Cassiopeia no quiere casarse. Está destinada a ello desde muy pequeña, pero ahora ya no habrá vuelta atrás: deberá embarcar en el Titanic para casarse en América con alguien que no conoce. Sin embargo, en su estancia en el Buque de los Sueños, conoc...
Bajé de mi carruaje agarrada del brazo de mi hermana Rose, la cual iba adornada con una pamela muchísimo más grande que su cabeza. Levanté mi vista y observé de punta a punta el Titanic. Era el buque más grande que había visto en mi vida, pero no el más bonito. Suspiré y miré a mi hermana, la cual también tenía una apariencia nerviosa, pero ese nerviosismo parecía venir cubierto de una especie de coraza de orgullo.
–¿Todo bien, niñas?– preguntó nuestra madre. La miramos y asentimos como sumisas.
Comenzamos a caminar y a abrirnos paso entre toda la gente que observaba el barco. Mis nervios eran completamente notables debido al horrible destino que me deparaba si me subía a aquella embarcación.
–Cassie, ¿te encuentras bien?– preguntó mi hermana preocupada–. Tu tez está pálida.
–Estoy bien– mentí–. Sólo estoy un poco sofocada.
–Sé perfectamente por qué estás así, Cassiopeia– dijo seria mientras seguíamos caminando–. Y te entiendo; yo tampoco quiero casarme.
La miré con los ojos aguosos y suspiré mirando al frente de nuevo.
Subimos la gran rampa que llegaba hasta la entrada del Titanic. Por dentro estaba gritando, suplicándole a quien fuera que pudiera escucharme que me salvara, pero fue completamente en vano: ya estábamos dentro del barco. El olor a pintura y a muebles nuevos me invadieron por completo.
Llegamos a nuestro camarote después de atravesar un larguísimo y casi infinito pasillo, colocamos todo lo que habíamos traído para ese mes de travesía y, cuando acabamos, nos dirigimos hasta el comedor para tomar nuestro almuerzo, no sin antes contemplar cómo navegaba el Titanic, cosa que me pareció un completo espectáculo, pero a mi madre le parecía algo indigno de admiración. Todo aquello estaba lleno de gente muy importante y adinerada, pero a mí eso no me importaba lo más mínimo: yo sólo quería que aquella pesadilla se acabara pronto.
–Cassiopeia, Rose, ella es la condesa de Rothes– dijo nuestra madre con una sonrisa.
–Encantada, niñas– habló la mujer sonriente–. Son espléndidas, Ruth– continuó diciéndole a nuestra madre como si nosotras no estuviésemos allí, como si estuviesen hablando de un jarrón nuevo que la otra acababa de comprarse.
Al cabo de un rato, decidí salir a tomar un poco el aire y a disfrutar un poco de las vistas. Una vez fuera, suspiré profundamente inundando mis pulmones con la brisa marina que me rodeaba. Apoyé mis brazos en una de las barandillas que allí habían y miré hacia el cristalino mar. De pronto, subí mi mirada y observé a un chico rubio, el cual me miraba sin disimulo alguno. Sonreí levemente y él me saludó con su mano.
–¡Cassiopeia!– gritó alguien a mis espaldas–. ¿Se puede saber qué es lo que haces aquí?
–Mamá, sólo quería tomar un poco el aire– le contesté.
–Has hecho que quede en vergüenza delante de toda esta gente– dijo entre dientes mientras agarraba fuertemente mi brazo–. No te hará bien hacerme enfadar– amenazó y me sacó del lugar casi arrastras.
