DÍA TRES

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01 de noviembre

   Las luces aparecieron de nuevo dentro de mi estado de inconciencia.

   Me había perdido a mí misma después de aquel encuentro infortunado, nadando en un océano de completa desesperación en el que no había manera de regresar hasta la superficie. Todo dolía, más que nunca, y aun así me atreví busqué las maneras de salir de mi estado de inquietud. Tenía que intentarlo. Si no lo hacía, me perdería para siempre.

   Pero fue muy tarde.

   —Paige. —Nombró una voz.

   Dentro de la penumbra y el desorden, giro mi cabeza para ver a Jude. Estaba vestido diferente a la última vez que mis ojos se posaron sobre él; se veía más limpio, más arreglado, y sus ojos habían recuperado el brillo divertido que siempre portaban aquellas orbes oscuras. Sonreí al notarlo a pesar del dolor.

   —Tengo que irme.

   Surqué las cejas en mi frente.

   —¿A dónde? —cuestioné ofendida —. ¿Vas a volver a abandonarme?

   Negó rotundamente con la cabeza.

   —Al contrario. Estaré contigo, Paige.

   Jude extiende su mano hacia mí en una clara ofrenda de paz, esbozando una sonrisa ladeada en el proceso.

   —¿Por cuánto tiempo?

   —Por el que sea necesario —él me acerca hasta su cuerpo —. Escúchame, los bucles se han abierto.

   —¿Bucles? —pregunto extrañada.

   —Si no haces lo que te digo, te quedarás encerrada con el resto y no tendrás manera de escapar —prosiguió, ignorando mi pregunta anterior —. Yo fui astuto, pero tú tienes una ventaja que nadie más: me tienes a mí. Estaré guiándote en todo el camino, Paige. Sólo debes obligarte a recordar.

   —¿Recordar qué? —volví a cuestionar con impaciencia.

   A pesar de su cercanía, pude sentir como Jude se estaba desvaneciendo poco a poco, alejándose hacia atrás como si una fuerza mayor tirara de él hacia el otro extremo lejos de mí.

   —¡Jude! —lo llamé alterada —. ¡¿A dónde vas?! ¡¿Qué tengo que recordar?!

   Pero mi voz se entremezcló con el viento a tal punto que las palabras fueron inaudibles. Me encontré sola de nuevo en la oscuridad, con la lluvia que caía a raudales para empapar todo mi cuerpo. Sentí frío, miedo, y desesperanza de poder encontrar una salida de aquel lúgubre lugar en el que me encontraba.

   Y cuando las luces volvieron a esclarecer mi vista, desperté.

   Mis ojos se abrieron con una lentitud pasmosa e inquietante incluso para mí. El intenso brillo del sol que se colaba por la ventana de mi habitación del hotel sólo incrementaba mi punzante dolor de cabeza que parecía no cesar con nada. Un extraño sonido que provenía de la alcoba vecina me generó un escalofrío; parecían ser los lloriqueos de una mujer, pero el ruido era tenue, casi imperceptible. Aun así, pensé que seguramente que eso es lo que me despertó en primer lugar.

   Me removí incómoda entre las sábanas. Ni siquiera tenía idea de cómo había llegado hasta la cama, o peor, cómo había sido capaz de subir todos los pisos por mi cuenta. La última imagen que llega a mi memoria, son las caras sonrientes de mis amigos disfrutando de la música en la pista de baile de la fiesta de Halloween que celebraba el hotel. Probablemente había tomado demás de aquella bebida que Jude nos daba a todos, llevándome a un estado de embriaguez que obligó a mis amigos a cargarme hasta el segundo piso del hotel.

Hotel BronzeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora