Oscuridad II

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Hisae tomó el cesto de los girasoles secos y enormes, empezando por deshojarlos para quitarles las semillas que fue colocando en un plato grande. Hanabi la contemplaba con pacifismo, una mirada seria y algo vacía, con las piernas cruzadas y la cabeza recostada sobre sus brazos contra la mesa. Su largo cabello no estaba arreglado con sus peinados orientales vistosos y complicados como antes, no había querido que Hisae la peinara después del juicio de su hermana mayor. Ahora mantenía su largo cabello café suelto, con un mechón sobre la cara.

—También haré manzanitas cubiertas de caramelo y mangos asados, ah, y las castañas que le regaló el señor feudal cuando vino. Las voy a cocer y puedo hacer dulces con los malvaviscos. Les puedo poner fresas, si quiere. —Le ofrecía Hisae con voz tranquila y maternal, llevaba hablándole así todo el día pero en ninguna de esas ocasiones Hanabi contestó aunque fuera un poco. Estaba ida del mundo, cansada.

Hashimoto se estaba haciendo responsable de los deberes cotidianos como aprobar las misiones de los Hyugas activos que eran ninjas, organizar las reuniones diplomáticas que se tenían con otras aldeas, asistir a los informes semanales de los clanes ante el Hokage y demás diligencias formales. Se le veía poco por la mansión debido al trabajo, teniendo que dejar a Hisae como encargada de lo que Hanabi necesitara.

—Hanabi-sama, con su permiso —Una sirvienta se asomó por la puerta abierta sin atreverse a entrar —. La busca Ibiki-san.

—Dile que salí. —dijo con voz aburrida, sin verla, acostando la cabeza sobre la mesa.

—Yo no te veo afuera. —Una voz grave y fuerte se escuchó tras la jovencita.

—Ibiki-san, por favor espere a mi ama en el recibidor. —Se escandalizó la sirvienta al ver que el hombre entraba sin más.

—Déjalo, Hizu, siempre hace lo que quiere. —Se quejó la castaña y de pronto el hombre la levantó de un salto tomándola de un brazo —. ¡¿Qué rayos te pasa?!

—Vamos a hablar. —Sin su voluntad Ibiki la arrastró dentro hacia otro cuarto. Hisae tiró lo que estaba haciendo y corrió detrás de Ibiki. El hombre soltó a la muchacha levantando las manos en señal de ser inocente y Hisae volteó hacia su dueña.

Hanabi frunció el ceño tanto como lo hacía en un pasado y enojada le dijo a Hisae que se retirara. La mujer grande no quería, pero tampoco podía desobedecer así que cedió.

—No tengo tiempo, Ibiki-san. ¿Qué quiere?

—¿No tienes tiempo? —Empequeñeció los ojos con total incredulidad —. Si mandas al pobre de Hashimoto para que te represente en todos los eventos. Te la pasas todo el día deambulando por tu mansión...

—Sí, bueno, fui diezmada, ¿recuerda? Mi mamá, Neji, mi padre, mi abuelo, mi hermana. No es ni un poco fácil de sobrellevar.

—El clan Hyuga se está cayendo, es lo único de lo que se habla en la aldea.

—Es solo otro clan que perece. —Se sentó en una silla cercana, mirando la imagen de la ventana. Se podía alcanzar a ver el estanque de ranas y nenúfares donde en tiempos mejores pasaba los atardeceres platicando con su hermana e Ibiki. Pero esos días ya eran lejanos. Tanto que dolían incluso.

—No es solo otro clan. Es el único clan con dojutsu. Y no puedes permitir que muera.

—Es solo un clan, Ibiki-san. —Puso los ojos en blanco.

—A tu hermana no le gustaría...

—¡Mi hermana está muerta! —gritó molesta —. Igual que madre, igual que padre, que Neji, que el abuelo, que el tío Hizashi. Todo aquél que se sacrifica por el clan, que se desvive por los Hyuga, ¡se muere! Este clan está maldito, ¿cree que no lo sé? Lo dicen por todas partes. Que estamos malditos. Que somos los nuevos Uchiha. Que tarde o temprano todos vamos a desaparecer. —Se levantó rápido y pateó una mesa que sostenía unas velas y varios portarretratos, tirando todo al suelo. Hanabi era impulsiva, fue por eso que se le dio el puesto de líder, porque no temía tomar decisiones, pero justo ahora su brújula y el escudo que la protegería de sus decisiones como líder, no estaba. No estaba el escudo. No estaba la brújula.

Ella y su oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora