Capítulo 8: Las dos caras de la moneda

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ADRIANA

Camino al lado de Andrés y todavía sonrío por dentro al pensar en el descaro de J, a veces echo de menos esa inconsciencia de los adolescentes, creo que por eso me gusta rodearme de ellos.

¿Alguna vez lo fui?

Quizá no una al uso, pero sí tuve esa necesidad de arriesgar, de vivir, de engullir la vida antes de que ella lo hiciera conmigo.

La diferencia entre esos hijos de papá y yo es que ellos lo hacían sin temer las consecuencias, a sabiendas de que, si la cagaban, estarían sus padres para cobijarlos y lamerles las heridas.

Las mías tuve que lamérmelas yo. No podía preocupar a mi madre, así que si la fastidiaba, contaba solo conmigo para solucionar mi metedura de pata.

Cuando llegué a la universidad se abrió ante mis ojos un mundo de posibilidades, todo llegó de la mano de una profesora un tanto peculiar, que vio en mí algo que ni yo misma sabía que existía.

Ella fue mi mentora, la que me recomendó la entrada en la hermandad, la que me reconfortó cuando no encontraba mi espacio en el mundo. Fue ella quien abrió las puertas del BDSM como refugio a mis necesidades «especiales» y no puedo sentirme más agradecida por ello.

Fue un bálsamo. Durante la instrucción tuve tantas sensaciones, que raro era el día que no llorara por gratitud o porque las emociones me abrumaran. Ella me acariciaba el alma en cada sesión. Me encontré, renací y hallé en mi reflejo un yo latente que ignoraba que existiera.

Fui sumisa y ama, el ying y el yang, las dos caras de la misma moneda. Una switch, como me denominaba ella.

En el mundo de la dominación y la sumisión, no todo es blanco o negro. Hay una escala de matices por los que moverse, donde disfrutar, donde arriesgar, donde gozar de miles de sensaciones ajenas a muchos.

El dolor es un fuerte catalizador de emoción, abre cerrojos que no sabemos ni que existen y cuando se abren, cuando conectas de verdad el yo animal, el racional y el emocional, es cuando te encuentras.

—¿En qué piensas? —pregunta Andrés sin perder el paso a mi lado.

—En la juventud... —suspiro.

—Ni que fueras tan mayor.

—Bueno, eso depende de los ojos que te miren, si le preguntas a un niño de seis años seguro que soy una anciana a la que le quedan dos telediarios para que le entierren.

—Y si le preguntas a J, eres un sueño erótico que utiliza para pajearse en el baño.

—¿Eso es lo que hiciste tú anoche, cuando te mandé la foto? —lo reto.

—No —responde escueto abriéndome la puerta para que pase rozándolo hacia el interior del Instituto—. Lo he hecho esta mañana, no abrí el correo hasta las siete. —Sonrío y le miro entre las pestañas tupidas—. ¿Y tú?

—¿Yo qué? —reemprendemos el paso subiendo las escaleras.

—¿Te tocaste pensando en mí anoche? —su tono baja, se vuelve ronco.

—Más bien me toqué pensando en mí. —Las comisuras de sus labios se alzan.

—Si yo fuera tú, también me masturbaría pensando en mí. Estás demasiado buena para cualquiera. —Solté una risa melódica. Andrés siempre me hacía sonreír, era una de sus mayores virtudes.

—Mi mujer quiere que te invite a cenar. —Alzo las cejas.

—Qué liberal... —Él chasquea la lengua.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora