Al día siguiente, cuando el alba adornaba el cielo y lo teñía de cálidos colores, Leah sintió un suave perfume inundando y nublando sus sentidos. Se levantó de la cama lo más rápido que pudo, pero cuando estuvo a punto de salir, recordó que aún se encontraba vestida con su ropa de noche. Intentó mantener la calma durante todo el tiempo que le costó vestirse y arreglarse, aunque era difícil cuando la curiosidad de saber a qué se debía tan magnífica esencia no la dejaba en paz. Se miró al espejo una última vez, notando como a pesar de haber perdido peso, se encontraba exactamente igual. Apretó la carne de su cuerpo para cerciorarse de que no era solo su imaginación jugándole una mala pasada.
Suspiró pesadamente y se alejó de su reflejo, creyendo que tal vez así también lograría dejar de pensar al respecto. Tomó las manijas entre sus manos e impulsó las puertas hacia ella, dejando que el castillo se abriera paso ante sus ojos. Sintió una sonrisa iluminando su rostro cuando vio todos los jarrones bancos adornados con rosas, las mismas que ella había pedido. El pasillo estaba cubierto en su totalidad por las flores, ofreciéndole no solo una vista abrumadora, sino también el dulce perfume que liberaban.
—¿Le gustan, señorita? —. Una voz delicada la sacó de su éxtasis, devolviendo su atención a la mujer frente a ella.
Leah asintió.
—Las consiguieron... —susurró.
—Le dije que sus deseos eran órdenes.
—¿El rey las ha visto? —. Leah dijo mientras se acercaba a uno de los recipientes.
Leonora negó sutilmente.
—Los sirvientes apenas han terminado de descargarlas, ¿le gustaría que se lo notifique?
—Yo lo haré —. Leah había dejado de lado las rosas por unos segundos, volteando a ver la expresión de sorpresa de su contraria, la cual ella contrarrestaba con una sonrisa —. Asumo que usted ya conoce los eventos de la noche pasada.
—¿Eventos? ¿De qué me habla? ¡Señorita!
Leah ya había comenzado su viaje hacia los aposentos del rey, dejando que la doncella apenas pudiese recuperarse de la sorpresa y la duda.
—¡Pregúntele a Tiberias, él le dirá todo! —. Su voz se escuchaba cada vez más lejana mientras desaparecía repentinamente por la vuelta que le obligaba a dar el camino.
—¿Tiberias? —repitió confundida mientras se encaminaba a buscar al hombre.
Leah siguió su camino con un paso apresurado, tomando la falda de su vestido delicadamente para que la misma no se arrastrara por todos lados. La emoción crepitaba en sus adentros, animándola y logrando que se deshiciera de los últimos rastros de cansancio.
Una vez frente a la puerta, ambos guardias que custodiaban el lugar, la detuvieron.
—Mi señora, el rey se encuentra en su oficina —explicó el más alto —. Y no desea ser interrumpido.
<< ¿Trabajando a esta hora? >>
—¿Dónde queda su oficina? —preguntó curiosa, notando el intercambio nervioso de miradas entre los hombres.
—Yo me encargo.
Leah giró en torno a la nueva voz que se había sumado a la conversación: Era una mujer de apariencia joven, tal vez de su misma edad. Vestía demasiado bien como para ser una persona de la servidumbre. Su forma de presentarse, su voz, su apariencia... Todo de ella era magnético.
—¡Pero qué torpe de mi parte! Sybilla —dijo dulcemente la mujer, estirando su mano para que ella la estrechara —. Hermana del rey.
Ella aceptó el gesto y le ofreció una sonrisa.
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𝐄𝐓𝐄𝐑𝐍𝐎𝐒 || 𝐁𝐀𝐋𝐃𝐖𝐈𝐍 𝐈𝐕
Исторические романыLos manojos de rosas marchitas caían sobre la mesa. Incluso la flor más bella podía convertirse en algo sin color, ni gracia. La servidumbre, que antes cuidaba de ellas como si fuesen lo más preciado dentro del palacio, las dejó morir de sed. Todos...