Capítulo 10: La cena.

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Andrés

—Gracias por invitarnos.

Adriana había llamado al timbre, junto con su marido hacía solo cinco minutos.

Llevaba toda la semana nervioso porque llegara el momento de tenerla en casa.

Sonreí al observar el atuendo que había escogido. Un vestido cruzado, mitad blanco, mitad negro, tipo blazer que se abrochaba a través de dos simples botones. El escote que llevaba era bastante entusiasta. Con la porción de piel que mostraba sabías que ahí debajo no había un sujetador.

Llevaba el pelo suelto recogido con un par de horquillas laterales y un tupé que le despejaba la cara.

Se había ahumado los ojos y pintado los labios en rojo.

Su marido me saludó con un apretón de manos y me tendió varias botellas de vino y champán para la cena.

Le di las gracias, los hice pasar al jardín, les ofrecí un par de copas y esperamos a que mi mujer se uniera a nosotros.

Mis hijos se iban a quedar con los abuelos, así que estaríamos los cuatro a solas.

—Tiene una propiedad fantástica —admiró su marido, echando una ojeada con una copa de Moet en la mano.

—Sí, nos la regalaron los padres de mi mujer cuando nos casamos, querían que los niños tuvieran espacio suficiente para jugar.

—Entonces tienen hijos... —Lo dijo desviando la mirada hacia su mujer quien bebía abrazándose la cintura con el brazo izquierdo.

—Sí, mellizos.

—Menuda puntería... Y ¿han pensado en tener más? —negué sin dejar de perderme los matices que cruzaban el rostro de Adri.

—No. Con dos fue suficiente. ¿Más champán? —le ofrecí a ella al ver su copa vacía.

—Por favor —respondió extendiéndola.

—Nosotros también queremos hijos, solo que a Adri le cuesta... Por eso nos estamos poniendo a diario, a ver si vienen de una vez... ya no podemos esperar demasiado más, que ella ya tiene una edad...

Los dedos femeninos se crisparon alrededor del cristal cuando su marido la tomó por la cintura y besó su mejilla.

—A Andrés no le interesa nuestra vida sexual, recuerda que es mi jefe.

—Y tu amigo.

—Sí, pero acabo de empezar a trabajar en su colegio, dudo que quiera que una de las trabajadoras se quede embarazada...

—Tonterías, seguro que comprende que un matrimonio tan sólido como el nuestro quiera tener descendencia. ¿Verdad? —Su marido me miró y yo alcé las comisuras.

—Por supuesto.

—Hola. —El saludo de mi mujer rompió el momento. Ambos se giraron para contemplarla.

Se había arreglado para la ocasión. Llevaba un jersey de hombro caído en color burdeos y un pantalón de pinzas blanco.

Miguel soltó a su mujer y esperó a que la mía se reuniera con nosotros para las presentaciones.

Yo me acerqué a ellos con una copa en la mano, ofreciéndosela a Carla. Lo hice colocándome al otro lado de Adriana, para acariciarle con disimulo el trasero. Ella ni se inmutó por el magreo.

Lo tenía exquisitamente duro, como a mí me gustaba, listo para que mi mano estallara sobre la carne apretada.

Una vez hechas las presentaciones y que mi mujer les hiciera pasar al comedor para que pudiéramos cenar con tranquilidad. Miguel acompañó a mi mujer un par de pasos por delante.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora