Los manojos de rosas marchitas caían sobre la mesa. Incluso la flor más bella podía convertirse en algo sin color, ni gracia. La servidumbre, que antes cuidaba de ellas como si fuesen lo más preciado dentro del palacio, las dejó morir de sed. Todos habían olvidado cómo era, qué se sentía pasar junto a ellas y sentir el aroma de flores frescas que, a pesar de estar abarrotadas dentro de un recipiente, resistieron la adversidad; hasta que un día dejan de luchar, y la gente alrededor parece no importarle que de poco desaparezcan por completo. La muerte se había llevado por delante más que solo unas simples rosas, había arrasado con todo a su paso, dejando tristeza y culpa en su camino. Ni siquiera el oro, las joyas o los lujos pudieron comprar su compasión. Las risas inocentes se convirtieron en lágrimas de sangre, las estatuas de barro no se inmutaban ante los sucesos de sus sirvientes, ni siquiera los rezos pudieron traerlos devuelta. "Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo." - Eclesiastés 3 [En constante revisión.]