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Los viejos pasillos del gran castillo a esas horas estaban desolados. Sus zapatos taconeando cada movimiento contra la superficie, mientras esto se vuelve más cliché.

Su cabellera castaña estaba siendo ondeada por la brisa nocturna.
Divagar por las noches era un hobby desde que estaba en segundo año. Adoraba hacerlo mientras la tranquilidad se instalaba en su sistema.

¿Aún no te das cuenta, Elennor?.

La dulzura de las estrellas se cernían bajo el gran instituto. Cualquiera que la viese diría que es una joven tan pulcra e impecable, a ella le encantaba jugar con lo que aparentaba ser.

El segundo piso quedaba cerca, o eso se dio cuenta cuando ella ya estaba ahí, explorando lo de siempre. Bajo el resguardo de la casa del gran Salazar Slytherin, como toda su dinastía familiar.

Ella era una Tempest. Ella era Elennor Tempest.

Tan perfecta, pero lo perfecto no es real.

Se encaminó aún más hacia los baños del segundo piso, le encantaba estar ahí, siempre se encontraba con Myrtle, una hija de Muggles siendo molestada por Olive Hornby, ya era costumbre encontrarla chillando por sus desgracias o sus gafas.

No es que fuera fanática de los sangre sucia, simplemente creía que tenían otro valor. Recordaba la espléndida frase de Gellert Grindelwald.

La magia florece sólo en almas especiales.

No era para menos, secretamente admiraba los crímenes de aquel gran mago, ella era lo contrario de las personas que escuchaban la vieja historia.

Ella algún día quería ser como él, o incluso mejor.

Sus zapatos se deslizaban con suavidad, siluetas salieron del baño del segundo piso. ¿Por qué habría gente además de ella?.

No podría ser sospechoso, ni mucho menos juzgar, después de todo ¿quién era ella para hacerlo?.

Se ocultó detrás de una de las columnas, su pequeño cuerpo no podía ser reconocible. Hasta que la luz nocturna acaparó la pareja que salía de los baños.

—Podríamos vernos mañana, Tom.—se escuchó.

Pareciera ser una Ravenclaw revoltosa, literalmente, su uniforme endeble, su cabello revuelto. Rió por lo bajo, como si ya supiera lo que pasaba. A un lado no podía faltar el Slytherin azabache.

Lo había visto un par de veces, había escuchado sobre él un par de veces pero no era de su cuidado. Nunca lo sería.

¿Siempre adelantándote, Elennor?.

El chico rió, mientras se despedía fríamente de la Ravenclaw. No había conseguido nada de lo que quería, el supuesto rumor de la Diadema de Rowena Ravenclaw en los campos albanéses.

Sin embargo, él sabía que había alguien más ahí, podía olfatear su presencia—no lo malinterprenten—era más que obvio su cercanía. ¿Hace cuánto quería hacer esto?.

¿Cómo puedes pasarlo por desapercibido, Tom?.

No Tom, no lo hagas. Estarás jodido después de esto, pero siempre piensas en ti mismo y en tus objetivos de purgar el mundo, ¿por qué tenías que elegirla a ella?.

Soltó un suspiro, introduciendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones. Ansiaba hacerlo hacia meses, podía decirse que incluso años.

—¿Ya dejaste de observar, Tempest?.—inquirió, dirigiéndose a la columna dónde la castaña.

P E R S U A S I V EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora