Capítulo 20: El pacto.

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Adriana

Miré a Andrés con ironía, pues Álvaro y yo llevábamos toda la noche bromeando y por su gesto sabía que no le hacía ni puta gracia.

Apretaba la mandíbula cada dos por tres y crujía el cuello de un lado a otro. Incluso Álvaro se había prestado a hacerle un masaje de espalda al ver su incomodidad.

Yo lancé la puntillita de que se dejara, que era maravilloso con las manos y Andrés quiso saber el momento exacto en que pude comprobarlo.

Andy apareció antes de que pudiera responder. Al parecer J no se encontraba nada bien y había pedido que yo fuera al baño a atenderlo.

Álvaro dijo que ya se encargaba él y yo lo frené argumentando que seguro que se trataba de una tontería, que no se preocupara y siguieran charlando de sus cosas, que regresaba en cuanto comprobara que todo estaba en orden.

Le di las gracias a Andy y partí en dirección al baño enfundada en mi vestido de cortesana.

Cuando llegué entré con una sonrisa en los labios, J estaba en uno de los cubículos, con la puerta abierta, la cara lívida y el cuello echado hacia atrás. Parecía estar sufriendo lo indecible.

—Hola, Caperucita —murmuré sibilante, él bajó la cabeza de inmediato para mirarme con ojos brillantes

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—Hola, Caperucita —murmuré sibilante, él bajó la cabeza de inmediato para mirarme con ojos brillantes.

—Ama, no me encuentro bien.

—Ya me lo han dicho, por tu estado diría que te has apretado demasiado el aro constrictor que dije que te compraras para hoy. Bájate los pantalones y déjame ver.

—Entre y cierro la puerta, no me gustaría que alguien me viera. —Hice estallar en negativa la lengua contra el paladar.

—De eso nada.

—¡Pero pueden verme! —se quejó.

—Ese no es mi problema. Elije, o te bajas los pantalones y dejas que te mire, o te espabilas con tus huevos morados.

—E-está bien.

Cuando se bajó los calzoncillos y vi el color amoratado no necesité ver más.

La puerta que quedaba a mis espaldas se abrió abruptamente y J cubrió instintivamente su entrepierna con las manos.

—Vaya, vaya, vaya... Pero qué tenemos aquí. —La voz de Andrés resonó haciendo eco en el baño, era el más alejado de la fiesta, por lo que debía haberme seguido hasta allí.

—Yo-yo... —balbució el muchacho. A J no le salían ni las palabras.

—Te he dicho que te cubras, ¿Caperucita? —inquirí apuntando sus manos con la mirada. Él observó a Andrés y después a mí. Alcé las cejas, tragó con fuerza y se descubrió avergonzado—. Eso está mejor, sumiso.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora