𝓔𝓵 𝓭í𝓪 𝓮𝓷 𝓮𝓵 𝓺𝓾𝓮 𝓮𝓵 𝓯𝓾𝓮𝓰𝓸 𝓼𝓮 𝓽𝓸𝓻𝓷ó 𝓪𝔃𝓾𝓵

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─Lo lamento mucho, Anastacia. No podré cumplir mi promesa al final... 

─Eh, jeh... disculpa, caballero... ¿qué fue lo que dijiste? me parece que oí mal.

El caballero se encontraba de pie al lado de la doncella del fuego. El hombre, sin equipamiento, osease, sin armas o escudo, había hablado. Anastacia no había entendido bien, o a lo mejor, hizo oídos sordos a aquella frase. El contrario suspiró levemente, mirando directamente a la ojiazul. Llevó sus brazos a su casco, y por primera vez, se lo quitó enfrente de alguien más.

Había consumido lo que se hacía llamar "Humanidad" por lo que su verdadera apariencia se mostraba en lugar de su estado no muerto. Sus rasgos eran finos, como alguien de la realeza. Aunque, a diferencia de un miembro real, tenía ligeros cortes en su rostro, pequeñas cortadas que le habían propinado con el pasar del tiempo. Su cabello era castaño, aunque tiraba a ser negro. 

'Es... un ser realmente hermoso' pensó la guardiana de la llama. Sin embargo, el pensamiento acerca de su rostro se esfumó con la siguiente frase del ojiverde.

─Yo... no podré cumplir... la promesa que te he hecho.

La hoguera, arriba de ambos, comenzó a desestabilizarse, perdiendo fuerza y ganándola aleatoriamente. El guerrero alicaído, sentado frente a ella, arqueó una ceja levemente.
Anastacia, arrodillada como siempre solía estarlo, incluso con sus piernas ya curadas, lanzó una vista llena de preocupación, con algo de miedo por en medio. 

─¿por... qué dices eso, caballero? ¿h-ha sucedido algo?─aunque no quería sonar así, su voz se quebró por el final de la frase. Él la miró con tristeza, dando a entender que no era porque su persona quisiera que fuera de esa forma. 

─Mi cuerpo será utilizado como catalizador... como ya te había comentado. Lo que no sabía, y por lo tanto tú tampoco... es que me haré uno con la llama para avivarla. Por lo tanto, yo... dejaré de existir, en resumidas cuentas. Al menos en este cuerpo físico...

El silencio llenó el lugar. La de cabellos rubios dejó de ver al castaño, mirando al suelo en su lugar. No tenía ni idea de que debería decir al respecto, tampoco cómo sentirse. De un momento a otro, un miedo inmenso invadió su ser. "no... no puedo perderle" su mente se resquebrajó.
De golpe, se puso de pie, quedando frente a frente con el caballero. Temblaba, no violentamente, pero quien estaba frente a ella podía notarlo fácilmente.

─no... no, no... t-tú... prometiste que te quedarías a mi lado, tomaste... mi mano, y lo dijiste... mi brindaste tu calidez, no puedes... no pudes abandonarme así...

Tristeza, confusión, desesperanza, miedo, preocupación... todo junto, era algo indescriptible. El hombre, de piel pálida, miraba con tristeza lo que estaba provocándole a aquella fémina que tanto cariño le había tomado. Detestaba que fuera así, pero no iba a mentirle diciendo que volvería. La esperanza podía hacer más daño que cualquier otra cosa, así que decir la verdad, bajo su punto de vista, era la opción correcta.

─Es cierto que yo hice eso... quizás no debí mencionarlo sin cersiorarme de cual sería mi destino. Pero que quede claro...─soltó su casco, este haciendo eco por el golpe en el suelo─que lo decía completamente en serio.

Se acercó a la guardiana, tomándola suavemente por las caderas, y, acto seguido, dándole un abrazo. La pegó a él, procurando que ella sintiera todo el afecto y calor que simplemente no podía expresar mediante palabras. "Anastacia, te quiero" "me has brindado mucho afecto, quisiera devolverte un poco de él"  fue , entre otras cosas, lo que sintió aquella dama tras abrazar al caballero.

Su corazón, que se había descolocado tras oír el destino que sufriría aquella luz que había llegado a avivar su existencia, pudo volver a tranquilizarse. Estaba enamorada, sí, pero tampoco sabía cómo debía proceder. Era inaudito como, con tan simples acciones, podía apaciguar las aguas dentro de su alma.

Definitivamente sería el único ser que podría hacerle sentir eso, por lo que... no podía simplemente... perderlo así. 

Sí, se estaba hablando de la salvación de la humanidad, quizás no la solución definitiva, pero traería una era próspera para muchísimas generaciones antes de que volviera a estar en peligro de reducirse a cenizas. Osease, la humanidad tendría otra oportunidad... pero el caballero... ¡era de ella! Que pensamientos tan egoístas estaba teniendo en ese momento, pero esa era su verdad... al menos, debía tratar de detenerlo, por más inmoral que pudiese llegar a ser... por primera vez, le importaba más lo que ella sentía que cuaqluier otra cosa.

Aunque, pareció haberse perdido demasiado tiempo en sus propios pensamientos. Tanto así, que cuando volvió en sí misma, ya no se encontraba pegada al de ojos esmeralda, sino que este ya había subido por las escaleras, solo escuchándose los ligeros golpes de las botas metálicas terminando de salir por el pozo.

─¡e-espera! ¡c-caballero!─hacía mucho que no gritaba, quizás desde cayó en el pozo, y de ese evento, había pasado bastante tiempo. La voz de Anastacia alcanzó al hombre, el cual se detuvo momentáneamente al escucharla. "gritó por mi..." esto casi hacía que se detuviera del todo y bajara para ir de nuevo con ella, pero lo que tenía que hacer era más importante... no para el mundo, no para sí mismo, sino para la rubia, Anastacia de Astora.

Para que ella viviera una vida como humana, para que saliera de aquel pozo y se hiciera una vida, que encontrara la felicidad, el amor, lo que fuera que quisiera hacer. Mientras hiciera lo que su corazón dictara, para él estaba más que perfecto. Así, continuó caminando hacia Frampt.

─¡espera! ¡por favor, caballero!─sin esperarlo realmente, la doncella subió las escaleras y salió fuera del pozo. Era la primera vez que los residentes -por decirlo de alguna forma- del santuario de enlace de fuego la veían abandonar el lugar donde ella mantenía encendida la hoguera. De hecho, esta última se apagó.

─Anastacia... esto es algo que debe hacerse...─el caballero se volteó ligeramente al ver todo el esfuerzo que estaba haciendo para intantar pararlo. Aunque le estaba diciendo cosas lógicas, en el fondo él estaba igual que ella; queriendo seguir su corazón en vez de lo que la razón y la moral establecían.

─¡N-no! por favor... caballero, no me abandones... no puedes dejarme, t-te necesito... ¡eres...! ¡eres todo lo que tengo!─su voz resonó por todo el santuario. Además de todos los sentimientos anteriormente presentados, esta vez se denotó una frustración increíble. No era enfado, ni furia... solo una chica frustrada por no poder hacer nada por el hombre que ama.

─Anastacia de Astora...─mencionó el de cabellos cafés, mirándola con una sonrisa pequeña, pero sincera. Su voz sonaba amable, denotando un amor profundo hacia su allegada, porque eso eran, cercanos.─...tú no necesitas de mi para vivir. Has aguantado toda tu vida cosas que yo ni hubiese podido imaginar. Siempre obedeciendo a quien se impuso sobre ti, sin rechistar. Aún con tanto sufrimiento, te mantuviste viva, haciendo algo que en realidad no querías.

Anastacia... ahora, con la libertad que brindaré al mundo... espero grandes cosas de ti. Sé libre, y así, mi alma, perdida en el limbo del fuego primigenio, podrá descansar en paz.

Tras escuchar sus palabras, aquella guardiana de la llama cayó al suelo arrodillada. Le había tocado profundamente, ya no el alma... sino aquel corazón que hasta hace muy poco creía que no podía generar amor. Así siendo, unas lágrimas se deslizaron por las mejillas de Anastacia.

La mirada del caballero no muerto, aquel que estaba destinado a llevarse a la maldición consigo, era indescifrable. Nadie presente pudo saber exactamente qué estaba sintiendo en ese preciso momento. Sin decir ninguna palabra más, se giró, yéndose con Frampt. 

─te amo...

Antes de que fuera trasladado por Frampt hacia el "Altar del enlace del fuego", una voz susurró débilmente dos palabras. Nunca se las había dicho a nadie, ni siquiera a sus progenitores, ¿por qué las dijo? Ni ella misma podría explicarlo... en ese momento, parecía ser lo único que podía decir. 

Entonces, el caballero entró a la boca de aquella serpiente primigenia, para así desaparecer por siempre de la vista de todos aquellos con los que había formado un lazo amistoso. ¿él había alcanzado a escucharla? Quizás, quizás no.

─te amo... te amo, ¡te amo! ¡te amo! 
¡TE AMO!

Sin ser consciente de que él ya no estaba ahí, Anastacia comenzó a gritar sus sentimientos al aire libre, una y otra vez, todo esto combinado con lágrimas y deseperación absoluta... como una niña pequeña, indefensa. El guerrero alicaído, que hasta ese momento se había mostrado reacio a socializar con nadie, fue el primero en acercarse y tratar de calmarla. Tras él, todos los demás hicieron lo mismo, pero sin ahogarla con sus presencias.

Detrás de ellos, sin que notasen nada... se encontraba una llama apenas viva. 
Esta era distinta a otras que existían... esta era azul.
Si uno tratara de encontrar calidez en ella... probablemente se impregnaría con tristeza.



Dark Souls: Beyond PainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora