Capítulo 10

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No volvió a decir nada, simplemente recogió sus cosas y antes de salir me aseguré de que el pasillo estuviera despejado. Me sentía fatal, me gustaba de más, tenía que admitirlo, era algo difícil de negar, ese tiempo juntas me recordó mi historia con Anna, quien era esa mujer en mi vida, la añoré más que al principio, casi caigo en la tentación de llamarla, de irme de ese maldito pueblo, y predestinarme a pagar toda una vida por tenerla, morirme de celos y rencor mientras esperaba que terminara con sus clientes, y luego tragarme el cuento de que no nacimos para estar juntas a menos que yo pague. No salí en unos días, había perdido la noción del tiempo, una extraña sensación de necesitar el cuerpo de Amalia me atacó, quizás no era su cuerpo en particular, quizás era el deseo incontrolable de mi cuerpo por tener sexo, lo común, después de estar tanto tiempo quieta comenzar por lo alto te lleva a un nivel superior, y esa abogada dentro del closet tenía gracia para el sexo, para el buen sexo, pero quería algo distinto, quería algo rudimentario, en un baño público, sexo duro, no sé cuantas cosas me pasaron por la mente, nuestra escena en un lavado, ella contra el espejo, viendo su rostro de vicio, su cabello húmedo del sudor, sus piernas levantadas, dios, que maravillosa se sentiría su piel en lugar prohibido. Mis manos no resistieron, y comencé a tocarme diferentes zonas erógenas, era realmente estimulante, no era de mucho masturbarme, ni siquiera en la juventud, siempre tenía amantes como Martita, como extrañaba a Martita, que me ayudaban con los calentones,  pero en un pueblo judío quien podría ayudarme, solo me consolaba saber que algunas de las trabajadoras del hotel no eran precisamente de ese pueblo, sino de otro cercano, se me encendieron las ideas, y salí de cacería. Me puse uno de los conjuntos que me había comprado, siempre de negro, mi ropa interior nueva, mi mejor perfume, y dos pasadas por mi cabello eran suficientes. Me escabullí por los pasillos que no llevaban a ningún lado, para ser un hotel sin nombre, era bastante amplio, por lo cual coincidía con mi idea de que necesitaba más trabajadores que los habitantes de este pueblo. Vi varia mucamas, todas entradas en los cincuenta, no me gustaba esa edad, me estaba convirtiendo en alguien bastante selectiva para las amantes. Seguí mi recorrido con paciencia, me recordaba bastante a la universidad, cuando mis amantes quedaban en verme en esos pasillos desolados, y todo por miedo a salir del closet, era excitante, poco me importaba que tuvieran miedo que nos vieran, lo que quería era complacer mis calenturas, y hasta las monjas en esos pasillos gritaron '' Dios Mío'' cuando les mostraba el verdadero cielo. Seguí caminando, puertas a mi izquierda y a mi derecha,  todo tan espantosamente parecido a las pelis de terror que veía con mis amigas de instituto, y claro, aprovecha la parte en que aparecía el asesino para toquetearlas, comenzar consolando, y terminar follando, es increíble, como habían pasado los años sobre mí, me parecía un siglo esas historias de porros y bebidas en un acampado cerca de la costa. Todo eso había quedado atrás, y mi vida entraba en la etapa aburrida de sentar cabeza después de meter la cabeza entre tantas piernas. Estaba tan sumida en mis pensamientos que no vi a esa rubia que escondía el cigarrillo al verme, me di cuenta de sus ojos grises al acercarme, era linda, solo linda, hermosas y bellas eran Anna y por supuesto Amalia; en ese instante una idea descabellada me vino a la mente, quizás me gustaban tanto porque comenzaban sus nombres con A y esa letra parece una mujer de piernas abiertas bajando su tanga; dios, como no lo había pensado antes, me eché a reír, la soledad me estaba volviendo loca. La rubia enfrente de mí le sorprendió mi reacción, y mostrado su perfecta dentadura de mármol tallado en diminutos y provocativos dientes que terminaban a mi vista en sus afilados colmillos de vampiresa, sus labios eran amplios, podía sentir en mi piel como debería ser un beso de ella, había probado con mujeres así, sus bocas son como almohadilla húmeda que se apoza en tu piel y succiona delicioso, mi vagina no se aguantó y  me comenzó a arder del deseo, quería tenerla ahí abajo, pero solo las lesbianas convencidas aceptan a la primera, las curiosas disfrutan, no participan. Nada que perder, me lancé y terminé con una chupada digna de dioses, por dios, no me equivocaba nunca, su boca estaba hecha para comer coño, o verga, lo que viniera, pero de la forma en me trató era de coño sin dudarlo. Terminé con mi calentura, y me fui a mi habitación, por dios, mi ropa interior había quedado inservible, ninguna pasaba de una noche, al día siguiente tenía que votarlas. Aún no estaba satisfecha y me volví a vestir para salir, nada del otro mundo, solo una vuelta.

Invítame a ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora