Capitulo 35

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NOA:

Mi respiración se encuentra turbulenta, Mateo está tumbado en el piso, tapando la herida causada por el cuchillo, la sangre se deja ver en el suelo y yo no hago más que seguir agitada. Dirijo mi mirada hacia Manuel el cuál toma a mi amiga llevándola seguramente, a alguna parte segura y yo sin más rodeos me acerco hacia Mateo.

—Mateo....— le susurro—Vamos, levántate por favor— le ruego tomando su brazo pero este niega—¡Vamos! ¡Siempre eres el más macho de todos y ahora, ¿te rindes?!— hago presión en su herida. 

Este hace el esfuerzo por abrir sus ojos y vuelvo a jalar de su brazo para rodear su cintura con el otro. Se queja por el ardor de la herida, y camino con él en brazos, saliendo por la puerta del restaurante.

Lo que más temo ahora es por la salud de Mateo.

—Noa, vete, los rusos siguen llegando— susurra con debilidad.

Niego. Me rehuso a dejarlo acá, si vamos a salir de acá, saldremos juntos.

—Cállate...— espeto entre dientes, logro visualizar a Manuel que busca la limusina con mi amiga en brazos.

Ella está.... en un estado penoso. Se ve totalmente demacrada, las ojeras recorren sus ojos y sus muñecas y tobillos están lastimadas. Y ella está drogada.

Un nudo se forma en mi garganta y avanzo hasta Manuel con Mateo colgando en mis brazos.

—Vamos Mateo, ya estamos cerca...— susurro dándole fuerza.

Cuando estoy junto a Manuel observo a mi amiga, que está tumbada en los brazos de Manuel, no parecía ella. Unas lágrimas recorren mis ojos y la limusina llega con prisa frenando y abriendo las puertas.

—¡Entren, vamos!— grita Manuel. Logro meter a Mateo acomodándolo y luego me hago espacio yo.— Ricardo, necesito un auto, tengo que llevarla al hospital, mándalo para acá lo más antes posible...— le ordena al chófer. Este asiente y desprende camino, volteo mi rostro perdiendo a mi amiga de vista.

Sea lo que sea que haya allá arriba, ten piedad, ten piedad.

Miro a Mateo quien va cerrando sus ojos lentamente, y yo sigo presionando su herida.

—¿Hay algún hospital cerca?— le pregunto al chófer y me espanto cuando Mateo logra mantenerse en su espalda negando.

—¡No!, llévanos a casa de inmediato— vuelve a tumbarse, tomo su cabeza apoyándola sobre mis rodillas, dejando que descanse en ellas. Mi mano va a su cabello acariciándolo y enredando mis dedos en este.

—Puedo ayudarte... mi mamá me enseño como sanar heridas, ella tuvo un puesto en enfermería— paso mi mano ahora por su rostro. Una pequeña sonrisa se refleja en sus labios y yo jalo mi cabeza hacia atrás.

Extraño a mis papás, extraño a Mica, aunque la acabo de ver, aún así, de la peor forma posible. Cada momento que pasaba con ellos, las risas, las bromas, los abrazos y los besos, no hay cosa material que pueda sustituirlo.

—Mateo...— lo llamo en un susurro cuando estamos frente a la mansión. 

—¿Ujum?— 

—Tengo miedo de que mis padres....— callo.

No está en las mejores condiciones para preocuparlo pero un montón de malos pensamientos rondaban en mi cabeza sin dejarme descansar, tengo tantas  dudas sin responder que me carcomen la cabeza, que se siente como si cayeras a un pozo sin final.

—Nada, ya llegamos....— abro la puerta del auto, tomándolo para poder salir y entrar a la mansión. Cuando estamos dentro lo llevo hasta mi habitación, mientras las criadas me persiguen espantadas detrás de mi.

—¡Un botiquín, rápido!— una de ellas sale corriendo por el y otra me ayuda a subirlo a la cama. Rompo su camiseta dejándome ver la gran herida en un lado de su abdomen.

—Déjenos solos— le ordena Mateo a la criada, esta se marcha mientras la otra llega con el botiquín tumbándolo en la cama.—Usted también fuera...—.

Abro con prisa el botiquín y comienzo a sacar todo lo necesario; gasas, alcohol, vendas. 

—Va a quemar un poco...— le advierto antes de derramar el alcohol sobre la herida. Este gruño apretando su mandíbula y haciendo puños en sus manos. Paso una gasa sobre la herida repartiendo el alcohol por ella.

De un momento a otro entro en un estado emocional en el cuál no puedo controlar. Tan solo me pongo a pensar en todo lo que está sucediendo, mi corazón va a mil kilómetros por hora y mis manos tiemblan.

—Ey, relájate...— me susurra Mateo tomando mi mano con la cuál curo su herida.

Las lágrimas bajan solas por mis mejillas.

—Noa....— me llama y termino de derrumbarme sobre su pecho. Me desahogo sobre el, sin poder controlar ni mi respiración.— Ya, tranquila....— acaricia mi cabeza.

—Mateo, mi amiga está por morir, mis padres están vueltos locos buscándome y seguramente en peligro y tú... ¡mira!— señalo su herida. Toma mi rostro con una de sus manos, obligándome a mirarlo.

—Todo va a estar bien...— susurra y niego.

—¡Deja de decir que todo va a estar bien cuando todo se está yendo a la mierda!— grito rota.

Mateo aprieta mi mentón fijando sus ojos café en los míos.

—¡No voy a dejar que tú amiga muera, ni que tus padres estén en peligro y mucho menos que a ti te suceda algo, ¿queda claro?!— grita.

Limpio mis lágrimas sin dejar de despegar mi mirada de la suya, doy una débil sonrisa y me arrojo sobre él besando sus labios. Tomo sus mejillas con ambas manos fundiéndonos en un beso, el cuál está lleno de pasión. Él toma mi cuello con una de sus manos profundizándolos, jugando con nuestras bocas, me despego de él juntando su frente a la mía.

—Gracias...— susurro.

—De nada, principessa— 





Holaaaaa niñas del diablooo ah

Nay🦋

𝐂𝐡𝐨𝐫𝐫𝐨-ᴛʀᴜᴇɴᴏ[✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora