Capítulo 13

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Había aterrizado en blando sobre mi propio trasero, pero no estaba en condiciones de levantarme de nuevo. Parecía que todos los huesos de mis piernas se hubieran volatilizado, temblaba de arriba abajo y mis dientes castañeaban salvajemente.

—¡Levántate! —Jisung me tendió una mano. Había vuelto a colocarse la espada en el cinturón, y me estremecí al ver que tenía sangre pegada—. ¡Vamos, Felix! La gente empieza a mirar.—Ya hacía rato que se había hecho de noche, pero habíamos aterrizado bajo una farola en algún lugar del parque. Un corredor con cascos en las orejas nos dirigió una mirada de extrañeza al pasar.—¿No te había dicho que te quedaras en el coche? —Como no reaccionaba, Jisung me sujetó el brazo y me estiró hacia arriba. Estaba pálido como un muerto—.Esto ha sido totalmente irresponsable y... terriblemente peligroso y... —Tragó saliva y me miró a los ojos—. Y, maldita sea, muy valiente por tu parte.

—Pensaba que se notaría al tocar las costillas —murmuré sin parar de castañear los dientes—. No pensaba que fuera una sensación... parecida a cuando cortas una tarta. ¿Cómo es que ese hombre no tenía huesos?

—Seguro que tenía —repuso Jisung—. Tuviste suerte y la hoja pasó entre ellos.

—¿Se morirá?—Jisung se encogió de hombros.

—Si fue un pinchazo limpio, no. Pero la cirugía del siglo XVIII no puede compararse precisamente con la de Anatomía de Grey. —¿Qué demonios significaba un pinchazo limpio?¿Cómo podía ser limpio un pinchazo?¿Qué había hecho? ¡Muy posiblemente acababa de matar a un hombre! La idea casi hizo que volviera a desplomarme, pero Jisung me sostuvo.—Ven, tenemos que volver a Temple. Los otros estarán preocupados.—Por lo visto, sabía exactamente en qué lugar del parque nos encontrábamos, porque me arrastró con paso decidido camino abajo, pasando junto a dos mujeres que paseaban a sus perros y que nos miraron intrigadas.—Por favor, deja de hacer ruido con los dientes. Es siniestro —imploró Jisung.

—Soy un asesino —murmuré yo.

—¿No has oído nunca la expresión «en defensa propia»? Te defendiste a ti mismo, o, mejor dicho, a mí, para ser exactos.—Jisung esbozó una sonrisa, y en ese momento se me ocurrió que hacía solo una hora hubiera jurado que nunca sería capaz de reconocer algo así. Y de hecho no lo era.—No es que fuera necesario... —objetó.

—¡Ya lo creo que era necesario! ¿Cómo tienes el brazo? ¡Estás sangrando!

—No tiene importancia. El doctor White lo curará.—Durante un rato caminamos juntos sin decir nada. El aire fresco de la noche me sentó bien: poco a poco mi pulso se tranquilizó y mis dientes dejaron de castañetear.—Me dio un vuelco el corazón cuando te vi ahí de pronto —confesó Jisung finalmente. Me había soltado el brazo. Por lo visto, creía que ya estaba en condiciones de sostenerme sobre mis piernas sin su ayuda.

—¿Por qué no llevabas una pistola? —le espeté—. ¡El otro hombre tenía una!

—No una, sino dos —repuso Jisung.

—¿Y por qué no las utilizó?

—Lo hizo. Mató al pobre Wilbour y el disparo de la segunda pistola no me acertó por poco.

—Pero ¿por qué no volvió a disparar?

—¿A ti qué te parece? Pues porque cada pistola tiene un solo disparo —aclaró Jisung—. Las pequeñas y prácticas armas de fuego que conoces de las películas de James Bond aún no se habían inventado.

—¡Pero ahora sí que se han inventado! ¿Por qué te llevas al pasado una estúpida espada y no una pistola como Dios manda?

—No soy ningún asesino a sueldo —contestó Jisung.

Rubí, el último viajero del tiempo (Jilix-Hanlix) Libro 1 de la trilogíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora