17. UN EXTRAÑO

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Extraño

Era demasiado inteligente para cometer errores, y le encantaba regocijarse en ello.

Todo salía de acuerdo al plan  excepto una cosa.

La chica, la pequeña que llevaba dos semanas atrapada allí abajo.

Y él no podía regocijarse en los errores.

Ridley  Trey era frágil, bastó con distraerla un poco. Hacer que una persona desvíe la mirada era sencillo, pero ¿Hacer que todo el mundo hiciera lo mismo? Es un truco más complicado, pero traía el doble de satisfacción. Y ella, no servía, era inútil y no parecía tener conocimiento de nada.

Pero ella tenía que saber, ella debía saberlo todo, o no estaría de pie frente a ella, perdiendo su tiempo.

Su frente estaba sudada y los rizos rubios se le pegaban al rostro y su piel estaba el doble de caliente de lo que parecía. Sus ojos estaban cerrados y sus labios pálidos estaban temblando. Sus manos cerradas, sujetando un objeto que de lejos parecía ser azul. Tocó su mano con el pie, revelando una pequeña tapa de una de las botellas de agua. Él frunció  el ceño, insatisfecho.

Ese imbécil la estaba dejando enfermarse, un lujo que no se podía permitir.

Él ya había escuchado eso de, si quieres algo bien hecho hazlo tú mismo, y estaba completamente de acuerdo. Normalmente, así es como trabajaba, pero no podía, no está vez al menos.

Esta vez, sus intereses no eran los únicos en juego. Esa, definitivamente, era la parte menos divertida de todo el plan.

Tomó el brazo de la joven, asqueado por el sudor  y  la deslizó hasta las almohadas conjuntas en una pequeña montaña en una esquina.

Aún necesitaba respuestas, pero era obvio que no pasaría esa noche. Eso no era su culpa, pero no por eso le molestaba menos, de hecho, tener las cosas fuera de su control lo enojaban más.

Se quedó mirando el cuerpo de la pequeña rubia.

El tiempo se estaba acabando, y las jugadas también. 

Eso no era precisamente un problema. Hacer planes lo hacía sentir como un agente del destino.

No importa el camino, no importa como, el resultado será el mismo.

Así que con su mirada en los rizos dorados de Ridley Trey, pero en realidad vagando en los rincones de su mente, empezó  a trazar más planes, revisar más variables, los planes de contingencia, el tiempo estimado...

Se detuvo.

Le faltaba algo, y sabía muy bien qué.  Una coartada, una que lo descartará por completo.

Necesitaba un chivo expiatorio.

Los humanos eran tontos. En algunas ocasiones, se preguntaba seriamente si él era uno; la respuesta que más le gustaba era que sí, sólo que más evolucionado, más inteligente... Simplemente mejor.

Solo hace falta una distracción, y las miradas irían allí, lejos, muy lejos de él.

Salió de la habitación, trazando en los mapas de su mente. Consideró las escenas más imposibles.

Por ejemplo, si su hermana lo descubría.

No la otra rubia, por supuesto. Que concentraba todo su potencial en su imagen. Ya le habían asegurado que no sería una amenaza, y él no tenía motivos para contrariar esa afirmación, aunque se hubiera sentido mejor si se encargaba él mismo. Todo era mejor así.

Lena, por otro lado, tenía muchos problemas, y ni siquiera eso la había alejado de Ridley y su tonta investigación. Pero era cuestión de tiempo, para que se rinda y decida que buscar a su hermana no vale la pena.

De igual modo, él trazó un plan para ella también, sólo por si acaso.

Maldición, de verdad necesitaba ese chivo expiatorio.

Empezó a subir y subir escaleras, que no hacían más que causar que se cansara, hasta que apareció la primera ventana.

Él se detuvo, y miró la ventana.

Afuera, había un banco desgastado y viejo junto a un columpio roto e igualmente antiguo, árboles y un montón de arbustos.

En medio de esa tétrica escena, que le pareció particularmente encantadora, estaba  su chivo expiatorio, su distracción, su comodín, su échapper au destin.

Aún con la vista en la ventana, sonrió.

Viper ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora