Ex hoc momento pendet aeternitas. (La eternidad pende de este momento)
Inscripción en un Rel. De sol, Middle temple (Londres)
Cuando pude volver a ver con claridad, un coche de época doblaba la esquina y yo me encontraba arrodillado en la acera temblando del susto. Había algo que no encajaba en la calle, algo diferente a su aspecto actual. En los últimos segundos, todo había cambiado. En lugar de llover, en esos momentos, soplaba un viento helado, y era mucho más oscuro que antes, casi de noche. El magnolio no tenía flores ni hojas. Ni siquiera estaba seguro de que fuera un magnolio. Las puntas de la verja que lo rodeaba estaban pintadas de dorado. Habría jurado que el día anterior aún eran negras. De nuevo un coche de época dobló la esquina. Era un vehículo extraño, con ruedas altas y radios claros. Miré a lo largo de la acera. Los charcos habían desaparecido. Y las señales de circulación. En cambio, el pavimento estaba deformado y abombado, y las farolas tenían un aspecto distinto, su luz amarillenta alcanzaba hasta el siguiente portal. Tenía un mal presentimiento, pero no estaba dispuesto a reconocerlo. De modo que respiré hondo y luego volví a mirar alrededor, esta vez más a fondo. Bien, en realidad, no habían cambiado tantas cosas. La mayoría de las casas tenían el mismo aspecto de siempre. Aunque, al fondo, la tienda donde mamá compraba siempre aquellas deliciosas galletas Prince of Walles había desaparecido, y en la esquina había una casa con unas macizas columnas en la parte delantera que nunca había visto. Un hombre con sombrero y un abrigo negro me dirigió una mirada ligeramente irritada y siguió adelante sin decir nada y sin siquiera ayudarme. Me levanté y me sacudí la suciedad de las rodillas. El mal presagio se convirtió lenta pero inexorablemente en una terrible certidumbre. ¿A quién quería engañar? No había ido a parar casualmente a una carrera de coches antiguos, ni el magnolio había perdido sus hojas de repente. Y aunque hubiera dado cualquier cosa para que en ese momento apareciera Nicol Kidman, por desgracia, aquello tampoco era un escenario de una película de Henry James. Sabía perfectamente lo que había ocurrido. Sencillamente, lo sabía. Y también sabía que tenía que haber algún fallo. Había aterrizado en otra época. No Minho, si no yo. Alguien había cometido un grave error. De repente empezaron a castañearme los dientes. No solo de la excitación, sino también del frío. Estaba helado. Las palabras de Minho resonaron de nuevo en mis oídos. "Cuando llegue el momento, sabré lo que tengo que hacer." Claro, Minho sabía lo que tenía que hacer, pero a mi nadie me había explicado nada. De modo que me quedé plantado en un rincón de la calle temblando y observando como la gente que pasaba me miraba boquiabierta, aunque, a decir verdad, no era mucha. Un chico joven que llevaba un abrigo que le llegaba a los tobillos y una cesta al brazo se acercaba seguida por un hombre con sombrero y el cuello subido.
—Perdone —dije—, ¿le importaría decirme en qué año estamos? —La mujer hizo como si no me hubiera oído y aceleró el paso, el hombre sacudió la cabeza.
—Que desvergüenza —Lancé un suspiro. De todos modos, la información tampoco me habría servido de mucho. En el fondo importaba poco que nos encontráramos en el año 1899 o en el 1923. Pero al menos sabía dónde estaba. Vivía a apenas cien metros de aquí. Lo más sencillo era ir a casa. Algo tenía que hacer, ¿no? A la luz del crepúsculo, la calle tenía un aspecto pacífico y tranquilo mientras volvía despacio hacia casa mirando en todas direcciones. ¿Que era distinto? ¿Qué era igual? incluso observándolos más de cerca, los edificios se parecían mucho a los de mi época, pero al mismo tiempo tenía la sensación de que había muchos detalles que veía por primera vez; aunque también podría haber sido que no me hubiera fijado mucho en ellos. Instintivamente lancé una ojeada al otro lado de la calle, al número 18; pero la entrada estaba vacía, no había ningún hombre de negro a la vista. Me detuve. Nuestra casa tenía el mismo aspecto que en mi época. Las ventanas de la planta baja y el primer piso estaban iluminadas, y también había luz arriba, en la habitación de mamá. Sentí una terrible añoranza de verla. De los remates de las ventanas del tejado colgaban carámbanos. "Cuando llegue el momento sabré lo que tengo que hacer." Haber, que habría hecho Minho en este momento. Se estaba haciendo de noche y hacía un frió que pelaba ¿A dónde hubiera ido Minho para no congelarse? ¿A casa? Miré hacia las ventanas de la fachada. Tal vez mi abuelo ya viviera en esa época. Tal vez incluso me reconociera al verme. Al fin y al cabo me había hecho saltar sobre sus rodillas cuando era pequeño... ¡Bah, tonterías! Aunque yo hubiera nacido, difícilmente iba a poder acordarse de que iba a mecerme en sus rodillas cuando fuera un anciano. El frío que se colaba bajo mi impermeable hizo que me decidiera: sencillamente llamaría y pediría alojamiento por una noche. La cuestión era como iba a hacerlo. "Hola, me llamo Felix y soy el nieto de lord Lucas Montrose, que posiblemente aún no haya nacido." No podía esperar que me creyeran. Probablemente, de un momento a otro me encontraría encerrado en una institución mental y seguro que en esa época eran lugares siniestros de los que, una vez dentro, ya no se volvía a salir jamás. Por otra parte, tenía pocas alternativas. Pronto estaría todo oscuro como boca de lobo, y tenía que encontrar un sitio donde pasar la noche si no quería congelarme. Y no quería que me descubriera Jack el destripador. ¡Maldita sea! ¿Cuándo había actuado el Destripador exactamente? ¿Y dónde? ¡Esperaba que no en el respetable barrio de Mayfair! Si conseguía hablar con uno de mis antepasados, tal vez pudiera convencerle de que sabía más cosas de la familia de las que podía conocer un extraño, ¿quién por ejemplo, aparte de mí, podía responder sin vacilar que el caballo del tatatatarabuelo Hugo se llamaba Fat Annie? Aquello solo podía saberlo alguien de dentro. Una ráfaga de viento hizo que me estremeciera. Hacía un frío terrible. Parecía que en cualquier momento fuera a ponerse a nevar. "Hola, me llamo Felix y vengo del futuro, como demostración, puedo enseñarles esta cremallera. Apuesto a que aún ni se ha inventado ¿no es verdad? Igual que los Jumbos, la televisión, las neveras..." Al menos podía intentarlo. Respiré hondo y me dirigí hacia la puerta. Los escalones me resultaban extrañamente familiares y diferentes al mismo tiempo. Instintivamente alargué la mano para pulsar el botón del timbre. No había ninguno. Por lo visto, los timbres eléctricos aún no se habían inventado. Por desgracia, aquello tampoco me daba ninguna pista sobre el año en que me encontraba. Ni siquiera sabía cuando habían inventado la corriente eléctrica. ¿Antes o después de los barcos de vapor? ¿Nos lo habían explicado en la escuela? Si lo habían hecho, por desgracia, no podía recordarlo. Encontré un pomo que colgaba de una cadena, parecido al antiguo tirador del anticuado valer de casa de Hyunjin. Tiré enérgicamente y oí sonar una campana detrás de la puerta. ¡Ay, dios! probablemente abriría algún miembro del servicio. ¿Qué podía decir para que me llevara ante la presencia de algún familiar? ¿Tal vez aún vivía el tatatatarabuelo Hugo? o vivía ya. O lo que fuera. Sencillamente preguntaría por él. O por Fat Annie. Oí unos pasos que se acercaban y me armé de valor. Pero ya no pude ver quién abría la puerta, porque en ese instante volví a sentir un tirón en los pies que me lanzó a través del tiempo y el espacio y luego me escupió de nuevo. Me encontraba otra vez sobre la alfombrilla de la puerta de casa. Me puse de pie de un salto y miré a mí alrededor. Todo se veía como antes, cuando había salido a comprar caramelos de limón para la tía Maddy. Las casas, los coches, e incluso la lluvia. El hombre de negro en la entrada del número 18 me miraba fijamente.
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Rubí, el último viajero del tiempo (Jilix-Hanlix) Libro 1 de la trilogía
FanfictionEn casa de Lee Felix nada ni nadie es del todo "normal", empezando por su excéntrica (¡y chismosa!) tía abuela Maddy, que tiene extrañas visiones, pasando por Lisa, que se escapó de casa hace 17 años sin dejar rastro alguno... Y para acabar, también...