—Ya debería irme, es muy tarde.
—¿Dónde vives?
—Vivo en la estación de trenes.
—¿Qué? Pero eso está lejísimo de aquí ¿Qué estabas haciendo por esta zona?
—Buscaba algo para comer, y cajas. Suelen desechar las cajas de regalos, y hay unas muy grandes que me son útiles.
Helena lo observó afligida, y luego lo tomó de una de sus manos.
—Oye, sé que no me conoces y quizás esto te suene a una locura. O podrías tomarlo como un "milagro" navideño —sonrió—. Pero ¿Qué te parece si pasas la noche aquí?
—¿Haces esto siempre?
—¿Qué cosa?
—Invitar a desconocidos a tu casa. Podría ser peligroso para ti.
—No, de hecho es la primera vez —rio—. Eres el primero que invito a mi casa sin conocer. Y no lo sé, supongo que si hubieses querido hacerme daño, ya lo habrías hecho. Llevas como cuatro horas en mi casa, y no me pareces alguien peligroso o violento.
—Helena ¿Qué hay de tu familia? —le inquirió mirándola a los ojos.
—Pues —suspiró, desviando la mirada de él—... Ellos están muy ocupados, como para pasar tiempo conmigo. Mi hermano mayor, Javier, tiene su propia familia. Se casó hace seis años con su novia de toda la vida, y pronto tendrán a su segundo hijo. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía ocho años, por una infidelidad de mi papá. Cuando cumplí los dieciséis, me enteré que mi mamá tenía un novio desde hacía cuatro años, y pronto iban a casarse. Mi padre por su lado ha tenido muchas novias estos años, ninguna oficial. Y mi hermana menor, Carolina, recién cumplió los diecinueve, su vida se basa en salir con sus amigas, estar de fiestas y con su novio. Al parecer, la única que quedó estancada en una familia que no fue, fui yo.
—¿No tienes amigos? ¿Pareja?
—Si tengo amigos, pero ellos pasaron su navidad con sus familias. Y no, pareja no tengo. Después de mi último fracaso amoroso, preferí no fijarme por un tiempo en los hombres —sonrió.
—Estás sola.
—Am, sí, lo estoy, y suena más patético aún cuando otra persona lo dice —pronunció incómoda, sin mirarlo.
—No es malo estar solo a veces. Me quedaré a dormir.
—Ahora lo aceptas por lástima.
—No es lástima, ambos estamos solos... Y podríamos hacernos compañía ¿No?
***
Se había levantando temprano para desayunar, y al pasar por la sala, se encontró con que Gellyan ya estaba despierto también. Habían preparado el desayuno juntos, hablando un poco más de cada uno.
Y ya no sabía si su rostro serio era típico en él, o adquirido luego de la vida triste que había llevado desde su secuestro.
Luego de desayunar, Helena lo observó entusiasmada.
—¿Puedo peinarte? ¡Siempre quise cepillar el cabello largo de un chico!
Él la miró curioso, y luego asintió con la cabeza. ¿Por qué no?
—¡Espérame en la sala! Iré por mis cosas —chilló emocionada, antes de escabullirse hacia su habitación.
Gellyan fue hasta la sala, y se sentó en el sillón, observando las pantuflas que ella le había regalado. Se suponía que iban a ser para su padre, pero como no había ido, Helena se las había dado a él, junto con todos los demás obsequios que serían para su progenitor y hermano.
La joven regresó unos minutos, con un bolsito.
—Siempre quise hacer esto —sonrió sacando del bolso varios cepillos y peines—. Voy a ponerte un poco de acondicionador en las puntas.
—De acuerdo. Pero antes, debe saber algo sobre mí.
—¿Qué cosa?
—Nosotros, los kanatitas, tenemos orejas diferentes a las suyas.
—¿A qué te refieres? —preguntó confundida.
Él suspiró y luego descubrió entre su cabello, dos pequeñas orejitas puntiagudas, como las de un gato, en color castaño claro. Helena lo miró aturdida, sin poder salir del asombro.
—Somos diferentes a ustedes —murmuró.
—Definitivamente luego de esto buscaré donde queda Kanat'ma —le dijo son poder dejar de ver sus orejitas.
—Está bien —pronunció bajo, desviando la mirada.
—¿Puedo tocarlas?
—Sí.
Extendió una de sus manos hacia su cabeza, y rozó con las puntas de sus dedos una de sus orejas, sonriendo.
—Se parecen a las de un gato, son lindas.
—No es lo único que podemos hacer.
—¿No? ¿Qué más puedes hacer?
Levantó la cabeza para mirarla, y luego gruñó bajo, suave, para no asustarla. Pero de todos modos Helena terminó impresionada.
—¡Dios mío! Pareces un gato en todo sentido... ¿También se te dilatan las pupilas? ¿O afilan?
—A veces —pronunció incómodo.
Al ver el malestar que le estaba causando aquello, Helena carraspeó un poco, antes de sonreír, y cambiar de tema.
—Oye ¿Te puedo recortar la barba también?
—No mucho —pronunció inseguro.
—No, no, sólo para dejarla más prolija —sonrió pasando suavemente el cepillo por las puntas de su cabello, que le llegaba a la altura de los hombros—. ¿Te puedo hacer un moño en el cabello?
—¿Qué es eso?—O sea, atarlo —sonrió.
—Ah, está bien.
...
Un gatito de la misma tribu de Blaise ♥️✨