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Desperté y el dolor de cabeza era horrible.

¿Por qué mierda seguía viva?   
 
—La niña volvió en si—escuché decir a Katlyn y de inmediato el cuarto se llenó de doctores y poco a poco fui entendiendo donde estaba. Revisaron los signos vitales y la herida, luego se fueron dejándome sola con ella.

—¿Tanta necesidad de llamar la atención tenías? No solo hiciste un show patético, también llenaste la casa de sangre—. Dijo, se fue y no la volví a ver hasta días después, cuando me recibieron con una sonrisa como si hubiese llegado de un viaje de ocio. Corrí al cuarto:

«Seguía viva a pesar de mi inminente muerte».

Sin notarlo empecé a darme pellizcos en los brazos, primero eran leves, luego se volvieron brutales y de alguna forma silenciaban el sufrimiento por unos instantes hasta lograr caer rendida. Salía poco y evitaba toparme con alguno de ellos. Una mañana desperté con mucha hambre y fui a la cocina a comer algo: ahí estaba, sereno. El deseo de mandarlo al infierno ardía, devoraba mis entrañas al punto de casi no poder contenerlo, pero seguí rumbo a hacerme dos huevos fritos. Esperaba impaciente por terminar sin separar la vista del sartén.

  —Al fin sales de tu aposento princesa—, dijo él en tono de burla —las niñas bonitas no deben esconderse— los oídos comenzaron a pitarme de la rabia. El aceite se quemaba llenando la cocina de humo y yo no lo veía, había perdido la mente por la irritación; él fue hasta donde estaba, me miró y la ira recorría todo mi cuerpo impidiéndome pensar mucho mis siguientes decisiones. Cogí el sartén y le tiré el aceite hirviendo al pecho.

—¿Qué, me quieres volver a violar? — le vociferé.

—¿Estas loca?— gritaba tratando de arrancarse la camisa. —Katlyn, Katlyn—. La llamaba aterrado y yo miraba saciada la escena. Caí contra la meseta de una patada por la espalda y quedé inconsciente.

Desperté por el dolor, revisé mi estado y tenía una herida en la frente ya tapada; estaba en el almacén de la casa: un lugar destinado a tirar la basura.

—¡Ábranme!— grité dando golpes, pero no recibí ninguna respuesta hasta cuando por la noche vino ella a darme un plato de comida.

—¡Déjame salir!— le pedí. —Ni sueñes con eso. Vas a mantenerte aquí hasta que no recuerde tu ataque de tarros—. Respondió.

—Estas muy mal Katlyn.

—¿Katlyn? ¿A ti se te olvida que yo soy tu mamá?

—¡No! ¡Tú fuiste quien olvidó eso hace tiempo!

—Si tan solo te hubieses callado y aguantando, todo fuese diferente. ¡Pero no! Ahora tú eres la nueva Tamara Bunke—. Dijo y dio un tirón a la puerta.

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Calladita Nunca Fuiste Más Bonita ®️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora