Chapter 5

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Leah no reconocía a la mujer que la observaba en el espejo: sobre su cabeza había una corona que no reconocía como propia; su rostro, aunque sutilmente cambiado por los colores del maquillaje, no le resultaba conocido; los libros y juguetes habían sido remplazados por un ramo de rosas que, aunque ya no tuvieran espinas, se clavaban en lo profundo de su carne; el vestido se aferraba a un cuerpo que ya no le pertenecía, que simplemente se había transformado en la cárcel física de su alma imaginaria. Cuando el velo cubrió su piel, se sintió atrapada, y supo que la única escapatoria sería la muerte. Las joyas la recubrían de pies a cabeza, adornándola con tonos dorados. La mujer enterró sus uñas en lo profundo de los tallos, aferrándose al ramo como lo último real y tangible que le quedaba.

—Todos esperan, mi señora —susurró Leonora.

La doncella intentó traerla de vuelta a sí misma, pero sus ojos parecían inertes en la nada, como si la vida se le hubiese escapado entre ellos. Todos a su alrededor le recordaban que debía sonreír, que al menos fingiera su felicidad. Su madre la observaba con desaprobación desde las sombras, siendo un fantasma que reaparecía con el único propósito de atormentarla.

—Derecha —dijo molesta—. Y al menos pretende, suficiente vergüenza tengo con este estúpido vestido.

Le pedían que sintiera, que hiciera, que hablara; como si fuese una marioneta, manipulada a voluntad. Pero la verdad era que nunca antes habían estado tan vacía y falta como ese día; tan sola a pesar de estar rodeada de miles de personas; tan confundida a pesar de saber tanto; tan muerta a pesar de estar viva. Todo pendía de un hilo y ella podría ser la responsable de que este se cortara, y todo aquello que estuviese en el otro extremo se derrumbara a su lado.

"Es inútil discutir contigo

No tiene ningún tipo de sentido

Si con cada palabra que sale de mi boca

Soy enviada, una y mil veces, a la misma ahorca."

<< Es inútil hablarle entre poesías a quienes no saben leer. >>

—Leah, de pie —ordenó su madre—. Nos vamos.

Como si estuviese controlada por su voz, la joven obedeció sin chistar. Las doncellas acomodaron la corta cola del vestido mientras ella se dirigía escaleras abajo. Todos en el palacio—guardias y personas de servicio—la admiraban con una sonrisa, sin poder creer que el día de la boda había llegado finalmente. Las puertas de la entrada ya estaban abiertas, dejando a la vista dos carruajes bien equipados y listos para salir en camino a la catedral.

—Iras con una de las doncellas en el carruaje que el rey dispuso —explicó—. Intenta cambiar esa expresión de espanto. Es una boda, no un funeral.

Con ayuda de uno de los guardias, la mujer se adentró en la 'cabina' antes de que el cochero diera un leve golpe a los caballos y estos comenzaran su andar. Ella admiraba la escena con completa serenidad, mientras que a su lado Leonora intentaba captar su atención.

—¡Leah! —exclamó para que pudiese reaccionar—. Vamos, mi señora. Tenemos un largo camino por delante.

Ambas se adentraron en lo que sería su transporte esa tarde con ayuda de unos de los guardias. Luego, tal y como el anterior cochero lo había hecho, bastó con una simple tirada de riendas para que los caballos comenzaron a galopar suavemente. Leonora, quien se encontraba sentada frente a ella, la observaba con una mueca de tristeza; ver a la joven en ese estado le recordaba a los difuntos ya listos para ser enterrados—carentes de color, de expresión o emoción—.

—Mi señora, ¿se encuentra bien? —preguntó preocupada—. Si quiere podemos detenernos y...

—No es necesario —la interrumpió la joven, fingiendo lo mejor que podía—. Solo estoy algo pensativa.

𝐄𝐓𝐄𝐑𝐍𝐎𝐒 || 𝐁𝐀𝐋𝐃𝐖𝐈𝐍 𝐈𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora