Capítulo XLII: Queda la fe

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—¡Buenos días! Habla Lucrecia ¿En qué puedo servirle?

—¡Buenos días señorita! Le hablo de parte del señor Max de la O. —dijo una mujer al otro lado de la línea.

Lucrecia sintió que el corazón le daba un vuelco, ¿Su jefe? Se levantó de golpe con el teléfono en el oído e hizo señas a los especialistas ubicados en la oficina. Los hombres se colocaron alrededor de ella y de los aparatos dispuestos para oír la conversación.

Lucrecia temblaba. Su delgado cuerpo no daba oportunidad al disimulo. Uno de los hombres trató de calmarla colocando su mano en el hombro de ella.

—¡Sí! Diga —titubeó.

—¡Verá usted! El señor Max, está acá desde, desde...umm, espero un momento, umm... el domingo, tuvo un accidente horrible, fue horrible...

Lucrecia sentía que tenía ganas de vomitar, se sintió mareada y se tuvo que sentar de nuevo, los hombres que escuchaban la conversación ya estaban marcando a Thiago.

—Pero está fuera de peligro. Quedó feo, horrible, pero vivo, el que está mal, muy mal y quizás no la cuente, es el copiloto. Necesitamos un helicóptero para llevarlo a la capital...

El jefe de los investigadores especialistas, perdió la paciencia y tomó el control de la conversación.

—¡Señora! ¡Por favor! Indíquenos la ubicación exacta de dónde se encuentra, vamos por él, y por el otro señor, pero termine de decir.

—¡Sí! Seguro, ya les digo, es un pueblo a las afueras de Isla Verde, Topec, cerca del cultivo de árboles de Seaforma, la compañía, esa, bueno manden el helicóptero, es importante.

—¿Usted es?

—Ana Lafont, enfermera auxiliar, bueno la única de acá, esto no es grande, verá es un puesto pequeño de salud para atención primaria.

—Gracias. ¿Podemos hablar con el señor Max? —preguntó más tranquila Lucrecia.

—¡No hija! Puedes intentar pero no le vas a entender nada, no eso está vuelto leña. Ya si mandan los que pedimos ya lo van a tener allá hoy mismo, rapidito.

—No cuelgue —le ordené él investigador.

Thiago colgó el teléfono, cerró los ojos e hizo un gesto hacia arriba en señal de agradecimiento.

—Está vivo. Apareció, tuvo accidente el domingo, ya un helicóptero de la compañía fue por él —exclamó.

Bianca se llevó las manos al rostro y comenzó a llorar. Abrazó a Marcelo y lo besó fuerte en la cabeza, se levantó para buscar a Mariano.

—¿Y qué pasó? —preguntó Bruno teniendo que tuviera que ver con el de nuevo todo.

—No sé mucho detalle. Me acaban de mandar el informe del accidente, dice que iban hacia el bosque de árboles cultivados por Seaforma y un camión que venía del cultivo, salía y los embistió. Max iba manejando y el copiloto era alguien de la compañía —explicó.

—¡Es decir! Que si fue por lo de las casas de árboles, pero ¿Solo? No le avisó a nadie que iba hacia allá, ¿Domingo? ¿No llamo? ¿No aviso? —cuestionó Flavio.

Bianca bajo la mirada y disimuló, ella bien que sabía porque salió el así ese día y ni siquiera le dijo a dónde iba.

—Vamos al hospital —dijo Thiago con una sonrisa en su boca.

Se pusieron en marcha y Bianca estuvo de acuerdo con dejar a los niños, cuando llegaron al hospital, ya estaba Maximiliano internado, estaba en quirófano informaron.

—¿Quirófano? ¿Por qué? Habían dicho que estaba bien —preguntó Mariano.

—Doctor Bien porque está vivo pero en ese lugar no le dieron la atención como se debía, la herida de una pierna se le infectó y luchan ahora por atenderla como corresponde, tiene fracturas pobremente tratadas, intentaron pero estaban muy lastimados, ese lugar no era para atenderlos, el otro paciente está bastante delicado.

—Dios. Me dijeron que la enfermera mencionó algo de que estaba desfigurado ¿Algo así?

—No. Son heridas leves que quizás le dejen cicatrices pero nada como desfigurado, su mandíbula, bueno, terrible como llegó, no sé cómo hablo, no parece que lo hubiese atendido gente capacitada.

—Ya. Gracias. ¿Pero del resto está bien?

—Sí doctor —dijo el médico joven.

—No entiendo porque no tenía el maldito GPS activo —chilló Dante.

—¡Igual no cargaba el carro Iban en uno de la compañía que iba a visitar, había dejado el suyo en las oficinas de ellos. Pero era domingo, el hombre se iba de viaje, los asistentes de él, estarían en una sede distinta la semana siguiente, nadie fue esta semana para allá —explicó Thiago.

—¿Por qué manejaba él? —preguntó Bianca.

Thiago se encogió de hombros.

—Quiero verlo. Necesito verlo —musitó.

¡Estaba vivo! Pensaba Bianca, mientras no sabían nada de él, ella pensó en que podía perdonarle todo, olvidarse de todo y empezar sin cuentas viejas, tenían dos hijos y podían volver a intentarlo, lo amaba, sin razón lo amaba. Pero no era fácil digerir lo que encontró en su móvil. Conversaciones de él y de León donde le pedía que mantuviera a Bianca fuera de la oficina todo el tiempo posible. Recordó mucho las palabras de Dante, controlador, obsesivo y sobreprotector. ¿Quién se creía para controlar su vida así? Ella quería pero él lo hacía muy difícil.

—Ya pronto podrás verlo —la calmo Thiago colocando su mano el brazo de Bianca.

Ella lo miró con amabilidad y le sonrió, ahogó un suspiro.

—¿Qué pasa? —la interrogó.

—Estaba hablando con León para que no me dejara volver a la oficina pronto. ¿Puedes creerlo? —dijo ella con gesto abatido.

Thiago soltó un suspiro hondo y miró en otra dirección. Se giró hacía ella de nuevo.

—Es difícil qué él deje de ser él, de la noche a la mañana. Si, esas son sus odiosas costumbres, pero ha cambiado y ha sido por ti, suena loco pero si hace esas cosas es porque le importas, sé que no se justifica lo que hizo, pero entiende al menos lo que significa —le dijo Thiago y se levantó para dejarla sola.

—Otra oportunidad. Quiero darle otra oportunidad —dijo Bianca mientras veía a Thiago alejarse.

Matrimonio de apariencias amor por convivenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora