05 de noviembre
Me sentí completamente desorientada cuando abrí los ojos.
Mis pies parecían adheridos al pavimento frente a aquel bosque oscuro idéntico al de mis sueños, solo que, esta vez, todo se veía más real. Al contrario de aquellas alucinaciones que me agobiaban al dormir, donde el terror era lo único capaz de alterar mi paz, aquí lograba sentir algo diferente, una especie miedo que me carcomía dentro del pecho, como una advertencia clara de que el peligro llegaría en cualquier momento y no me gustaría lo que traería consigo.
Pero no lograba moverme.
Esperé. El tiempo parecía transcurrir diferente, como si no tuvieses una noción clara de si transcurrían minutos, horas, días; si era muy tarde por la madrugada, o si el sol apenas se había ocultado. Era como si hubiesen pintado un recuadro de mi sueño y me hubiesen soltado aquí.
¿Acaso para eso servía el guardapelo? ¿Para transportarte a tus pesadillas?
No lo comprendía.
Abrí mi boca para emitir algún sonido de ayuda. Aunque no lograba ver nada ni nadie cerca, no podía estar completamente segura. Quizás, de alguna manera, la extraña magia del guardapelo me había sacado del hotel, pero entonces, no tendría sentido. ¿Por qué no podía moverme? ¿Por qué todo se veía tan fuera de lugar y, a la vez, tan correcto?
Fue cuando, finalmente, escuché el sonido de un auto conducir con lentitud en mi dirección.
Estrecho mis ojos ante la claridad de las luces, que se apagan eventualmente a medida que el coche se estaciona casi frente a mí. Una evidente sensación de emoción me invade al reconocer el modelo y color, pues, lo había visto gran parte de mi vida, e incluso subí incontables veces para recorrer el pequeño pueblo de Anaville, donde nada realmente emocionante acontecía, pero que, aun así, había disfrutado de increíbles aventuras en ese vehículo.
Era el auto de Jude. Sí, había venido a buscarme.
—¡Hey! —chillé, una sonrisa abarcando casi todo mi rostro.
Sin embargo, cuando el chico sale del auto, no parece ser la misma persona que he conocido por toda la vida. Sus ojos, tan negros como la noche, esconden una promesa oscura que no soy capaz de entender, y parece decidido mientras observa con intensidad la carretera desolada frente a nosotros. Ni siquiera parece darse cuenta de que yo estoy ahí.
—¡Jude! —intento llamarle, pero es inútil.
Aprieta los puños y suspira, y es lo único que parece expresar desde que llegó. Está vestido con la misma ropa con la que desapareció: no más que un par de vaqueros y una camisa blanca bastante sucia. Su cabello está desordenado en extraños picos, y su cara se nota más demacrada que nunca antes. A pesar de que él siempre había sido un chico delgado, esto era casi perturbador. Se notaba enfermo, aunque eso no parecía estarle afectando.
De momento, alza la mirada hasta la farola encendida sobre nuestras cabezas. La luz no parece molestarle en lo absoluto, pero no mejora cuando, sin mover ni una pestaña, parece apagar las bombillas de todas las farolas que alumbraban la calle, una tras una, con nada más que el poder de sus ojos.
Parpadeo en sorpresa, sintiéndome completamente indignada.
Presa del pánico, sin atreverme a decir ni hacer nada, aunque pudiese, lo veo dirigirse hasta el maletero del auto. Saca un objeto filoso y puntiagudo de metal que no soy capaz de descifrar gracias a la penumbra del lugar. No obstante, casi puedo adivinar lo que hará con él, y confirmo mis sospechas cuando, al alzar el objeto sobre su hombro, comienza golpear el pavimento con todas sus fuerzas para romper la carretera.

ESTÁS LEYENDO
Hotel Bronze
HorrorSe dice que la noche de Halloween es el único día del año en el que la llama que divide la vida y la muerte se apaga. Los espíritus aprovechan la oportunidad para visitar a sus seres queridos, o para hacer travesuras entre aquellos que no creen en l...