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Nunca hubiera imaginado que una cosa tan simple como cenar con su marido le produjera tanta excitación.

A las seis en punto del día siguiente, Elsa era mucho más feliz de lo que lo había sido durante días... o semanas. Se estaba arreglando como no lo había hecho nunca para ir a un baile. No podía estarse quieta.

Se había puesto una falda de seda celeste, larga y vaporosa; debajo del corpiño de cintura alta y escote bajo, colgaban docenas de finos pliegues Al fin estaba lista.

En el momento en que se dispuso a bajar las escaleras, Jackson salió de la biblioteca.

Cuando la vio, se detuvo a los pies de la escalinata. Elsa contuvo el aliento, al ver que su mirada se clavaba en ella. La joven, algo temerosa, lo miró también.

Entonces la inundó la satisfacción porque, aunque él no dijo una palabra, la expresión que vio en su semblante fue de plena aprobación.

Cuando llegó al último escalón, Jackson extendió el brazo en silencio y ella apoyó los dedos en la manga.

En el comedor, los había colocado uno frente al otro. Jack frunció el ceño y le dijo algo al mayordomo.

Pan después, no podía recordar exactamente lo que comieron. Estaban en los postres cuando inclinó la cabeza a un lado y lo miró. 

—¿Por qué no te has casado?

—Querida, corrígeme si me equivoco, pero creo que estoy casado. Elsa arrugó la nariz.

—Ya sabes lo que quiero decir. ¿Por qué no te has casado antes? 

—¿Por qué me lo preguntas? -inquirió Jackson alzando una de sus cejas.

—Bueno -respondió Elsa en un tono grave-, eres un poco mayor para no haberte casado nunca.

El comentario sorprendió a Jack y Elsa cayó en la cuenta que debía de haber tomado su copa de vino con demasiada frecuencia. Se llevó los dedos a la boca.

—Oh, querido, no puedo creer que me haya atrevido a decir algo así. No era mi intención ser tan grosera

—No tiene importancia -dijo Jackson moviendo la cabeza. Luego hizo una breve pausa-. Sucedió hace años, pero estuve a punto de casarme.

—¿Por qué no lo hiciste? -preguntó Elsa sin pensarlo dos veces.

—Simplemente no lo hice -explicó Jackson, pero aunque su tono era ligero, sus rasgos habían adquirido una expresión de gravedad-. Y desde entonces, bueno, nunca he encontrado a una mujer con la que quisiera casarme.

Y seguía sin encontrarla, reconoció Elsa con una punzada de dolor. Nunca se hubiera casado con ella si no se hubiera visto obligado y este pensamiento le produjo un dolor agudo, como si le hubiera clavado un cuchillo en el pecho.

Se sorprendió agradablemente cuando la invitó a jugar al ajedrez, y lo olvidó todo. Elsa siempre se había vanagloriado de ser buena en el juego; su padre la había enseñado cuando ella era una niña.

Pero como su padre, Jack era un oponente muy inteligente y tuvo que aplicar toda su concentración para estar a su altura.

Ganó Jackson, pero a Elsa no le importó. Fue la velada más divertida que pasaba desde hacía semanas.

Poco después Jackson la acompañó a su habitación.

La velada había transcurrido con tanta armonía que Elsa se preguntó si aquella noche sería la noche en la que él la convertiría en su verdadera esposa. Si era así, ¿qué sentiría?... Tenía miedo: no de él, sino de lo que le haría. Sin embargo, un escalofrío de excitación le recorrió las venas. 

Una Boda De EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora