Gato negro

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Una fuerte ráfaga de viento despeinó los frágiles cabellos de Hanabi Hyūga. La adolescente fijó sus ojos en el pozo hondo de aproximadamente tres metros, la tierra estaba algo seca y los encargados recién habían terminado el trabajo. A su derecha estaba firme e inamovible Ibiki Morino; ceño adusto y mirada severa, a su izquierda seguía el fiel y servicial Ko. Siempre flanqueada por esos dos hombres en todo momento. Ella no tenía miedo de su alrededor, sabía que estaba formidablemente protegida, Hinata se había encargado de que así fuera.

Hinata.

Si tan solo estuviera ahí con ella. Su hermana mayor. La que aceptó la misión de oscurecerse y vivir bajo la sombra, siempre protegiendo a la líder del clan. Y pensar que por muchos años incluso ella misma la despreció por ser "débil", igual que Hiashi, igual que Hayato, igual que todo el clan. No supo en qué momento de repente Hinata se convirtió en su puerto seguro, en el mástil firme del cual aferrarse. Jamás pensó que su hermana fuera tan bestialmente fuerte. Hiashi; su progenitor muerto, siempre lo dijo, "Hinata es fuerte mientras tenga que proteger a alguien".

Su padre. Su abuelo. Muertos.

La muerte estaba bailando entre los territorios Hyūga. De ser posible no quería que nadie más muriese. Intentaba ser fuerte pero ella también tenía un punto débil. Quedarse sola. Sentirse sola. Observó que el ataúd negro de su abuelo paterno era bajado con delicadeza hacia el pozo mortal donde quedaría sepultado para siempre, quiso llorar pero se mordió el labio inferior con fuerza y apretó los puños. No. No iba a llorar. No frente a su clan reunido, no frente a sus súbditos. No podía mostrar debilidad y carajos que no lo haría. Por Hiashi, por Hayato, por Hinata, por su orgullo, porque era la absoluta líder del clan Hyūga.

El abuelo se hundió tres metros bajo tierra. Se instalaba ahí para siempre. Enseguida el monje budista empezó a realizar una oración y todos los presentes en señal de respeto juntaron las manos y cerraron los ojos. Hanabi estaba por imitarlos cuando le llamó la atención una mirada fija en ella proveniente de una chica más o menos de la edad de Hinata. Cabello negro, piel clara, ojos calculadores; Hiroyuki Hyūga. No recordó exactamente si eran familiares directos o no, pero la expresión desafiante de la chica le hizo elevar una ceja con duda. Hanabi también tenía una mirada desafiante pero en esos precisos momentos no pudo mostrarla, lo único que hizo fue girar la vista solo para encontrarse con otro par de ojos mirándola severamente; Hirohito, un hombre alto y fornido de cabello oscuro que lucía al frente por medio de una trenza. Hanabi quiso orar por su abuelo pero ese par le provocaron molestia y frunció el ceño. Fue la mano grande de Ibiki sobre su hombro lo que la hizo volver en sí y cerrar los ojos para seguir al monje en sus plegarias.

Fue precisamente Ibiki Morino quien siguió con el juego de miradas frías y calculadoras, no había quién le ganara al hombre y fue testigo de cómo el hombre de trenza larga y lo que parecía ser su hija imitaban el rito funerario de los demás. El Tokubetsu Jōnin tomó nota mental de los dos, grabándolos en su memoria fotográfica. A veces las grandes rebeliones empezaban con un simple gesto y era vital el ser buen observador para prever futuros inconvenientes.

Los rezos terminaron de un momento a otro y un centenar de ojos lilas se abrieron para atestiguar las palas llenas de tierra que caía sobre el féretro de Hayato Hyūga. De pronto aquél hueco hondo se vio totalmente tapado. La gran mayoría empezó a dispersarse, regresando sobre sus pasos, pero Hanabi y sus guardianes se quedaron al filo de la tumba. De entre el gentío apareció Kurenai Yuhi, Kiba y Shino, con un semblante respetuoso.

―Lo siento mucho, Hanabi-sama ―pronunció la mujer de ojos rojos visiblemente preocupada al no haber visto a su alumna Hinata en el funeral ―, estamos agradecidos de que nos dejase presenciar el entierro de Hayato-sama.

Ella y su oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora