CAPÍTULO 4: Los alumnos

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En el recreo...

—¿Qué os ha parecido la nueva? —pregunta Andy dándole un mordisco a su manzana.

—Una imbécil —replica Celeste cerrando su espejito de maquillaje.

—Pues a mí no me ha caído mal —añade Anabel, mientras da una última pincelada a su esmalte de uñas.

—Eso lo dices porque nos ha intentado dar pena con lo de su tío, yo no creo ni que sea verdad. —Celeste se cruza de brazos.

—¿Y por qué nos tendría que mentir? —rebate Andy con la mirada puesta en Celeste.

—Por estrategia. En el amor y en la guerra todo vale —replica airada.

—¿Y nosotros somos la guerra? —pregunta Andy jocoso, mientras lanza la manzana a la papelera—. No seas boba, eso lo dices porque te ha puesto en tu sitio delante de todos.

—A mí no me ha puesto en ninguna parte. Hace falta mucho más que una profesorucha del tres al cuarto para ridiculizarme. Lo que necesita es que alguien le de un escarmiento.

—¿Y ese alguien eres tú? —replica Andi incrédulo, mientras Anabel los mira a uno y a otro como si estuviera en un partido de tenis.

—Más bien, nosotros. No nos conviene tener una profesora husmeando en nuestras cosas, aquí todos tenemos mucho que perder —dijo en tono de advertencia—. Así que ni se os ocurra revelar nada que nos perjudique en esa mierda de redacción que nos ha mandado. ¿Estamos?

J aparece por detrás agarrando a su chica por la cintura para morderle el cuello, girarle la cara y comerle la boca.

Tanto Andy como Anabel los miran. El rubio admirando la manera en que la lengua del moreno ahondaba entre los labios de Celeste.

Anabel los contempla a ambos, se muerde el labio inferior y se plantea cómo será ser besada de ese modo.

Andy carraspea incómodo. Lleva un par de años pillado por su mejor amigo y es algo que lo asusta y lo incomoda, porque sabe que él no lo ve del mismo modo.

—Espabilad, tenemos clase de gimnasia en diez minutos y ya sabéis que si llegamos tarde son veinticinco abdominales —anuncia poniendo fin al beso.

Celeste deja de besar a J y se estira como una gata satisfecha. Sus manos acarician la nuca del chico y este le dedica un apretón a sus pechos.

—Córtate un poco, que cualquiera puede veros —los reprende Andy. J reafirma el magreo y Celeste sonríe descarada.

—¿Y cuál es el problema? —contraataca su amigo—. No me estarías diciendo nada si le tocara los brazos o las piernas. Lo que ocurre es que tienes demasiadas barreras mentales, tendrías que probar a dejarte ir y sacarte el palo que asoma por tu culo de reprimido... —Andy aprieta los puños. J no tiene ni idea de lo que suponen esas palabras para él—. Por qué no te lías con Anabel y probáis... Igual te gusta lo que ella te puede ofrecer... —Anabel se pone nerviosa, mira a Andy de refilón, este tiene el ceño arrugado.

—No seas capullo. No todos somos tan abiertos de miras como tú —pronuncia Andy—. No te lo tomes a mal Anabel, no va por ti. —Desvía la atención hacia su mejor amigo—. Me largo al vestuario, tú haz lo que quieras —replica molesto arrancando a andar.

J suelta a Celeste y corre para coger a su amigo por el hombro mientras se aleja.

—Vamos tío, era una broma... Ya sabes que puedes follar con quien quieras... A mí me la suda con quien te lo montes.

Los dos avanzan y las chicas los siguen de cerca.

—¿Cómo llevas lo de las hormonas? —le pregunta Celeste a Anabel.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora