La poción multijugos

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Capítulo 11

Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entraron.

La profesora McGonagall pidió a Andrea y a Harry que esperaran y los dejó solos.

Andrea miró a su alrededor. Una cosa era segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho, el más interesante. Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsada del colegio, habría disfrutado observando todo aquello.

Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo.

Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.

Harry también lo había visto, miró a Andrea y dudó. Luego echó un cauteloso vistazo a los magos y brujas que había en las paredes. Seguramente no haría ningún mal poniéndoselo de nuevo. Sólo para ver si..., sólo para asegurarse de que lo había colocado en la casa correcta. Se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto.

Andrea observó perpleja como Harry se quedaba con el sombrero puesto sin decir o ver nada.

Un minuto después cogió el sombrero por la punta y se lo quitó. Quedó colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareado, lo dejó de nuevo en el estante.

—Te equivocas —dijo en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero.

Éste no se movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo. Andrea no entendía nada e iba a preguntar, pero algo la detuvo.

Un ruido como de arcadas la hizo volverse completamente junto a Harry. No estaban solos. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado.

Andrea lo miró, y el pájaro le devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras Andrea y Harry lo miraban, se le cayeron otras dos plumas de la cola. El pájaro comenzó a arder.

Harry profirió un grito de horror y retrocedió hasta el escritorio. Andrea observó impresionada como el fénix ardía mientras Harry la miraba horrorizado preguntándose porque no estaba preocupada.

Harry buscó por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno. El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo. La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.

—Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro..., no pude hacer nada..., acaba de arder...

Para sorpresa de Harry, Andrea sonrió y Dumbledore parecía aliviado.

—Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.

Andrea se rió de la cara atónita que ponía Harry.

—Fawkes es un fénix, Harry—le explicó el director.

—Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira... —le dijo Andrea mientras acariciaba la cabeza del pollito diminuto y arrugado que aparecía entre las cenizas.

Andrea Bletchley y la cámara de los secretos ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora