La inscripción en el muro

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Capítulo 8

—¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasa?

Atraído sin duda por el grito de Malfoy, Argus Filch se abría paso a empujones. Vio a la Señora Norris y se echó atrás, llevándose horrorizado las manos a la cara.

—¡Mi gata! ¡Mi gata! ¿Qué le ha pasado a la Señora Norris? —chilló. Con los ojos fuera de las órbitas, se fijó en Harry—. ¡Tú! —chilló—. ¡Tú! ¡Tú has matado a mi gata! ¡Tú la has matado! ¡Y yo te mataré a ti! ¡Te...!

—¡Argus!

Había llegado Dumbledore, seguido de otros profesores. En unos segundos, pasó por delante de Andrea, Harry, Ron y Hermione y sacó a la Señora Norris de la argolla.

—Ven conmigo, Argus —dijo a Filch—. Vosotros también, Potter, Bletchley, Weasley y Granger.

Lockhart se adelantó algo asustado.

—Mi despacho es el más próximo, director, nada más subir las escaleras. Puede disponer de él.

—Gracias, Gilderoy —respondió Dumbledore.

La silenciosa multitud se apartó para dejarles paso. Lockhart, nervioso y dándose importancia, siguió a Dumbledore a paso rápido; lo mismo hicieron la profesora McGonagall y el profesor Snape.

Cuando entraron en el oscuro despacho de Lockhart, hubo gran revuelo en las paredes; Andrea se dio cuenta de que algunas de las fotos de Lockhart se escondían de la vista, porque llevaban los rulos puestos. El Lockhart de carne y hueso encendió las velas de su mesa y se apartó.

Dumbledore dejó a la Señora Norris sobre la pulida superficie y se puso a examinarla. Andrea, Harry, Ron y Hermione intercambiaron tensas miradas y, echando una ojeada a los demás, se sentaron fuera de la zona iluminada por las velas.

Dumbledore acercó la punta de su nariz larga y ganchuda a una distancia de apenas dos centímetros de la piel de la Señora Norris. Examinó el cuerpo de cerca con sus lentes de media luna, dándole golpecitos y reconociéndolo con sus largos dedos.

La profesora McGonagall estaba casi tan inclinada como él, con los ojos entornados. Snape estaba muy cerca detrás de ellos, con una expresión peculiar, como si estuviera haciendo grandes esfuerzos para no sonreír. Y Lockhart rondaba alrededor del grupo, haciendo sugerencias.

—Puede concluirse que fue un hechizo lo que le produjo la muerte..., quizá la Tortura Metamórfica. He visto muchas veces sus efectos. Es una pena que no me encontrara allí, porque conozco el contrahechizo que la habría salvado.

Los sollozos sin lágrimas, convulsivos, de Filch acompañaban los comentarios de Lockhart. El conserje se desplomó en una silla junto a la mesa, con la cara entre las manos, incapaz de dirigir la vista a la Señora Norris.

Pese a lo mucho que detestaba a Filch, Andrea no pudo evitar sentir compasión por él, aunque no tanta como la que sentía por ellos mismos. Si Dumbledore creía a Filch, los expulsarían sin ninguna duda. Dumbledore murmuraba ahora extrañas palabras en voz casi inaudible. Golpeó a la Señora Norris con su varita, pero no sucedió nada; parecía como si acabara de ser disecada.

—... Recuerdo que sucedió algo muy parecido en Uagadugú —dijo Lockhart—, una serie de ataques. La historia completa está en mi autobiografía. Pude proveer al poblado de varios amuletos que acabaron con el peligro inmediatamente.

Todas las fotografías de Lockhart que había en las paredes movieron la cabeza de arriba abajo confirmando lo que éste decía. A una se le había olvidado quitarse la redecilla del pelo. Finalmente, Dumbledore se incorporó.

Andrea Bletchley y la cámara de los secretos ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora