se paseaba Sam por el búnker: Vestido de rosa, con un cepillo pegado a la cabeza y dos pollitos siguiéndolo como si fuera la mamá gallina. Fue a la biblioteca a intentar leer un libro tranquilo, pero los únicos que encontraba eran novelas eróticas donde él era el protagonista. Desistió e intentó ver la televisión. Puso un canal de noticias, pero estas eran extrañas. Tenían titulares como "Un dinosaurio se come a una anciana por colarse en la cola del supermercado" o "El conejo de Pascua y Santa Claus se pelean en un bar por discutir quién pagaba la cuenta". Cambió de canal y se quedó mirando Scooby Doo. Tampoco estaba tan mal, después de todo. Entonces, vio algo que le dio una idea: Scooby Doo y su pandilla siempre atrapaban al malo con trampas elaboradas así que ¿porqué él no? Trazó un plan.

Primero, fue a la tienda a comprar chucherías, cuerda y un detector de movimiento. La gente lo miraba raro, pero por suerte y había conseguido desengancharse el cepillo del pelo. Luego montó su trampa en el sótano y simplemente esperó. No tuvo que esperar mucho. Una hora después de poner la trampa, el detector de sonido pitó. Sam bajó a ver lo que había atrapado, y vio a cierto arcángel colgando del techo cogido por un pie. Cuando Sam llegó, este estaba cruzado de brazos mientras lo esperaba. Boca abajo.

—Muy gracioso, Samsquatch.—le dijo—Ahora ya puedes soltarme.

—Me parece que no—le contestó Sam—¿Qué pretendías hacer?

—Bueno, es obvio, ¿no? Soy el bromista, estaba gastando bromas. Vamos hombre, no te habrás enfadado, ¿verdad?

—Contando que me has tirado un cubo de agua a la cabeza, has estropeado la ducha, me has encogido el albornoz, tengo toda mi ropa pintada de rosa, unos pollitos creen que soy su madre, los libros de la biblioteca dan mucha grima y las noticias no podían estar más de cachondeo, no, no estoy nada enfadado. ¿Sabes qué? Me parece que incluso te mereces un premio. ¿Te gusta la navidad.

—¿Sí, la verdad es que si?—dijo Gabriel, emocionado.

Luego, al ver la cara de Sam, cambió de idea.

—Mira, ¿sabes qué? No tampoco me gusta tanto. Mejor me dejas ir y ya nos veremos otro día. ¿Qué piensas hacer con eso? ¡No! ¡Nooooo!

Cuando Dean y Cas volvieron, lo encontraron todo decorado navideñamente. Unas guirnaldas verdes adornaban el búnker, habían campanillas colgadas de las paredes y un gran árbol de navidad se alzaba desde el centro del comedor . Sam estaba en la mesa principal con su ordenador, leyendo una página de curiosidades. 

—¡Hey!—saludó Sam—¿Qué tal lo habéis pasado?

—Bien—respondió Dean—Solo era un ghoul. Tengo tantas ganas de comer algo...

—He hecho pie—comentó Sam—Justo acababa de sacarlo del horno. Está en la cocina.

—Eres el mejor hermano del mundo—le dijo Dean, antes de correr hacia la cocina seguido por Cas.

Sam, subió las escaleras hasta llegar al piso de arriba, donde se veía toda la decoración del búnker. Allí, colocado encima del árbol atado y amordazado y cubierto de pintura dorada con un par de alas brillantes y un halo en la cabeza, estaba cierto arcángel. Le había costado bastante subirlo hasta arriba del árbol, pero había valido la pena. Sam se rió y le dijo:

—Si te portas bien y no vuelves a hacer tonterías, igual te ganas una piruleta, ¿de acuerdo?

Gabriel resopló, mientras ponía los ojos en blanco. Pero bien pensado, igual se lo merecía.

Supernatural Things IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora