Capitulo 29

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En el aeropuerto nos esperaba una limosina, no un taxi como dijo Gabbe.

—¿Qué pasó con el taxi? —pregunto viéndolo de soslayo.

No puedo apartar la mirada del gran auto negro y brillante que está frente a nosotros, Lucrecia tiene la propia, parece ser realmente suya, es rosada.

—Pedí un taxi, pero mi padre lo cancelo, no podemos ser vistos en esas baratijas.

El flash de una cámara me hace sobresaltar. Observo a mi alrededor en busca de que fue esa luz, me sorprendo a ver a dos hombres con unas cámaras apuntando directo a nosotros.

Una mujer se apresura con un micrófono a grabar, antes que todo sea un desastre Gabbe nos mete en la limosina apresuradamente. Me golpeó con algo duro que chilla.

—Aplastaste a señor tigre —dice Gabbe agarrando la caja plástica dónde transportan a los gatos.

En cuanto me recompongo y el saca al gato de la caja para que explore, hago la pregunta del millón:

—¿Quiénes eran esas personas?

—Paparazzis —dice sin más.

—¿Y por qué paparazzis quieren tomarnos fotos?

—Soy el hijo de uno de los hombres más ricos y poderosos de la ciudad, April. Cuando estaba aquí todo era así, por eso es más divertido ir a la academia, no ser conocido y trabajar por mi cuenta.

—¿Con la academia no pretendes luego ser famoso por cantar? —pregunto.

—Claro que si, pero pretendo hacerlo por mi cuenta, no por la fama de mi padre, que por cierto, para la ironía de todo, es un productor musical.

Cuando estoy a punto de hablar, el chófer nos dice que llegamos, trago saliva, no puedo mentir, estoy nerviosa, aunque no sea la novia de Gabbe, entrar a esta familia podría abrir puertas o cerrarlas si ellos así lo quieren.

Bajamos de la limosina y Gabbe lleva al gato de nuevo en la caja plástica, aún no me explica cómo es que Señor Tigre está aquí, pero no lo pregunto porque al observar el lugar quedo impresionada.

El jardín es inmenso, con grandes rosas que van entre las rojas, rosas, moradas y blancas... Nunca había visto rosas moradas. En el centro del lado derecho del jardín hay una mujer de piedra con finos cabellos rodeándola y del lado izquierdo, un hombre que parece buscarla, es como un cuento de hadas en dos piezas de mármol.

En frente de mi, una gran mansión, parece una imitación bastante elegante y bonita de la casa blanca, con cuatro grandes pilares sosteniendo la estructura principal. Tragó saliva.

—Tu casa es...

—¿Grande? ¿Intimidante? ¿Ridículamente parecida a la casa blanca? Si.

Todo lo que había pensado el lo dijo. No me tomo la mano porque la llevaba ocupada con Señor Tigre y las maletas, aunque él no quería que trajeramos maletas, trajo una pequeña.

Subimos las escaleras principales para llegar a la entrada de la gran casa, pero si es un poco más pequeña que la casa blanca original. En cuanto llegamos arriba una mujer vestida de mucama se lleva nuestras maletas menos al gato, llegamos de noche, y hay muchísima bulla en esta casa.

Adentro las luces están tenues y una música retumba por todo el lugar, olvidaba que las fiestas de esta familia son todos los días de diciembre ¿Qué divertido? Suspiro, mi cuerpo me pide descanso después de un viaje en avión, no una fiesta.

La mucama desaparece por un pasillo, Gabbe no se mueve de dónde está y yo hago lo mismo, cuando sus manos están libres toma la mía, creo que quiere apoyarse más que dar una impresión. Un hombre de unos cincuenta años, con el cabello entre tonos rubios y blancos, aparece por el pasillo por dónde se fue la mucama que llamaría al padre de mi “novio”.

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