Penumbra

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- Habla el detective Evans - frente a él se encontraba un policía con un portátil y unos aparatos que parecían conectados al teléfono, Evans le dedicó una mirada y el oficial respondió con un ademán de manos pidiendo que continuará.

- Vaya... No me han dado tiempo ni siquiera de prohibir la intervención policial... Aún eres poli ¿no? - soltó una carcajada.

- ¿Quién eres? - mantenía sus sospechas, pero tenía que asegurarse

- ¡Jum! Tengo que darte crédito Evans, no has cambiado nada, sigues siendo ese niño apresurado y ansioso... El mismo que lloraba cuando los más grandes no querían jugar con él... - el detective quedo en silencio por un momento.

- ¿Qué es lo que quieres? - mantenía su voz neutra.

- Que aburrido eres Evans, le quitas lo divertido a todo.

- ¿Por qué te llevaste a Isabelle? - trataba de hacer tiempo, el oficial continuaba localizando la llamada.

- ¡Cierto! El pequeño pajarito, olvide cambiarle el agua de su bebedero... Que tonto soy.

- ¡Deja de jugar! - golpeó el escritorio dejando ir la poca paciencia que le quedaba.

- Uy pero que carácter, mira la hora, que tarde es, seguramente tu perrito cibernético ya logró ubicarme así que no te quito más tiempo... Hasta pronto hermanito.

La llamada finalizó, Evans miró al oficial quien le indicó que tenían la ubicación.

- La computadora indica que la llamada salió de la plaza de enfrente...

- Ese hijo de perra... - el detective salió del edificio lo más rápido que pudo, cruzó la calle sin cuidado alguno hasta llegar a la plaza, con la mirada buscaba al hombre con el que momentos atrás hablaba por teléfono.

- ¡Detective! ¡Detective! - el oficial de policía corría detrás de él - no creo que lo encuentre detective, existen tecnologías que pueden burlar nuestros aparatos, redireccionan la señal par... ¡Detective!

Evans se acercó a la estatua postrada en el centro de la plaza, sabía por qué su hermano había escogido este lugar específicamente para construir el edificio principal de su empresa, veía su infancia y adolescencia reflejada en cada rincón de la plaza, allí pasaban las horas después de clase, sus padres trabajan todo el día y encontraban aburrido quedarse en casa sin nada que hacer.

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En una banca algo apartada, dos jóvenes de 12 y 16 años compartían un helado, aun llevaban el uniforme de la escuela, sus mochilas a un lado en el piso.

- Algún día seremos ricos y nuestros padres no tendrán que trabajar más, podrán estar con nosotros todo el día - el más joven se había levantado y empuñaba sus manos en señal de determinación.

- Se vale soñar hermanito - el más grande dibujo una sonrisa.

- Ya lo veras Evans ¡seremos los amos del mundo! - el helado se derretía en sus pequeñas manos que aún mantenía elevadas, hasta que fue arrebatado dejando solo el rastro pegajoso en sus dedos - ¡ey!

- ¿Por qué siempre tienes que escoger este horrible sabor? - un chico más grande de unos 20 años se encontraban detrás del más joven, sosteniendo el derretido helado.

- ¡Oye! No seas así Rick devolvedme mi helado... - el más grande le dio una gran mordida y extendió lo que quedaba al pequeño - ¿Qué? Pero si te lo has acabado, que malo - bufo.

- Deja de llorar como un bebé, hay trabajo que hacer, la anciana de la florería saldrá hoy al banco y es nuestra oportunidad de hacernos con una buena pasta.

Tú... Mi fuerza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora