Capítulo 8

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Quizás de tantas despedidas ya había olvidado ese sabor amargo, esa punzada ardiente en mi alma, o esa lágrima enemiga que me traicionaba, no volvió a insistir que me quedara, y yo la verdad deseaba tanto una vez más ser esa idiota que cree sus mentiras, y por una noche fingir que un adios no es tan poderoso como para separarnos. Caminé sin destino como lo había hecho durante treinta y seis años, era algo que me salía de lo mejor. Y entre mis demonios Nicols llegó a mi mente, la víctima de todo mi desastre llamada vida. Me colé entre las horas y llegué de madrugada; ella esperaba aún despierta, se veía misteriosamente hermosa detrás de esos rayos de luna adornando su silencio doloroso, su mirada me recordaba a alguna que vi en esas películas de mentiras vendidas. Sabía perfectamente de que iba todo, así que me abandoné a lo que sentía mi corazón, y aposté a su amor, a la sinceridad, y lo perdí todo; perdí su confianza, su cariño, incluso su piedad, y sin escuchar mis súplicas simplemente se fue como todas de mi vida. Y me quedé como al principio, como toda mi vida me sentí; sola, y era realmente irónico pensar que siempre estuve sola. Mientras fumaba recordaba mi infancia; solo logro ver que me gustaba correr junto a esos enormes labradores en el campo; me atropellaban con sus enormes patas, y sus lenguas húmedas me daban ese calor y ese cariño que mis padres buscaban en otras personas. Siempre recordaba lo mismo, el pasto en mis pies descalzos, la brisa de las montañas, ese frío colándose en la madrugada, la cabaña del lago, y los días de caza con mi abuelo. Añoraba tanto esa paz; mi vida era un desastre tan enorme que pensar en mi infancia solo me reiteraba lo mal que estaba.

Los días siguientes no es que cambiaran mucho, nada cambia cuando estás enamorada de alguien como Anna; alguien tan tóxico, alguien que te roba las ganas de vivir, que te mata al mismo tiempo de que te da vida, así era ella, única en su especie. Me estaba ahogando en la misma soledad que aprendí a amar en mi adolescencia, algo de que arrepentirme según los psiquiatras. Mi obsesión sexual solo empeoró en esos días, estaba con cualquiera, pero nadie me gustaba realmente, solo quería olvidarla en otros cuerpos; sin embargo cuando terminaba de estar con una mujer, me percataba de que Anna era imposible de olvidar con otra mujer. Llegué entonces a otra pregunta, que era peor, tenerla a mi lado, o dejarla ir, que era realmente doloroso en ese momento. Tenerla nunca la tuve, amarla era como esas ilusiones, como esos sueños imposibles de cumplir, a esas alturas ya se había olvidado de alguien tan insignificante como yo, como lo era yo para ella, solo una historia más, una buena historia que contar.

Sentí tanta nostalgia de ese campo, de esa cabaña, de ese lago; que huyendo de mi vida, de mi edad, de mi soledad fui a parar al fin del mundo; y descubrí que en fin del mundo también existe amor.

Ella apareció de la nada con sus cabellos de fuego, sus ojos como lagos sin más reflejo que el magnífico cielo de su alma; con sus piernas largas, sus manos delicadas, sus labios sonrientes incluso en el dolor de mi mirada, con esos hoyitos en sus mejillas, con esa voz de ángel, con sus gestos de madame, con sus ropas holgadas, y esa vista del mundo que yo nunca pensé encontrar. Sus anteojos pretendían ocultar lo increíblemente atractivo de su mirada profunda, cristalina, podía jurar que nos conocíamos desde siempre, y no pude evitar mis ganas incontrolables de hablarle, de pasar una noche a su lado, sin sospechar que se me convertiría en costumbre ese deseo. Pero le temía a su personalidad, la veía a menudo en el pueblo, visitaba la misma cafetería, tomaba en mismo café amargo que yo, a la misma hora y en el mismo lugar, leía el diario, saludaba a la mesera como si se conocieran de años, sonreía ante los comentarios de su ropa ese día; me miraba como una gota de agua en una lluvia incesante, y yo me castigaba por temerle, algo que nunca me había pasado con una mujer. Una tarde mientras caminaba por el pueblo la vi saliendo de un bufete, por lo cual deduje que era abogada o algo parecido, y así de a poco mi día a día se convirtió en buscar una estrategia para chocar con ella, algo que no tuvo mucho resultado, hasta una mañana que arrasaba de nevada se me acercó sin previo aviso en la cafetería.

Invítame a ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora