Capítulo 6. El permiso

203 106 41
                                    

Extrañada frunzo el ceño al ver la figura femenina tan familiar, parada ahí.

La reconozco enseguida.

Es la hija de mis tíos, mi prima menor.

Va a la primaria, es un tanto delgada y para su edad me rebasa en altura y estatura, a su lado me veo más pequeña de lo que estoy. Mi altura no ayuda nada con mi edad.

«Y ahora que querrá.» Pienso para mis adentros.

—¿Querías algo Pitaa?

En realidad, ella se llama Sophia Guadalupe, pero desde niña toda la familia le decimos por ese diminutivo.

Si suena como el nombre de Peeta Mellark. El chico lindo de los juegos del hambre, ese por el cual todas soñamos, y si digo todas porqué yo soy una de esas tantas chicas en el mundo.

—¿Está mi tía?

—Sí, está ahora le hablo, pero pásale no te quedes ahí afuera.

Le abro la puerta y ella ingresa.

—¡Abuelitaa! Te habla Sohpia.

Le grito por segunda vez en el día.

A lo lejos escucho el sonido de unos pequeños pasos.

—¡Pitaaaa! —grita mi hermano en tono eufórico lleno de alegría mientras la abraza por la cintura con sus pequeños bracitos.

Por cierto, ahora que lo pienso y este donde estaba metido.

—Oye loco ¿en dónde has estado en todo el día? —lo miro expectante, me mira, nos miramos mutuamente—. Aún no se me olvida que no me despertaste esta mañana.

Lo acuso.

Él me sonríe, mostrándome sus pequeños dientes.

Vuelco los ojos.

—Es que… se me... ovidoo.

Me trata de explicar.

Estoy a punto de replicarle cuando me interrumpen por segunda o tercera ocasión en el día:

—Hija, dime ¿qué paso? ¿Ocurre algo?
Habla mi abuelita, abrumándola con sus cuestionamientos.

—No tía, lo que pasa es que dice mi abuelita que vaya a la casa porque quiere darle algo o que mande a Belén.

—Ah bueno, hija, muchas gracias, ahorita mando a Belén.—la miro incrédula con los brazos cruzados—. Por cierto, antes de que te vayas, le puedes llevar a tu abuelita una rama de ciruelo para que la siembre, se la iba a mandar con Belén, pero ya que viniste, pues ya aprovecho y te la llevas.

—Si tía, yo me la llevo con gusto.

Dice pitaa haciendo un asentamiento de cabeza.

—Entonces déjame ir a buscarla.

Mi abuelita se va dejándonos solas, sumergidas en un profundo silencio. El cual decido romper:

—No has ido al río en estos días, Pita.

—Sí, hace una semana cuando salí de vacaciones. —me responde un tanto distraída, tratando de recordar algo—. Pero en estos días no he ido, según vamos el viernes, ¿quieres ir? —me pregunta amablemente.

—¡Ah lo quilla, eh! —le regalo una sonrisa pícara mientras la codeo levemente, para después agregar—. Encantada estaría de ir, pero ahora con lo de mi hermana mi abuelita no me deja ir al río.

Suelto un suspiro melancólico.

—Bueno ya no te preocupes por eso Belén, seguro que pronto te dejan ir, ya verás.

Verano InquebrantableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora