Sus brazos se estiraron en busca del calor de su cuerpo, pero solo pudo encontrarse con la misma soledad que le había echo compañía antes de dormirse profundamente. Sus manos tomaron las suaves telas y las apretaron hasta que sus nudillos se volvieron blancos, decepcionada y molesta al no poder encontrarlo. Un dolor punzante se albergaba en las profundidades de su cabeza, probablemente debido a la gran ingesta del alcohol. Leah no era para nada una bebedora nata, por lo que siempre solía mantenerse lejos de cualquier licor que pudiese liderar a un estado de embriagues, pero la noche anterior había mandado todo al diablo con el pasar de las copas. Los sirvientes rellenaban gustosos aquel cáliz dorado, inundándolo de aquella sustancia oscura y amarga, y ella, que no sabía cuándo detenerse, aceptó cada gota con fervor.
Lentamente había perdido la lucidez, hasta dejar que las riendas de su cuerpo fueran arrastradas por una fuerza externa, más poderosa que su cordura: sus palabras tontas, sus risas sin sentido, sus toques indecentes. Nada de eso podría haber pasado si se encontraba sobria, ni siquiera en sus peores pesadillas. La valentía era una virtud que en ella carecía y creía jamás poder alcanzar sin resbalarse, tartamudear o equivocarse antes ¿Y aun así había logrado convertirse en reina? A veces pensaba que merecía un aplauso, pero no hoy. No después del papelón que había hecho frente a los guardias, los sirvientes y hasta el mismo rey.
La luz que se colaba por la ventana la obligaba a mantener los ojos cerrados, o incluso a enterrar su rostro contra el delicado material de las almohadas. En la distancia podía oír una voz que aclamaba su nombre, aunque ella solo pudiese escuchar unos simples balbuceos incoherentes. Gruñó por lo bajo, deseando que, quien sea que estuviese hablando, se callara de una buena vez y la dejara continuar descansando. El dolor se había diluido en su cuerpo hasta cubrir con totalidad cada una de sus extremidades, sentía como si su cabeza fuese aplastada por miles de martillos al mismo tiempo.
—¡Por favor, basta! —gritó agitada contra la almohada, esperando que finalmente reinara el silencio en aquella habitación.
Afortunadamente, aquel grito que había desgarrado su seca garganta, logró su cometido. Intentó respirar lentamente para calmar las molestias que, luego del estruendo de su propia voz, se habían intensificado significativamente. Mientras las sábanas de deslizaban por su piel, Leah volvía a aquel estado de relajación en el que se encontraba unos instantes antes. Cuando sentía que finalmente volvía a un estado de inconsciencia donde dejaba de existir por una fracción de tiempo, unas manos la tomaron por los hombros y sacudieron su débil cuerpo con violencia. Leah no tardó mucho en despertar, encontrándose con Leonora de pie a su lado.
—¡Su majestad! —dijo desesperada, antes de detener sus movimientos una vez que se encontró con sus ojos abiertos—. ¡Hasta que despierta!
La doncella la soltó con suavidad, dejando que volviera a caer sobre el mullido colchón.
—¿Qué pasó? —preguntó confundida, pasando su mano sobre su cansado rostro en un intento por eliminar cualquier rastro de cansancio restante.
—Ya es la tarde, mi señora —informó, observando el lúgubre estado en el que se encontraba, causado por la migraña luego del abuso de alcohol.
La reina la miró con confusión ¿Tanto había dormido? Con todas las penas que acarreaba aquel día, sentía que lo último que había hecho fue descansar. Sus huesos tronaron cuando se movió sobre la cama, al tiempo que sus músculos se estiraban después de haber pasado tantas horas en posiciones incómodas.
—¿Por qué no me despertaron antes?
Leonora rio suavemente, cubriendo sus labios.
—Todos lo intentamos, ¡incluso el rey! —explicó—. Pero huyeron al primer grito que les dio.
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𝐄𝐓𝐄𝐑𝐍𝐎𝐒 || 𝐁𝐀𝐋𝐃𝐖𝐈𝐍 𝐈𝐕
Historical FictionLos manojos de rosas marchitas caían sobre la mesa. Incluso la flor más bella podía convertirse en algo sin color, ni gracia. La servidumbre, que antes cuidaba de ellas como si fuesen lo más preciado dentro del palacio, las dejó morir de sed. Todos...