DÍA SEIS

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04 de noviembre

   Seguía viendo las luces al dormir.

   Seguía escuchando voces lejanas fuera de mi alcance.

   Seguía encontrándome con Jude en la inmensidad de un bosque oscuro, donde los susurros que emiten sus labios nunca dicen nada reconfortante.

   Y podría pensar que, por ser simples sueños, no debería preocuparme demasiado, pues con solamente abrir mis ojos, tendría que enfrentarme a una realidad diferente.

   El problema es que esa realidad estaba lejos de ser mejor.

   La noche anterior, casi cometo el error de quedarme dormida en el pasillo, y eso no fuese un problema en primer lugar si no tendría que pensar en evadir una supuesta hora de la muerte para evitar encontrarme con lo que sea que rondaba por los pasillos a altas horas de la madrugada. Fue Bex quien me encontró, y no le pude explicar el porqué de mis lágrimas.

   Cuando se ofreció a dormir conmigo esa noche, sabiendo que no iba a poder entrar en mi habitación, me limité a negar con la cabeza e insistirle en que quería estar sola.

   No quería, en realidad. La compañía me hubiese caído como anillo al dedo, pues temía quedarme dormida y despertar sin recuerdo alguno tal y como sucedía cada mañana sin razón aparente. Estaba cansada de los juegos y extraños acontecimientos en este jodido hotel. Estaba destrozándome más que cualquier cosa que pude haber enfrentado antes.

   Esa noche, los pensamientos suicidas volvieron.

   Fueron incluso peores, porque antes llegué a pensar en mis padres, en mis hermanos, y en la manera en que les afectaría mi ausencia a todos los seres que me amaban. Sin embargo, la mayoría seguro ya pensaba que estaba muerta, y a la otra mitad, se los había tragado un alojamiento maldito.

   ¿Me quedaba algo por lo que luchar? ¿Tendría un motivo por el cual seguir intentando salir de aquí con vida? ¿Lo merecía después de no haber podido evitar la muerte de mis amigos?

   Lloré. Lloré hasta que se me desgarró la garganta. Lloré hasta que mis desolados sollozos se entremezclaron con los llantos eufóricos de lo que sea que se ocultaba tras mi pared. Ni siquiera tenía miedo. Seguro que ella estaba tan desconsolada de estar aquí como yo.

   Cuando no me quedaron más lágrimas que derramar, mi cuerpo, naturalmente, comenzó a sentirse cansado. Esos últimos instantes en que mi nariz sorbía goteante y mis mejillas permanecían húmedas contra la almohada, comencé a pensar en varias maneras de suicidarme. Podía robar un cuchillo pequeño del comedor en uno de mis bolsillos hasta mi habitación y cortar mis venas con el lado filoso; podía lanzarme desde el último piso rompiendo el cristal de uno de los ventanales; podía ahorcarme con la cobija de mi habitación colgándola de la lámpara guindada en el techo.

   Pero sin mi completo consentimiento, mis ojos se cerraron, y mis sueños se vieron revueltos en el mismo enredo de sucesos que transcurrían abrumantes dentro de mi cabeza.

   Con una única variación.

   Porque en lugar de las usuales advertencias de Jude para no quedar atrapada dentro del hotel, se atrevió a acercarse a mí como nunca antes, dobló sus rodillas para quedar a mi altura en el suelo, y con una voz preocupada y rostro melancólico logró decir:

   —No lo hagas, Paige. No soportaría verlo otra vez.

   Y aunque sus suaves dedos trazaban mi mejilla de arriba hacia abajo, yo no podía parar de llorar. ¿Cómo era él capaz de entrar dentro de mis pensamientos? ¡¿Cómo esto continuaba pasando?! ¡¿Estaría volviéndome loca?!

Hotel BronzeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora