Leah había dejado de sentir hacía mucho tiempo, y dejar de sentir a veces también puede ser una maldición. << Es la última vez. >> Siempre era la última vez, siempre era la misma excusa absurda, pero pasadas las horas volvía a caer arrodillada en el mismo lugar. << Puedo dejarlo cuando quiera. >> Pero nunca quiso. << Nadie lo nota. Sigo igual. >> Si se intenta tapar el Sol con un dedo son varios los que fingen ser ciegos. << Es solo por placer. >> Hasta que del placer nace la rutina, y se hace difícil desacostumbrar al cuerpo a no vomitar cada gramo de comida.
Unas manos suaves recorrían su piel con delicadeza, como si estuviese a punto de romperse en mil pedazos. Cerraba sus ojos con afán, pues sabía que al despertar debería enfrentar a su madre: "¿¡Cómo se te ocurre armar semejante escándalo?! El rey jamás se casaría con una enferma..." Porque eso era ella, una mujer enferma que encontraba paz en un acto mundano. "Nosotras solo nos arrodillamos frente a Dios y nuestros esposos." Y ella se dejaba tentar por un diablo con aspecto de ángel, que la seducía silenciosamente una y otra vez.
Una superficie rasposa y húmeda se posó en su frente, lo que logró que diera un respingo de la cama. A su alrededor todo era desconocido, incluyendo a la mujer que la observaba preocupada. La habitación era amplia y espaciosa: la cama, donde ella yacía, estaba adornada con las más finas sedas; a sus costados, dos mesas de noche que hacían de soporte para unas velas; un guardarropa se abría paso tras unas cortinas rojas; pero lo que logró captar su atención fue la puerta de vidrio que daba a un balcón interno. La noche estrellada tras la superficie de cristal iluminaba pobremente los adentros del lugar.
—¿Dónde estoy? —. Sus labios secos apenas lograban moverse para formular una oración coherente —. Hace unos minutos estaba en mi hogar, mi madre...
—Tranquilícese, mi señora —dijo la mujer mientras la ayudaba a recostarse nuevamente —. Usted está ahora en Jerusalén, en el castillo del rey.
—¿Cómo llegué aquí?
—Lo lamento, pero no es mi deber contarle lo que ha sucedido. Yo simplemente estaba encargada de cuidarla hasta que despertara —explicaba dulcemente —. Leonora vendrá en unos minutos, usted la debe de conocer, ¿no es así?
Leah asintió. Quería gritar, llorar, echarse a correr y volver a casa, pero se queda callada y quieta, sabiendo bien que cualquier accionar erróneo podría molestar a su futuro esposo... Ahora estaba en su casa, en su castillo; ya no quedaba más nada que hacer, ahora era oficialmente su prisionera.
La mujer continuó limpiando su rostro dulcemente con un paño húmedo, intentando bajar la leve fiebre que había adquirido. Su toque era tan reconfortante como el de una madre que, preocupada, intenta ayudar a sus hijos a sanar. La tranquilidad que irradiaba fue cruelmente separada de Leah cuando ella debió marcharse, dejándola completamente sola en el lugar inhóspito.
—Señorita, me alegro que haya despertado —. La voz característica de Leonora fue como música para sus oídos. Su figura hacía acto de presencia tras atravesar las altas puertas —. Lamento que todo hay sido tan abrupto.
Leah intentó levantarse, pero aún estaba débil; era como si su propio cuerpo no respondiera a sus órdenes. El impacto al caer había hecho que ahora se encontrara cubierta de moretones que, punzantes, la obligaban a permanecer quieta.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? ¿Qué pasó? —. La bombardeó con preguntas tan pronto como la vio.
Leonora sonrió y tomó su mano entre las suyas, sintiendo como sus temperaturas se contrarrestaban.
—El rey ha solicitado que la traigamos aquí. Se le ha informado de su situación y... digamos que no ha estado tan contento al respecto.
<< Perfecto, no lo conozco y lo he hecho enojar. >>

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𝐄𝐓𝐄𝐑𝐍𝐎𝐒 || 𝐁𝐀𝐋𝐃𝐖𝐈𝐍 𝐈𝐕
أدب تاريخي"La confianza que ustedes tienen en Dios es como el oro: así como la calidad del oro se pone a prueba con el fuego, la confianza que ustedes tienen en Dios se pone a prueba con los problemas. Si ustedes pasan la prueba, su confianza será más valiosa...