DÍA UNO

1.6K 182 831
                                        

30 de octubre

   Oscuridad.

   Siento que estoy cayendo en una oscuridad interminable. No hay dolor, ni emoción alguna, y lo único que puedo ver es nada. Ni siquiera se escucha el leve silbido del viento chocando contra mi cuerpo mientras caigo hacia el vacío.

   Sólo hay eso. Oscuridad.

   Me siento perdida, pero a la vez como si estuviese en el lugar correcto. Era una extraña y satisfactoria sensación. No existía lo malo ni lo bueno. Nada existía, y pudiese ser capaz de permanecer aquí para siempre si aquel resultase ser mi destino.

   Hasta que alguien grita mi nombre.

   —¡Paige!

   Intento girar mi cuello pero, por alguna razón, no puedo moverme. Y es cuando todo empieza a doler. Mi cabeza tiene un punzón justo a un costado, tan intenso que me hace querer gritar, pero cuando abro mi boca, ningún sonido es expresado. Es como si el lugar en el que me encontrase no pueda alterar su estado natural de mutismo perpetuo.

   —¡Paige, despierta!

   En mi costilla, se elevó un dolor más grande, más intenso, más profundo. Ahogué un chillido de dolor, intentando llevar mis manos hasta la zona afectada, pero de nuevo, estaba inmóvil. Era como estar permanentemente en una parálisis del sueño. Ahora no había paz. No había "nada". Ahora esa voz me llevó a un incesante mar de dolor.

   —¡Por favor, Paige!

   Se escuchó un chasquido.

   Y volví a la realidad.

   No fue de golpe, pero si doloroso. Estaba confundida y desorientada, y aún molestaban aquellas zonas que dolían mientras caía al vacío. Abrí los ojos como pude, surcando mis cejas en el proceso, intentando reincorporarme en lo que parecía ser el frío pavimento de la calle.

   ¿Qué había pasado?

   —Con cuidado —dijo una voz masculina —. No te lastimes.

   Una mano fuerte me sostuvo por la espalda, ayudándome a sentarme con una lentitud inquietante. Maldita sea, todo me daba vueltas. Apreté mis ojos un par de veces antes de poder abrirlos por completo y enfocar una imagen concreta.

   —¡Eso pasa cuando inventamos de más! —exclamó Bex hacia los chicos —. ¡Debimos quedarnos!

   —¡Deja de lloriquear! —se quejó Maggie —. ¡Estamos vivos! ¡¿Qué más quieres para entender que esas leyendas son puras mentiras?!

   —¡En tu cara, viejo loco del estacionamiento! —gritó Austin en dirección al cielo —. ¿No que éramos los siguientes? ¡Los siguientes mi culo!

   Tantos gritos sólo hacían que mis dolores incrementasen.

   —Paige —el chico a mi lado captó mi atención —. ¿Te encuentras bien?

   Lo miré. A simple vista, su labio tenía una cortada sangrante, su cabello estaba despeinado y desparramado por todo el rostro, y tenía un moretón ya formándose en la esquina de su ojo izquierdo. La piel que resaltaba fuera de su camiseta parecía magullada y extrañamente lastimada. Me angustié, pero no parecía notarse adolorido.

   Increíble que aún en ese estado, era el chico más guapo que alguna vez haya visto.

   —¿Qué pasó? —es lo primero que pude decir.

   Mi voz sonaba ronca y me costaba respirar. Tuve que carraspear varias veces para regresar a la normalidad. Me sentí como una vieja fumadora.

   —Chocamos contra un poste, pero estamos bien —sonrió débilmente —. Intentamos llamar a una grúa, pero no hay señal en nuestros celulares.

Hotel BronzeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora