Capítulo 8

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Nathaniel

Lo único que mantenía mi esperanza en pie, había muerto hace ya mucho tiempo. Sé que probablemente soy un cobarde, tal vez un estúpido, pero ya no veo como salir de mi mierda.

Este es el quinto aniversario desde la muerte de mi madre ... La persona que más amé en este mundo.

El alcohol recorre mi garganta, dejándome un sabor amargo al final.
Las luces de colores del kiosco donde acabo de comprar, alumbran levemente el panorama.

Y sí, aquí estoy yo, deprimido en el bordillo de una acera. Solitario, con una botella de ron y un cigarrillo a medio terminar.

Me he pasado toda la semana al pendiente de Nadine. Todavía sigo sin entender como rayos hizo para salir despedida hacia la parte trasera del hospital, y para colmo, sin siquiera una costilla rota.

El causante de que ahora esté internada fue el trozo de vidrio.

La impresión que me dio verla cubierta en sangre, me paralizó. Y es que ¡mierda! Nadie te prepara para esos momentos.

Yo más que nadie sabe lo que es ver una persona desangrada ...

Volteo la cabeza intentando sacar la imagen que aparece y profundiza mi impotencia.

— ¡DIOS!. — Aprieto mis párpados con fuerza, mientras hinco mis pies en el suelo, aplastando las suelas de mis zapatillas.

La cara del hijo de puta que me engendró se instala en mis pensamientos. El gatillo siendo jalado, y el sonido de un golpe en seco.

Mi madre bañada en su propia sangre y las lágrimas que desbordaban de mis ojos en ese momento, parecían ser los únicos testigos de como mi vida se acababa con el transcurso de los sollozos.

Mi mente siempre me juega en contra, es como si quisiera torturar lo poco que queda de mí a cada instante que pasa.

Coloco la capucha sobre mi cabeza, mientras tiro con todas mis fuerzas la botella de vidrio contra el asfalto, provocando que esta se convierta en pequeños añicos.

La luz de un departamento enfrente, se prende, a la vez que una señora en bata se asoma por su ventana.

Sin pensarlo demasiado, camino hacia mi auto y me subo, para terminar mi cigarrillo mientras manejo hacia Dios sabe dónde.

...

Mis manos arden enrojecidas por la fuerza que ejerzo sobre el volante. La frente me transpira y las ventanas están completamente cerradas.

Los arboles de roble me abren paso por la gran autopista a oscuras.

La luna llena hace que todo se vea realmente atractivo. Enciendo el aire acondicionado, mientras escucho Creep de Radiohead.

THE DESTINY OF THE LOST GIRL © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora