Capítulo 2: Despertar

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Con las manos cruzadas en la espalda, comencé a caminar hacia la máquina de criogenia frente a mí

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Con las manos cruzadas en la espalda, comencé a caminar hacia la máquina de criogenia frente a mí. El chico dentro de ella, seguía en la misma posición que lo había visto la última vez. Nada había cambiado.

A pesar de todo el tiempo que había empleado en tratar de despertarlo, siempre había fallado. Sentía vergüenza de mí misma.

— Mi tía ha muerto — comencé a hablarle como acostumbraba a hacerlo — Por eso regresé. Sé que te dije que no volvería hasta encontrar la manera de devolverte a la vida, pero este era un caso excepcional ¿lo entiendes?

Tomé la silla junto al escritorio, y la jalé hasta colocarla frente a la máquina.

— Si me has escuchado todo este tiempo, soy consciente de que me debes estar odiando. — declaré. Era muy poca la probabilidad de que él me oyera, pero no quería dejar ir mi fantasía. — Me refiero, tantas promesas que te he hecho y ninguna he cumplido.

Bajé la cabeza con culpabilidad.

— Admito que, en estos últimos meses, me he olvidado un poco de ti, y te pido perdón por ello. — confesé — Pero entiéndeme. Ya he perdido la esperanza de ser capaz de despertarte. — bufé — Y más ahora que me despidieron del trabajo.

Me puse de pie y pegué mi mano al cristal frío que lo protegía. Esa era la única forma en la que llegaría a tocarlo.

— Lo sient... — fui interrumpida cuando escuché un estruendo al otro lado de la habitación.

El escritorio se había volteado, la computadora yacía en el suelo y cientos de papeles estaban dispersos por todos lados. El culpable de todo esto se hallaba devorando una hoja junto al desastre.

— ¡Hey! — exclamé caminando hacia él — ¡No puedes comerte eso! — intenté quitarle el papel al perezoso, pero comenzó a alejarse de mí.

¿No se suponía que esos animales eran lentos?

Créeme, yo tampoco sé cómo podía correr tanto.

— ¡Detente! — grité mientras lo perseguía por toda la habitación. Logré alcanzarlo, cuando él solito se detuvo y soltó la hoja en el suelo, yéndose del lugar.

Gotas de sudor comenzaron a descender por mi frente y mi respiración estaba hecha un desastre.

— Esta me las vas a pagar, animal del demonio. — gruñí, sentándome nuevamente en el asiento con la hoja mordisqueada en mis manos.

Inesperadamente, escuché cómo la puerta del sótano era abierta y desde mi posición, podía ver la luz que entraba del piso de arriba. Me apresuré a salir del cuarto secreto.

— Nos volveremos a ver. — susurré hacia el chico congelado, justo antes de cerrar la puerta y ocultarla.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó mi tío cuando llegó al final de las escaleras. Traía una linterna y me miraba de forma acusatoria.

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