La máscara ladina - Acto III

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Ya es demasiado tarde para encontrar el camino de vuelta. Avanzo sin tener claro mi destino. Envuelto en la maleza me siento protegido, sé que ya nos hemos alejado suficiente, pero aún siento un amenazante miedo recorriendo mis vértebras por lo ocurrido. Puedo escuchar el armónico canto de la naturaleza y ver el hermoso baile de los rayos de luz que atraviesa las grandes hojas de los más robustos árboles y centellean al ser acariciadas por el sutil viento. Es prácticamente imposible apreciar el sol desde aquí abajo. Me pregunto cómo podrá la vegetación arbustiva crecer y sobrevivir sin su presencia.

Mientras ando me dedico a recoger las hojas que encuentro en mejor estado, caídas de las copas de aquellos imponentes y esbeltos árboles que en algún momento podrían recordarme a secuoyas centenarias por su porte, pero con la característica especial de tener gruesas hojas de superficie completa y abarquillada.

Por suerte me consideraba bastante mañoso, así que me detuve cuando conseguí los materiales necesarios. Anudo las hojas entre sí mediante enredaderas que corto y moldeo con la daga hasta hacer de aquello una estructura resistente similar a la de un textil. Con el último nudo logro que adquiera forma de bolsa. Ahora podría recolectar comida y otros útiles para el viaje.

Guardo la daga en la bolsa. Al mirarme en el reflejo de la brillante hoja metálica, puedo percibir una presencia de odio y culpabilidad hablándome. Aun así, deshacernos de ella sería una insensatez. Por mucho que me desagrade, sigue siendo una herramienta y elemento de defensa ante cualquier situación de supervivencia.

Debo dejar de perder el tiempo en nimiedades y darme prisa, la noche caerá pronto y el bosque dejará de ser una manta que nos cubra y proteja de los peligros, para convertirse en una verdadera jaula llena de depredadores sanguinarios y hambrientos, en la que mi visión sea un elemento inútil para la supervivencia y mi piel se congele ante la falta de una fuente de calor cercana.

Si muero será mi culpa por no haber aceptado mi destino, dejarme llevar por la curiosidad y salir de aquellas permanentes, seguras y solitarias cuatro paredes a las que llamaba mi hogar. Ahora la tristeza asciende hasta mis ojos «¿era aquello realmente la libertad?». Sólo me queda un mundo infinitamente amplio para algo tan diminuto como yo y todos los posibles riesgos que en él viven acechándome. Me trago mis lamentos con dolor y continúo andando en la misma dirección. Llorar ahora no nos va a ayudar en nada.

Ya anochece, por más que acelero el paso, no logro alcanzar a ver ningún lugar en el que resguardarnos. La música sigue sonando, nunca ha dejado de hacerlo. Con mayor o menor intensidad siempre lo ha hecho, viene conmigo, guardaré esperanza hasta que mañana amanezca.

Encuentro un pequeño lugar envuelto por arbustos y vegetación, para sentirme falazmente más protegido, en el que descansar. La oscuridad se cierne sobre mí mientras suena débilmente el canto de algún ave rapaz nocturna. El sonido pulido y melodioso de una flauta de pan resuena en el escenario y termina por adormecerme...

Me despierto al ruido de un agudo y estridente grito que viaja por el aire, esquivando el torso de los árboles y distintas criaturas, penetrando en los más recónditos lugares, hasta llegar a mis desprevenidos oídos. Yacía mi mochila contigua a mi brazo derecho, la recojo y me incorporo velozmente. Mi insaciable curiosidad me insta una vez más a investigar, debo estar alerta, el terreno me es desconocido y podría desorientarme.

Avanzo entre la maleza a paso lento en la dirección de la que provino aquel fatal sonido. Según avanzo los árboles menguan en tamaño y pierden su majestuosas y robustas hojas, que se empalidecen y marchitan hasta caer. Forman un mantillo sobre la superficie del suelo seco y crujen en cada paso que doy. El sol del amanecer comienza a ascender por el horizonte y tiñe el cielo de una gama rosa y violeta muy amplia a la par que mágica.

Tras un rato avanzando puedo empezar a escuchar de nuevo el dulce sonido de la flauta de pan que con anterioridad había sonado. La tomo como referencia y me guía hasta un claro en el bosque. Entre los troncos y ramas de los tétricos árboles, que ya dormitan su vitalidad a la espera de que en algún momento las condiciones para su resurgir sean más favorables, se deja entrever la figura de niña de pelo oscuro lacio y brillante con un note violáceo. Me aproximo cuidadosamente, casi de puntillas, para evitar provocar el quejido de las angustiosas hojas, hasta poder observarla con claridad. Su delgado cuello y sus manos dejan a la vista su frágil y blanquecina piel. En su pequeña mano derecha sostiene una artesanal flauta de pan de madera refinada. No lleva calzado alguno más que sus pies desnudos sobre el río de colores otoñales que forman las hojas. En la cara lleva una especie de máscara extraña hecha de algún tipo de arcilla de color blanco, con dos finas cejas negras pintadas sobre la hendidura de los ojos, y dos empinadas y pequeñas orejas que sobresalen por la parte superior; simulando la apariencia de un audaz y solemne zorro.

Se mantiene inmóvil con la cabeza alzada ligeramente hacia el cielo y los brazos débilmente separados de su torso. Una onda de aire recorre sorpresivamente mi cabello y finalmente llega hasta ella. Sin apenas tiempo de reacción, como si el bosque se hubiera chivado de mi presencia, gira instantáneamente su cara hacia mí. Me agacho lo más que puedo detrás de un arbusto oculto entre los troncos y mi respiración se hiela como si de una presa amenazada por su depredador natural se tratase. Oigo el fuerte latido de mi corazón preparado para correr en cualquier momento en la dirección más inesperada y siento mi piel completamente erizada por el miedo. Mi cuerpo tenso se mantiene fijo al suelo evitando hacer ningún movimiento, ni siquiera aquellos a los que me incitan mis constantes taquicardias.

Debido al mareo producido por la tensión excesiva, dejo de escuchar el sonido de las hojas cuando el viento las hace bailar. Tras unos minutos con mi conciencia debilitada, absorto en el silencio, oigo múltiples campanillas sonar débilmente en el aire, justo encima de mí, y volverse a enmudecer al momento. Surjo de los matorrales, la chica con la máscara de zorro que se encontraba en el pequeño claro arbóreo ya no está. Vuelvo a escuchar el tintineo de las campanillas a pocos metros, por mi lado derecho; pero antes de dirigirme hacia su dulce y libre sonido, me adentro en el claro para detenerme durante unos minutos a adorar ese techo cristalino tan inmenso y profundo como el mar, en constante movimiento, que a todos nos contempla y abarca por igual a lo largo de nuestra ínfima vida.

Absorto estaba, mientras el aire recorría mi cabello y acariciaba mi piel, hasta que el tintineo de las campanillas se repite en el mismo lugar que antes. Me recuerdan que debo seguir mi camino, pues la belleza no es más que un engaño de la naturaleza.

Segúnavanzo veo aparecer tras de mí un reguero de diminutas flores negras, quecrecen de la tierra que piso y se marchitan a los pocos segundos. Me agacho curiosoy delicadamente recojo una que llama especialmente mi atención, trato de preservarla con elcalor de mis dedos. Al igual que con el resto de florecillas, observo lospétalos arrugarse con vergüenza y pudor; su tallo se retuerce agónicamentehasta secarse, tornando su pigmentación negra vítrea en una marrón apagada.

En mi interior puedo sentir cómo una parte de mí se muere con ellas. Mis ojos se humedecen y caen las lágrimas por mis mejillas hasta llegar al suelo. Tal vez las flores encuentren un atisbo de vida en el agua de mi llanto. «¿Quién me dará a mí esa segunda oportunidad?» «¿Por qué me han ganado la debilidad y el miedo?». Pensaba mientras las lágrimas se congelaban sobre mi piel al entrar en contacto con el cruel, gélido y oscuro mundo exterior con el que chocaban al escapar de mis frágiles ojos.

«Eres fuerte» «Simplemente no es tu mejor momento». -Me repetía en bucle- «Sigue adelante pase lo que pase».

Agacho la cabeza, recojo mis brazos contra mi torso de manera afable y me digo: «Se acabó llorar».

¿A quién pertenecería una tierra inerte y demoníaca como aquella? Su oscuridad podría enturbiar los más brillantes corazones; corromper las más nobles acciones; sellar las verdades bajo su tierra y transformarlas en las más crueles mentiras. Es hora de encontrar respuestas.

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⏰ Última actualización: Dec 12, 2020 ⏰

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