Septiembre, 2003.

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-Gracias por traerme señor, mi mamá estará aliviada de saber que llegué sana y salva- Abigail sonrió dulcemente mientras se bajaba del auto que la trajo a su destino. El conductor, un hombre de mediada edad con un bigote gracioso le devolvió la sonrisa y se despidió amablemente. Al ver que la chica se veía bien, tocó la bocina a modo de despedida y comenzó la marcha por la despejada carretera.

Abigail emprendió camino sin destino alguno, no tenía idea de qué impulso la había llevado a viajar desde Seattle hasta La Push. Llevaba un tiempo soñando con esa playa y el paisaje que la rodeaba, pero nunca pensó que sería capaz de llegar por sí sola. Al pasar por un par de casas, divisó a lo lejos una playa desolada, las nubes grises que cubrían el cielo se veían reflejadas en el tormentoso mar que rodeaba la arena blanca, pero a pesar de ser una vista poco atractiva y un tanto abrumadora para muchos, resultó relajante para la chica de una manera que no podía describir. Abigail sintió que siempre había pertenecido a ese lugar, era la primera vez en su vida que se sentía como en casa.

Caminó sin apuro por la costa, embelesándose con todo lo que veía, y a pesar de la brisa marina que helaba su cuerpo, no sintió frío ni incomodidad, lo que trajo una sonrisa a su rostro, pero esta vez era una sonrisa sincera, de esas que se esconden por mucho tiempo cuando la vida no es justa, esperando el momento indicado para salir y brillar.
A lo lejos pudo ver a un grupo de chicos jugando con una pelota, sus risas y sus gritos no afectaron la vibra que Abigail tenía en ese momento, y sólo se sentó en la arena admirando las olas y perdiéndose en sus pensamientos.

-Hey, nunca te he visto antes por aquí- Abigail alzó la vista al sentir una voz tan cerca. Parado junto a ella se encontró uno de los chicos, mientras que sus amigos lo observaban temerosos desde una distancia prudente.

-Es la primera vez que vengo-.

-¿Vienes de muy lejos? Soy Jacob Black y vivo aquí. Disculpa a mis amigos, creo que los asustas un poco- La chica sonrió mientras presenciaba como Jacob charlaba y se movía sin parar, el niño tenía una hermosa sonrisa que resultaba ser bastante contagiosa. Por lo general a ella no le gustaba sociabilizar, pero la chispa que transmitía Jacob la hizo sentir segura y en confianza.

-Vengo de Seattle, me llamo Abigail Quinteros. Se ven menores que yo, ¿Cuántos años tienen? -.

-Los tres tenemos trece, pero soy el mayor del grupo. Aunque estoy seguro que ya te habías dado cuenta- Jacob sonrió orgulloso tratando de impresionarla, pero sólo provocó una risa burlona por su parte. - ¿Y tú? -.

-Tengo quince, pequeñín. Dile a tus amigos que pueden acercarse si quieren, no soy una asesina o algo así - Comentó entre risas, mientras Jacob le hacía señas a sus amigos para que se acercaran. Pronto llegaron dos chicos con rostro joven e infantil, uno de ellos se veía claramente ruborizado, parecía ser el más tímido de los tres.

-Chicos ella es Abigail y viene de Seattle. Ellos son Quil y Embry ... Por cierto, a Embry le gustas-.

-¡No es cierto! -.

-Oh, Embry se está enojando-.

-Cállate Quil-.

En un instante lo chicos comenzaron a luchar en la arena, deleitándose con la estruendosa risa de la chica nueva.

La tarde pasó rápidamente con las eternas conversaciones y bromas entre los cuatro, creando un lazo de amistad que ninguno olvidaría. Cuando comenzó a oscurecer Abigail se despidió de los chicos, prometiendo que volvería pronto. La chica emprendió su camino por un lado de la carretera esperando tener suerte y encontrar algún vehículo que se detuviera y aceptara llevarla a alguna parada de autobus para lograr llegar a su casa de acogida en Seattle.

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