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—! Ámber, despierta ¡¿Por qué te quedas inmóvil? Me está doliendo mucho verte morir lentamente, tú no tienes la culpa de nada.

—¿Laura?

—Si, soy yo.

—¿Cómo pudiste entrar aquí?

—Eso no importa, por favor para ya, no te martirices más.

—Lo siento, Laura, lo siento.

—¿Estás hablando sola? —interrumpieron mi conversación y giré.

—Siempre te inventas algo nuevo para llamar la atención—dijo Katlyn ya adentro del cuarto.

—¡Sal!—le grité con todas mis fuerzas y ella sonrió.

—Esta es mi casa, yo entro y salgo de donde yo quiera, mídete para hablar conmigo.

Ya no importaba, Laura se había ido de nuevo y aunque esperé no regresó. En los días siguientes mi salud entró en decadencia, despertaba siempre con náuseas y mareo, vomitaba al menos tres veces en veinticuatro horas y toda la comida me daba asco. Fui ignorada por Katlyn todo el tiempo, quien siguió con su rutina de tortura hasta cuando vomité encima de Carlos y el notó mi mala condición y la hizo llevarme al hospital.

—Está embarazada— palabras como puñales terminando con los restos de mi persona.

—¿Cómo? — seguido de toda una obra de teatro sobre su sorpresa hacia mi irresponsabilidad.

—¿Qué hacemos entonces? Hay que interrumpirlo.

—No hay mucho para hacer, ella ya está en una etapa avanzada, solo podemos ayudarla con la maternidad y felicitarla, un hijo es un regalo de Dios.

Para mi Dios era un invento de los ignorantes para darle sentido a una vida ciega de verdades, ahora ya estaba convencida de su inexistencia.

Llegamos a la casa, Katlyn estuvo todo el camino maldiciéndome, yo tendría el primer hijo de Carlos, ella quería dárselo, pero no había podido. Ahora yo sería su mujer. ¿Dónde quedaría, si yo la reemplazaba? Fue inventando tretas y artimañas para engañarlo, todo tipo de cosas inimaginables salieron de su boca, mientras a mí me importaban pocos sus planes.

—Ni se te ocurra decirle algo o te mato, tú de verdad me vas a conocer— a estas alturas todavía me preguntaba porque mi madre era así. No recuerdo haberle hecho nada, ni siquiera haber sido una mala niña, siempre fui obediente, buena en la escuela y en la casa, jamás le di quehacer, en cambio solo obtuve su desprecio, ahora solo queda culpar a mi padre por abandonarnos y dejarme a su vera.

—¿Es verdad? —vociferó contento Carlos nada más entramos a la casa. — ¿En serio voy a ser papá? —no me interesaba como lo supo, solo tenía curiosidad por la forma tan retorcida de ver las cosas de estos dos seres.

Inmediatamente fui trasladada hacia un cuarto con mejores condiciones, la orden ahora era tratarme como una reina. ¡Y si! Pensé en este hijo como el medio de escape de tanto tormento. Por un breve tiempo me aferré a esa idea mientras comía bien y era tratada de una forma decente por primera vez en años dentro de esta casa, pero una disyuntiva acabó con mi ensimismamiento. ¿Seré como Katlyn? Las posibilidades eran grandes, no sentía ningún tipo de afecto por la vida que llevaba dentro, para mí solo era una forma de sacar sus garras de mi cuerpo. ¿Me estaba convirtiendo en ella? Era palpable mi incapacidad por sentir amor por este fruto del desastre, pero ya era tarde, el feto estaba sentenciado a vivir. Fueron días donde ellos no me molestaron, en cambio lo hice yo sola, cuando aterricé sobre la verdad de mi futuro. ¡Tendría un hijo de Carlos! El hombre que me violó, el esposo de mi madre quien también me abusó. ¿Cómo miraría al pequeño son odiarlo, sin sentir la necesidad de acabar con él? ¿Cómo lo alimentaria sin sentir asco? Obtuve la respuesta, encontré la salida y no dudé ni un segundo. ¡Esto era lo correcto!

Cogí las sábanas y comencé a rasgarlas, me tomó casi una semana, pero tuve lista una soga en perfecto estado. Eran las tres y cuarenta y cinco de la tarde, puse música alta, lujo nuevo por ser futura mamá, amarré la cuerda al arquitrabe de madera del techo y mis manos salieron lastimadas, las gotas de sangre embarraron los retazos blancos, pero yo continué armando mi plan. Minutos después ya la tenía alrededor de mi garganta, cerré los ojos y ante mi inminente muerte solo sentí paz, una acogedora sensación de felicidad por acabar con todo y recordé a Laura, por fin estaría a su lado. Pensé finalmente en mi infancia, en cada momento bueno y me dejé caer. La tensión se apoderó de mi cuello, poco a poco mi aire escaseaba y tenía mareo, movía mis pies intentando agarrar la silla y jalaba el agarre por tal de sacarlo, me dolía el pecho y entre gritillos ahogados perdí la conciencia.

Calladita Nunca Fuiste Más Bonita ®️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora