De vuelta a Hogwarts

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Capítulo 4

El final del verano llegó más rápido de lo que Andrea habría querido. Estaba deseando volver a Hogwarts, pero, por otro lado, el mes que había pasado en La Madriguera había sido increíble. Le resultaba difícil no sentir envidia de Ron cuando pensaba en sus aburridos veranos sola en su casa.

La última noche, la señora Weasley hizo aparecer, por medio de un conjuro, una cena suntuosa que incluía todos los manjares favoritos de Andrea y Harry y que terminó con un suculento pudín de melaza.

Fred y George redondearon la noche con una exhibición de las bengalas del doctor Filibuster, y llenaron la cocina con chispas azules y rojas que rebotaban del techo a las paredes durante al menos media hora.

Después de esto, llegó el momento de tomar una última taza de chocolate caliente e ir a la cama. A la mañana siguiente, les llevó mucho rato ponerse en marcha.

Se levantaron con el canto del gallo, pero parecía que quedaban muchas cosas por preparar. La señora Weasley, de mal humor, iba de aquí para allá como una exhalación, buscando tan pronto unos calcetines como una pluma.

Algunos chocaban en las escaleras, medio vestidos, sosteniendo en la mano un trozo de tostada, y el señor Weasley, al llevar el baúl de Ginny al coche a través del patio, casi se rompe el cuello cuando tropezó con una gallina despistada.

A Andrea no le entraba en la cabeza que nueve personas, siete baúles grandes, tres lechuzas y una rata pudieran caber en un pequeño Ford Anglia. Claro que no había contado con las prestaciones especiales que le había añadido el señor Weasley.

—No le digáis a Molly ni media palabra —susurró a Andrea y a Harry al abrir el maletero y enseñarles cómo lo había ensanchado mágicamente para que pudieran caber los baúles con toda facilidad.

Cuando por fin estuvieron todos en el coche, la señora Weasley echó un vistazo al asiento trasero, en el que Andrea, Harry, Ron, Fred, George y Percy estaban confortablemente sentados, unos al lado de otros, y dijo:

—Los muggles saben más de lo que parece, ¿verdad? —Ella y Ginny iban en el asiento delantero, que había sido alargado hasta tal punto que parecía un banco del parque—. Quiero decir que desde fuera uno nunca diría que el coche es tan espacioso, ¿verdad?

El señor Weasley arrancó el coche y salieron del patio. Andrea se volvió para echar una última mirada a la casa. Apenas le había dado tiempo a preguntarse cuándo volvería a verla, cuando tuvieron que dar la vuelta, porque a George se le había olvidado su caja de bengalas del doctor Filibuster.

Cinco minutos después, el coche tuvo que detenerse en el corral para que Fred pudiera entrar a coger su escoba. Y cuando ya estaban en la autopista, Ginny gritó que se había olvidado su diario y tuvieron que retroceder otra vez. Cuando Ginny subió al coche, después de recoger el diario, llevaban muchísimo retraso y los ánimos estaban alterados. El señor Weasley miró primero su reloj y luego a su mujer.

—Molly, querida...

—No, Arthur.

—Nadie nos vería. Este botón de aquí es un accionador de invisibilidad que he instalado. Ascenderíamos en el aire, luego volaríamos por encima de las nubes y llegaríamos en diez minutos. Nadie se daría cuenta...

—He dicho que no, Arthur, no a plena luz del día.

Llegaron a Kings Cross a las once menos cuarto. El señor Weasley cruzó la calle a toda pastilla para hacerse con unos carritos para cargar los baúles, y entraron todos corriendo en la estación. Andrea ya había cogido el expreso de Hogwarts el año anterior.

Andrea Bletchley y la cámara de los secretos ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora