Cornelius Fudge

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Capítulo 13

Andrea, Harry, Ron y Hermione siempre habían sabido que Hagrid sentía una desgraciada afición por las criaturas grandes y monstruosas. Durante el curso anterior en Hogwarts había intentado criar un dragón en su pequeña cabaña de madera, y pasaría mucho tiempo antes de que pudieran olvidar al perro gigante de tres cabezas al que había puesto por nombre Fluffy.

Andrea estaba segura de que si, de niño, Hagrid se enteró de que había un monstruo oculto en algún lugar del castillo, hizo lo imposible por echarle un vistazo. Seguro que le parecía inhumano haber tenido encerrado al monstruo tanto tiempo y debía de pensar que el pobre tenía derecho a estirar un poco sus numerosas piernas.

Podía imaginarse perfectamente a Hagrid, con trece años, intentando ponerle un collar y una correa. Pero también estaba segura de que él nunca había tenido intención de matar a nadie.

Ron y Hermione le pedían constantemente que les contase a Harry una y otra vez todo lo que había visto, hasta que se cansaba de tanto hablar y de las largas conversaciones que seguían a su relato y que no conducían a ninguna parte.

—A lo mejor Ryddle se equivocó de culpable —decía Hermione—. A lo mejor el que atacaba a la gente era otro monstruo...

—¿Cuántos monstruos crees que puede albergar este castillo? —le preguntó Ron, aburrido.

—Ya sabíamos que a Hagrid lo habían expulsado —dijo Harry, apenado—. Y supongo que entonces los ataques cesaron. Si no hubiera sido así, a Ryddle no le habrían dado ningún premio.

Ron intentó verlo de otro modo.

—Ryddle me recuerda a Percy. Pero ¿por qué tuvo que delatar a Hagrid?

—El monstruo había matado a una persona, Ron —contestó Andrea.

—Y Ryddle habría tenido que volver al orfanato muggle si hubieran cerrado Hogwarts —dijo Harry—. No lo culpo por querer quedarse aquí.

Ron se mordió un labio y luego vaciló al decir:

—Tú te encontraste a Hagrid en el callejón Knockturn, ¿verdad, Harry?

—Dijo que había ido a comprar un repelente contra las babosas carnívoras —dijo Harry con presteza.

Se quedaron en silencio. Tras una pausa prolongada, Andrea preguntó lo que llevaba mucho pensando.

—¿Por qué no vamos y le preguntamos a Hagrid?

—Sería una visita muy cortés —dijo Ron—. Hola, Hagrid, dinos, ¿has estado últimamente dejando en libertad por el castillo a una cosa furiosa y peluda?

Al final, decidieron no decir nada a Hagrid si no había otro ataque, y como los días se sucedieron sin siquiera un susurro de la voz que no salía de ningún sitio, albergaban la esperanza de no tener que hablar con él sobre el motivo de su expulsión.

Ya habían pasado casi cuatro meses desde que petrificaron a Justin y a Nick Casi Decapitado, y parecía que todo el mundo creía que el agresor, quienquiera que fuese, se había retirado, afortunadamente. Peeves se había cansado por fin de su canción ¡Oh, Potter, eres un zote!; Ernie Macmillan, un día, en la clase de Herbología, le pidió cortésmente a Harry que le pasara un cubo de hongos saltarines, y en marzo algunas mandrágoras montaron una escandalosa fiesta en el Invernadero 3. Esto puso muy contenta a la profesora Sprout.

—En cuanto empiecen a querer cambiarse unas a las macetas de otras, sabremos que han alcanzado la madurez —dijo a Andrea—. Entonces podremos revivir a esos pobrecillos de la enfermería.

Andrea Bletchley y la cámara de los secretos ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora