Capítulo 7. El aullido del coyote

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Las piernas flaquean con derribarme. Con delatarme.

Pero no dejaré que nada me derribe.

Le regalo una sonrisa nerviosa.

Trago saliva.

-Bueno, que yo recuerde no era una plática muy amena, por así decirlo abuelita.

Mientes.

Siento la garganta seca.

-Belén, no tienes del por qué ponerte nerviosa. -deja en claro tratando de tranquilizarme-. Recuerda que yo ya pasé por esa etapa, por cierto, verdad que es muy guapo.

Me mira cautelosa, como si mi permiso dependiera de mi respuesta.

No sé qué responder le, admito que, sí, es muy guapo, atractivo y un tanto odioso el condenado.

Mis extremidades se retuercen en mi interior.

-Es un tanto guapo, nada del otro mundo abuelita, no exageres por dios.-exclamo restandole importancia a su pregunta, mientras internamente muero de unos feos nervios.

-De acuerdo, si eso dices, tienes permiso de ir y no me llegues tarde. -me regala una sonrisa cálida y le doy un abrazo eufórico por la emoción, mientras planto un sonoro beso en su mejilla-. Y una cosa más Belén, tú y él mucha chito pueden platicar aquí afuera en los escalones de la casa nada de ir se a otro lugar. -dice en un tono de advertencia.

Le doy un asentamiento de cabeza.

-Por supuesto que si abuelita, lo tendré en cuenta. -espeto. Doy media vuelta y me voy.

Salgo al patio de enfrente, miro hacia la casa de mis vecinos solo para cerciorarme si realmente sigue Raúl en el corredor. Pero caigo en cuenta de que él ya no está en ahí, aguardo unos segundos recargada en la pared del baño, hasta que alguien sale de la casa.

Sonrió de alegría cuando escucho su voz.
Doy un paso adelanté y salgo de la oscuridad, para posarme en la claridad de la luz.

Lo detallo desde mi lugar. Él ahora se encuentra recostado en el corredor con la espalda recta recargada a la pared y sus brazos cruzados mirando a la nada, escuchando música de fondo. Haciéndolo lucir de una forma inexplicable.
Trago saliva y tallo mis temblorosas manos.

Levanto una de mis manos y comienzo agitar levemente haciendo le pequeñas señas en el proceso, pasan alrededor de casi dos minutos cuando veo que Raúl no reacciona antes mis señales, me canso y decido cambiar la técnica, empiezo agitar un poco más fuerte la mano mientras le chiflo.

Voy por el tercer o cuarto chiflido cuando finalmente la música cesa y Raúl voltea en ese instante hacia donde estoy, le hago una seña para que sepa que ya estoy libre de mis tareas, él lo único que hace es hacer un asentamiento de cabeza para después hacerme una seña con su mano diciendo que lo espere -creo yo-mientras se levanta de su lugar y se adentra a la casa de su tía.

En mi lugar, lo espero unos cuantos segundos, antes de avanzar hacia el portón improvisado de mi casa, no pasan ni cincuenta minutos cuando a lo lejos escucho como le dice Amaya a su hijo que no tarde demasiado, y al poco rato escucho el sonido de una puerta cerrarse.

Llego al dizque portón y al salir de este; lo veo ahí parado tapándose un poco con el árbol de limón.

Lo veo tan imponente.

Tan peligroso.

Tan misterioso.

Tan arrogante.

Y al mismo tiempo tan seguro de sí mismo.

Mis pensamientos terminan por abrumarme, la realidad me golpea, y vuelo asentir, los nervios traicioneros de hace tan solo, unos segundos atrás.

Verano InquebrantableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora